Hacia CLADE V (primera parte)

Cabe preguntarse si lo que promueve el evangelicalismo latinoamericano es un cambio de rituales, y no tanto una transformación espiritual, ética y cultural arraigada en el Evangelio y el ejemplo de Jesús

26 DE NOVIEMBRE DE 2011 · 23:00

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El quinto Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE V) ya se está desarrollando en distintas instancias ligadas al protestantismo de habla hispana. La conclusión del proceso tendrá lugar del 9 al 13 de julio del próximo año, en San José, Costa Rica. La herramienta que facilita el diálogo y la reflexión es el cuaderno de participación (disponible en www.clade5.org) que se está estudiando en células vinculadas a la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL). La FTL es el organismo que auspicia el CLADE V, y ha elegido como lema para el proceso y la reunión de Costa Rica el de Sigamos a Jesús en su Reino de vida. ¡Guíanos Espíritu Santo! El primer CLADE tuvo lugar en Bogotá, Colombia, en noviembre de 1969. Entonces surgió en algunos de los asistentes la inquietud por reflexionar con mayor detenimiento sobre el futuro del protestantismo evangélico en Latinoamérica. Uno de los conferencistas en CLADE I, y participante en el comité redactor del documento final, Samuel Escobar, representó las inquietudes de un sector que buscaba contextualizar su fe en tierras latinoamericanas. Entonces se vivían momentos convulsos, que demandaban de las iglesias evangélicas tanto fidelidad a la Palabra como un testimonio encarnado en las especificidades cotidianas del Continente. La Declaraciónevangélica de Bogotá hizo una afirmación sobre el afianzamiento del pueblo evangélico en la realidad latinoamericana. Entonces era evidente que las iglesias protestantes estaban alcanzando un buen grado de endogenización, y que el reto de sus liderazgos era trascender la idea y práctica de que el objetivo único de la evangelización estaba en el crecimiento numérico de las comunidades de fe. El octavo punto del documento manifestaba que la obra evangelizadora debía ensanchar sus miras: “La tarea de la evangelización no termina con la proclamación y la conversión. Se hace necesario un ministerio de consolidación de los creyentes nuevos que les brinde capacitación doctrinal y práctica para vivir la vida cristiana dentro del ambiente en que se mueven, para expresar fidelidad a Cristo en el contexto socio-cultural donde Dios los ha puesto. El proceso de planificación de la tarea evangelizadora también debe proveer las bases teológicas y los métodos prácticos para realizar esa tarea de consolidación”. A poco más cuatro décadas del CLADE I, y en vísperas del CLADE V, la realidad cuantitativa de las iglesias evangélicas latinoamericanas —así como las de la diáspora— es contrastante. Entre el primer Congreso y el que está por venir, el crecimiento evangélico ha sido explosivo. En algunas regiones del Continente Latinoamericano el porcentaje de evangélicos ya no es el de una precaria minoría, sino el de comunidades que le están disputando el predominio confesional a la identidad religiosa tradicional, al catolicismo. Pero a ese crecimiento no le ha acompañado una madurez bíblica y teológica, ni una madurez ética que podamos ver reflejada en la creación de ciudadanos y ciudadanas que estén marcando sustanciales diferencias en cada país de América Latina. En muchos sentidos la participación político electoral de personajes surgidos de las filas evangélicas (en algunos casos postevangélicas) ha sido un desastre. Lo ha sido porque al pasar del tajante rechazo a esa participación a su casi divinización, políticos evangélicos de distintas opciones partidarias recurrieron a vías verticalistas y corporativistas para negociar prebendas particulares antes que buscar mayores avances en la democratización de los poderes y de las sociedades. Por ello cabe preguntarse si lo que está promoviendo el evangelicalismo latinoamericano es más un cambio de rituales, y no tanto una transformación espiritual, ética y cultural arraigada en los valores del Evangelio y el ejemplo de Jesucristo. Para nada estamos proponiendo una nueva constantinización de la sociedad, la que consistiría en que el Estado haga suyos los principios evangélicos y los impulse, y hasta haga obligatorios, para el conjunto de las instituciones y la ciudadanía. Más bien afirmamos que es mediante el contraste de la conducta cívica y ética de los creyentes evangélicos, y respetando la diversidad valorativa de las sociedades contemporáneas, que se sirve mejor al objetivo de transformar realidades opresivas en todos los ordenes. Se trata de que mediante el discipulado el aporte de las iglesias evangélicas al conjunto de la sociedad sea la construcción y fortalecimiento de personalidades democráticas. O en lenguaje más cercano a las categorías de dichas iglesias, hombres y mujeres nuevos. El cuaderno de participación del CLADE V inicia con un buen número de preguntas generadoras para la reflexión y el diálogo. En el primer apartado, “Seguimiento de Jesús por el camino de la vida”, se hace el deslinde con el docetismo tan en boga al interior de buena parte, tal vez la mayoría, de iglesias evangélicas y neoevangélicas: “El seguimiento al que nos referimos es un ‘proseguimiento historizado de Jesús por el Espíritu’ (parafraseando a Jon Sobrino). Cuando hablamos de seguir a Jesús nos referimos