Perdón, ¿puedo pasar...?

06 DE AGOSTO DE 2011 · 22:00

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"Perdón, ¿puedo pasar? "Hoy quería hablar contigo. Venía para acá, y no sabía si me atrevería a entrar. Ya sé que tú siempre me estás esperando, dispuesto a recibirme y escucharme. Pero no sabía qué hacer, ya que hoy me conozco un poco más, y por eso percibo con más claridad que no merezco tu amistad ni nada de todo lo bueno que me brindas. "¿Sabes? He leído algunos de tus libros, y desde bien pequeña conozco muchas de las historias que en ellos cuentas. ¡Incluso puedo recitar párrafos enteros de memoria! También entiendo, teóricamente al menos, muchas de las cosas que quieres enseñarme, y que son para mi bien. Es curioso. Todos los textos (bien, los que he leído) que tienes publicados han ido hablándome por más de treinta años, y no se me han hecho anticuados. Es más: cada vez los voy comprendiendo mejor, y me asombro de lo bien que me conoces… Aunque en realidad, en realidad no me asombro, ¡pero me pillas todavía tantas veces por sorpresa! Porque juegas con la ventaja de haberme diseñado y creado, claro. "Te decía todo esto... Bueno, no sé si seguir. Es posible que aún te enfades conmigo. Ya te dicho que no estaba muy segura de querer tener esta conversación. Pero ya que estoy aquí... Es que estoy recordando cómo me impresionaba ver las actitudes de algunos de los personajes con los que trataste, según relatas en tus libros. Por ejemplo: me asombraba Abraham, el gran patriarca, tan lleno de fe para unas cosas, y metiendo tanto la pata en otras. O todo el pueblo de Israel, que había cruzado el mar en seco, ¡en seco!, que había estado al pie del sobrecogedor Sinaí... y que pretendía adorar a un diosecillo de oro, que se quejaba y murmuraba, que tuvo miedo de conquistar la tierra que tú le dabas... ¿Puedes creer que yo realmente alucinaba con su comportamiento? Nunca entendí a Jonás, ¡que se fue en dirección contraria a la que tú le mandabas! Tampoco entendía cómo se atrevía alguien a estar en contra de tus profetas, y matarlos... Y ya el colmo. Lo de tu hijo que enviaste: ¿en qué cabeza cabía no creer, sobre todo después de ver sus milagros? ¿Cómo era posible llegar a fallarle, y traicionarle, después de haber estado con él y haberle escuchado, de haber visto su ternura con las personas, de haber disfrutado su cariño? Creo que yo en aquella época, incluso, me sentía superior a todos ellos, porque pensaba que a mí nunca me hubiera ocurrido nada parecido, que jamás me podía pasar... Yo sería como David, pero el David de la escena con el gigante, pensaba. Yo sería como Pedro, pero el Pedro que andaba sobre las aguas... En aquel tiempo lo veía todo tan claro y tan sencillo... Cualquier otra reacción me parecía fuera de toda lógica y coherencia (en realidad, sigo creyendo que es fuera de toda lógica esto de no ser leal a alguien como tú...). "Hoy, te lo decía cuando he llegado, me conozco un poco más. A estas alturas, me conozco ya bastante más. Y es ahora cuando realmente me asombro y me sorprendo. Pero no de mí, sino de ti. Tú ya sabías cómo era yo cuando me compraste (y nunca mejor dicho), y has tenido paciencia conmigo hasta hoy, y has puesto a mi disposición tus recursos para que pueda ser eso tan hermoso que tú dices que puedo llegar a ser. He visto cómo tu misericordia me ha perseguido literalmente todo este tiempo. Y también sé que tengo la misma facilidad que todos aquellos personajes de tus libros para equivocarme, para fallarte, para pecar. Y en cuanto a la talla de mi fe, hoy lo tengo tan claro: no le llego, a la mayoría, ni a la suela del zapato. "De este último tema, quiero comentarte algo respecto a unos amigos. Creo que a la mayoría les tienes anotados también en ese otro libro, el de la vida, que aún no has publicado. Ahora les veo de otra manera, también. No es que les soporte mejor. Es que les amo más, pues les comprendo un poco mejor. Sé que andan con los mismos problemas que yo, con sus luchas, con sus caídas, con sus desánimos. Igual que yo. Y sé que tú les amas igual de entrañablemente que a mí. También sé que con todos nosotros te propones llevar a cabo tu plan en esta tierra. Ayúdanos. Ayúdame, te pido. "Y, volviendo a lo que te decía antes, y aprovechando que estoy aquí, no quisiera marcharme sin decirte algo que ya sabes, porque tú lo sabes todo: Señor, tú sabes que te amo. A pesar de todo lo que todavía hay que arreglar en mí, Señor, te amo." - "Escúchame bien, hija mía. Esfuérzate, y sé valiente. No temas ni desmayes, yo te ayudo. Estaré contigo en dondequiera que vayas, y cuidaré de ti. Espera en mí, y te daré nuevas fuerzas. Porque te amo, con un amor eterno."

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde mi balcón - Perdón, ¿puedo pasar...?