Jesucristo como paradigma del cambio (VI)

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Mateo 5:13

18 DE NOVIEMBRE DE 2011 · 23:00

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¿Qué importancia tiene la sal? Esta pareciera ser una pregunta demasiado obvia pues prácticamente todos los seres humanos la usamos. Sin embargo, basta sumergirse en el estudio de lo que hay dentro de un simple salero doméstico, para comprender lo imprescindible que es la sal para hacer sostenible la vida humana en el planeta. El Cloruro de Sodio (Na Cl), o sal, está compuesto de redes de iones de Cl y Na+ en cristales que poseen una estructura en forma de sistema cúbico. Al sodio (sexto elemento más abundante en la tierra) es muy raro encontrarlo en estado puro pues reacciona muy violentamente con el agua. Esta abundancia permite que sea un elemento vital en el desarrollo de ciertas reacciones químicas biológicas que dan soporte a la vida. Las soluciones salinas benefician la disolución de nutrientes, dando origen a la salinidad (disolución de sal en los fluidos de un ser vivo) y a la halotolerancia (tolerancia máxima de salinidad). El científico británico Robert Boyle estudió la sangre, el sudor y las lágrimas, definiendo el sabor de lo salado, en 1684. Seguramente el célebre ex primer ministro Winston Churchill lo sabía cuando arengó a sus connacionales a luchar contra Hitler. Recién en 1776, el químico francés Hilaire-Marie Rouelle descubre cristales de úrea en la orina. Su colega sueco Jön Jacob von Berzelius (1779-1848) descubrió que hay concentraciones de sal en distintas partes del cuerpo humano (en las cavidades abdominales y alrededor de los pulmones, corazón y cerebro). Alexander von Bunge (1803-1890) naturalista, zoólogo y botánico alemán, observó que los animales carnívoros, a diferencia de los herbívoros, apenas tienen necesidad de consumir sal. Comprobó que los herbívoros excretan entre tres a cuatro veces más sal que los carnívoros. De sus estudios comenzó a decirse que los animales son seres “hambrientos de sal”. También es ya evidente que algunas bacterias no subsisten en ambientes de alto índice salino, y en biología han merecido la categoría de halobacterias. Hablar entonces de este cuarto elemento de nuestra serie sobre el oxígeno, agua, luz y sal, es afirmar que, sin él, los tres primeros no pueden garantizar la vida, menos hacerla duradera. Cuando el grano de trigo cae en la tierra, el agua y las sales que hay en el humus ablandan la cáscara para que el embrión pueda romperla y generar el brote de una nueva planta. La vida no consiste en perdurar en el mismo estado para siempre, sino en cambiar. La transformación de la semilla en planta, genera un nuevo ciclo de vida que cumplirá con el mandato del Creador: “creced y multiplicaos”. Si una semilla pudiese decirse a sí misma: “soy feliz, no me falta nada dentro de mi hermosa cáscara ¡qué hermosa es la vida!” estaría desafiando la ley natural que hay en ella, su ADN, su capacidad para reproducirse en miles y millones de semillas más. Porque todo cambio en la Creación divina es siempre para mejor. El propósito del Creador es perfecto: que todo lo que vive celebre la Vida. Para ello es necesario verificar en cada uno de nosotros ese cambio necesario y revitalizador. LA SAL EN LA BIBLIA En el Antiguo Testamento, leemos en Génesis 19:26 cómo la mujer de Lot se convirtió en estatua de sal, por desobedecer a Dios; Levítico 2:13 habla del mandamiento divino de sazonar con sal toda ofrenda a serle presentada, por ser“la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal”, mostrando el carácter sazonado, sostenible, de las ofrendas ordenadas a Su pueblo; Números 18:19 afirma que todas las ofrendas ofrecidas por los hijos de Israel fueron dadas por Dios como“pacto de sal perpetuo”, ¿hay mayor sostenibilidad que la eternidad asegurada por Dios?; Jueces 9:45 muestra a Abimelec destruyendo la primera capital del reino de Israel y cubriéndola luego con sal, antes de ser él juzgado por Dios a causa de su desvarío y muriendo de horrible manera. La única cita de la sal en el Nuevo Testamento es la enseñanza impartida en aquella clase magistral conocida como el “Sermón del Monte” y que es el texto cabeza de estas reflexiones. El Señor Jesucristo define a sus discípulos como sal de la tierra. Ahora sabemos que, aparte del buen sabor, del carácter cauterizador de heridas y de preservación de alimentos, la sal tiene una propiedad aún mayor: garantiza la germinación de una nueva vida. Poco antes de ser recibido por el Padre en Gloria, Jesucristo –vencedor de la muerte y con las llaves del infierno ya consigo- alienta a sus discípulos para ir a hacer discípulos a las naciones. En Pentecostés, cincuenta días después de resucitado, el Señor -ya entronizado a la diestra del Padre- cumple con su promesa al venir del cielo el Espíritu Santo. “Recibiréis poder y me seréis testigos” es la causa y el efecto del cambio en todo nuevo hijo o nueva hija de Dios. Ser agente de cambio, en resumen, es vivir la vida de Cristo en nosotros. El Apóstol Pablo dedicó la mayor parte de su enseñanza y recomendaciones pastorales a este punto central del Evangelio de Jesucristo: “el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Muchos de los primeros cristianos que comprendieron y recibieron el Mensaje, dejaron que su poder transformador operase en ellos; y pasaron de ser sólo oidores de la Palabra para ser transformados en hacedores de ella. Muchos de ellos experimentaron el gozo incomparable de ver cómo esa Palabra salida de la boca de Dios, no volvía a Él vacía, sino que se convertía en miles de nuevos discípulos de Cristo. Y los que no pudieron verlo, estuvieron dispuestos a que su sangre nutriera la tierra de la que brotarían cientos de nuevas plantas para reproducirse en miles y millones de semillas. ¡Qué maravilloso es el verdadero Evangelio de la Prosperidad! Ser agente de cambio es ser un instrumento escogido dentro del Eterno Plan de Dios. Foto: copyright (c) 123RF Stock Photos

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