al Jesús de los Evangelios, no a un Jesús abstracto; se trata de seguirlo en la materialidad concreta de nuestros países. Por otra parte, no se trata tan solo de un compromiso individual sino también comunitario, del pueblo de Dios en movimiento hacia una meta”. Se afirma, y con toda razón, que “si miramos con atención a lo que se enseña o predica en las iglesias, el seguimiento de Jesús es casi un tema olvidado y hasta enterrado”, para después intentar dar algunas respuestas a la casi ausencia de ese tema en las enseñanzas al interior de las comunidades evangélicas. Tres son las razones que se argumentan en el documento sobre por qué se diluye el tópico del seguimiento de Jesús en el universo evangélico. Ellas son: La primera razón es el individualismo promovido por la sociedad de consumo. Se trata de un individualismo que se expresa en las iglesias a través una teología que privatiza la fe y que conduce a la preocupación por sí mismo y por un círculo inmediato de relaciones. El propósito de vida se reduce a la acumulación de bienes temporales y al disfrute individual de los mismos, sin importar la condición de indefensión en la que se encuentra el prójimo caído en el camino. Las prédicas, las enseñanzas, las canciones, las oraciones y los testimonios que se escuchan en las iglesias, dan cuenta de esa forma de entender y de vivir el seguimiento a Jesús. Jesús es visto y tratado como propiedad privada del creyente, dejado en el templo hasta el próximo culto, una suerte de amuleto que se puede utilizar cuando se presentan los problemas. Las exigencias del seguimiento a Jesús no se relacionan para nada con asuntos vinculados a la ciudadanía plena, a la rendición de cuentas en la gestión pública y a la transparencia en la utilización de los fondos públicos. Tampoco se relaciona la fe con la exigencia de vincular la convicción con el ejercicio de la profesión y los negocios con el pago de un salario justo al trabajador. La segunda razón es el espiritualismo que se expresa en una teología que conduce al desinterés por las tareas temporales y a una insensibilidad frente a los problemas sociales y políticos que atentan contra la dignidad humana.A la luz de esta teología, la pobreza y los pobres son vistos como consecuencia del pecado individual, sin considerar que existen causas estructurales que explican esa realidad que cosifica a un sinnúmero de personas. Se considera la búsqueda de la justicia social como una ideologización del evangelio y un compromiso ajeno al testimonio de las iglesias. Al diferir la vida abundante al más allá y separar la vida humana en planos irreconciliables, contraponiendo lo secular a lo religioso, se desmoviliza social y políticamente a los creyentes, quitándoles toda preocupación legítima por la construcción de una sociedad más justa e inclusiva. Como consecuencia de esta forma miope de comprender el seguimiento a Jesús, se critica irresponsablemente a los creyentes inmersos en los espacios en los que se deciden las políticas públicas y que trabajan sinceramente por la construcción de una comunidad humana más solidaria y libre de todas las opresiones. Una tercera razón, más pragmática que las anteriores y ligada a las técnicas de ventas facturadas en la sociedad de consumo, es el énfasis exagerado que se pone en los resultados visibles de la inversión de recursos humanos y económicos a nivel eclesial. Se miden cifras para determinar quiénes son útiles en el ministerio cristiano y quiénes no rinden según las expectativas de los entusiastas promotores de las estrategias de crecimiento numérico eclesial. La efectividad de la misión se mide no tanto por la fidelidad a todo el consejo de Dios sino por el incremento del número de miembros; las obras de misericordia se convierten en simple estrategia para “ganar almas”; las predicaciones se parecen cada día más a charlas motivadoras para preservar o incrementar la autoestima; los pastores se convierten en gerentes religiosos cada vez más distantes de los fieles; y los templos se asemejan a pasarelas religiosas útiles para mostrar las bonanzas que se reciben de un dios hecho a la medida de los seres humanos. Entonces, seguir a Jesús es solamente un asunto de transacción económica, una inversión bastante rentable y que promete beneficios materiales de largo aliento, una forma de construir un reino terrenal según las leyes del mercado. Lo que está diagnosticando el documento preparatorio del CLADE V es que predomina una cristología evangélica latinoamericana desencarnada. En mucho se ha reducido a Jesús a ser un personaje que obra milagros y prodigios, que multiplica los bienes materiales a sus seguidores, que evade relacionarse con las personas y sus circunstancias cotidianas. Ante esto es urgente recuperar la enseñanza de la encarnación de Jesús (“el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”), y por lo tanto la necesaria encarnación de sus discípulos y discípulas en el contexto que a cada uno le toca vivir. Hay que anteponer a la cristología trunca y reduccionista la comprensión comunitaria de la riqueza de la “anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo” (Efesios 3:18). Porque él “siendo rico se hizo pobre, para que con su pobreza nosotros fuéramos enriquecidos” (2 Corintios 8:9). Continuaremos la próxima semana desglosando el documento del V Congreso Latinoamericano de Evangelización.

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