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Jesucristo como paradigma del cambio (II)

No hay nada hay nuevo bajo el sol (Eclesiastés 1:9)

21 DE OCTUBRE DE 2011 · 22:00

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El contexto en el que vivimos está caracterizado por una sucesión de cambios cada vez más rápidos y ostensiblemente menos controlables. Esto ya era una realidad dos mil años atrás cuando Pablo fue a predicarles a los intelectuales atenienses en el Areópago de Atenas “Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo” nos dice el médico Lucas (Hechos 17:9). No obstante, el Predicador (el sabio Salomón) nos sigue sorprendiendo al afirmar que “Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido.No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después” (Eclesiastés 1:8-11). LA CONTEXTUALIZACIÓN DENUESTRO TESTIMONIO. El cristiano responsable intenta hacer comprensible a sus contemporáneos, en su contexto actual, el único mensaje de salvación: el evangelio de Jesucristo. Esto le hace vivir en la tensión que hay en todo hijo e hija de Dios: estar limitado en el espacio-tiempo y, simultáneamente, ser portador del mensaje de liberación eterna. Francis Schaeffer, en “Huyendo de la razón” (pág. 49), nos recuerda que: “hay ciertos hechos inmutables que son verdad. No tienen nada que ver con el flujo de las mareas. Estas cosas convierten el sistema cristiano en lo que es, y si se alteran el cristianismo se convierte en otra cosa. Esto debe ser enfatizado porque hay algunos cristianos evangélicos, hoy, que con toda sinceridad, se dan cuenta de su falta de comunicación pero que, para establecer contacto y salvar la sima, sienten la tentación de cambiar lo inmutable. Ahora bien, si sucumbimos, dejamos de comunicar realmente el mensaje cristiano, y lo que nos queda no es diferente del consenso que nos rodea. Pero, no podremos presentar un cuadro equilibrado si nos detenemos aquí. Hemos de darnos cuenta que nos encontramos ante una situación histórica que cambia rápida e incesantemente, y si vamos a las gentes para hablarles del Evangelio necesitamos saber cuál sea la corriente actual y las formas de pensamiento que fluyen sin cesar. A menos que hagamos esto, los inmutables principios del cristianismo caerán en oídos sordos.” Y esto último, debido a nuestra injustificada comodidad, agrego con respeto. En la parábola del sembrador (Mateo 13:1-23) Jesús se refiere a la semilla caída en cuatro tipos de suelo: en el camino, entre pedregales, entre espinos y en buena tierra. La semilla pudo germinar sólo en tres de los casos; pero en dos de ellos no pudo asegurar el ciclo completo que incluye tanto floración como fructificación; lo que es posible sólo en el último caso, aunque el resultado no es homogéneo sino variable según sea el rendimiento. El mundo en el que vivimos es donde Dios desea que sembremos su semilla (la Palabra eterna, el Evangelio de Redención) y nos muestra con esa sencilla enseñanza que hay una chance de cada cuatro de obtener fruto. No por ello, es nuestro el encargo de averiguar quién es “la tierra buena” y quién no. Si así fuese, bastaría con descubrir quién tiene la marca de elegido, para dedicarnos sólo a ese 25% y hacer más fácil nuestra tarea. ¿Alguien ignora la tentación de usar la “ley del menor esfuerzo? La clasificación que hace Jesús de los suelos nos ayuda a entender con quiénes convivimos a diario, dentro y fuera de nuestras congregaciones de fe.Y nuestro deber es actuar en obediencia a Dios y por amor a nuestros semejantes; ya que sólo Él conoce a los suyos, nuestra responsabilidad es estar disponibles para ser testigos a todos los que Él nos ponga enfrente, cuando Él quiere y donde Él quiere. Nuestra deuda es con Aquél que nos ha adquirido; y la reconocemos sólo cuando nos sentimos deudores a nuestros semejantes. “A Griegos y á bárbaros, á sabios y á no sabios soy deudor.” (Pablo a los Romanos 1:14). “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él.” Pablo a los Corintios (2ª Carta 9:19-23). Nuestro trabajo consiste en sembrar la semilla recordando la promesa de Dios: “Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá á mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” (Isaías 55:11). EL PROCESO INMUTABLE DE CAMBIO Para que la semilla se transforme en una planta, primero debe germinar. Y para ello necesita de agentes que contribuyan con ese proceso, ninguno de los cuales debe faltar para alcanzar su objetivo. La germinación es posible gracias al oxígeno, el agua, las sales minerales y la luz. De cada uno de estos elementos analizaremos en sucesivas entregas el rol que cumplen en el proceso de cambio; e intentaremos sacar lecciones prácticas sea que deseemos convertirnos en agentes de cambio o mejorar nuestra acción, si ya lo somos. Cuando Jesús conversó con Nicodemo, un maestro respetado en Israel, le dijo que es necesario nacer de nuevo para “ver el reino de Dios” y le explicó cómo se produce ese cambio: “… el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3-8). Notemos que el agua es el elemento que tanto Juan el Bautista como los discípulos de Jesús usaban para bautizar a la gente que se reconocía pecadora. En tanto que el otro agente de cambio, el Espíritu (pneuma=hálito de vida, soplo, viento), es el único que tiene suficiente poder creativo y sostenible como para cambiar al ser humano. Del oxígeno y del agua nos ocuparemos en las próximas dos notas.

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