El tiempo apenas avanza para…

Una mosca volaba, pasándose en las cajas de medias, en cortos intervalos de tiempo.

20 DE AGOSTO DE 2011 · 22:00

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Su aleteo se escuchaba entre el silencio reinante, una vez y pausa, otra vez. En la esquina, el gato dormitaba sobre el mostrador, meciendo su cola espesa, incapaz de abrir los ojos de la modorra, como si fuera de escayola. Javier miraba a su padre desde el taburete alto, apoyando los codos pesados sobre el mostrador. Hacía al menos una hora que no entraba nadie. Su padre ordenaba los pantys parsimoniosamente, aunque ya estuvieran en perfecto orden, en un despliegue de aquella manía suya de no quedarse sin hacer nada. Y Javier se preguntaba cómo sabría tanto su padre de leotardos si jamás había usado unos. Por la puerta de la mercería se colaban los rayos de media tarde, tibios, y en su haz se paraba a veces la mosca, deslumbrada. - Está acabando la hora de la siesta.- Exclamó el padre de repente. Pero la campanilla de la entrada continuaba sin sonar. - Ponte a repasar la caja.- Ordenó a Javier.- Fíjate bien que esté todo cuadrado. El muchacho levantó la cabeza de entre sus manos y resopló, apenas había nada que contar, la mayoría era la calderilla que trajo su madre para dar el cambio. El reloj de cuco dio las seis. La campanilla, al fin unos pasos. - Buenas tardes, don Fabián. - ¡Doña Aurora!- Saludó.- Nos tiene olvidados, hace mucho que no se pasaba por aquí. - Esta crisis es lo que tiene, hay que quitarse de lujos. - Pocos lujos vendemos aquí, cosas útiles nada más.- Respondió él. Solo se llevó un par de calcetines, de los blancos de algodón, para su hijo el mayor. Javier lo adjuntó a la caja y volvió al taburete. Y es que el tiempo apenas avanza para los que insisten en comer todos los días.

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