Morada del cielo
Selecciona Isabel Pavón
23 DE SEPTIEMBRE DE 2011 · 22:00
Alma región luciente,
prado de bienandanza, que ni al hielo
ni con el rayo ardiente
fallece: fértil suelo,
producidor eterno de consuelo.
De púrpura y de nieve
florido, la cabeza coronada,
a dulces pastos mueve,
sin honda ni cayado,
el Buen Pastor en ti su hato amado,
El va, y en pos dichosas
le siguen sus ovejas, do las pace
con inmortales rosas,
con flor que siempre nace,
y cuanto más se goza más renace.
Ya dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena
del gozo fiel las baña,
y les da mesa llena,
pastor y pasto él solo y suerte buena.
Y de su esfera, cuando
la cumbre toca altísimo subido
el sol, él sesteando,
de su hato ceñido,
con dulce son deleita el santo oído.
Toca el rabel sonoro,
y el inmortal dulzor al alma pasa,
con que envilece el oro,
y ardiendo se traspasa,
y lanza en aquel bien libre de tasa.
¡Oh, son! ¡Oh, voz! Siquiera
pequeña parte alguna descendiese
en mi sentido, y fuera
de sí la alma pudiese
y toda en ti, ¡oh, Amor!, la convirtiese.
Conocerla dónde
sesteas, dulce Esposo; y desatada
de esta prisión, a donde
padece, a tu manada
junta, no ya andará perdida, errada.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Poe+ - Morada del cielo
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