John Stott: en los pasos del Mesías

Hago un paréntesis en la serie aquí comenzada hace una semana. La razón es que voy a referirme al hecho de que John Stott ha dejado este mundo, para entrar en los caminos de la eternidad, no por sus méritos, que tuvo muchísimos, sino por los de Cristo el Señor, a quien comenzó a seguir en su juventud, a los diecisiete años.

30 DE JULIO DE 2011 · 22:00

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Tuve conocimiento de la partida de John al leer en Protestante Digital lo siguiente: “[el] 27 de julio de 2011 ‘Uncle John’ (el ‘tío John’, como le llamaban cariñosamente), ha partido para estar con su Señor, para quien trabajó toda su vida y en quien tenía total confianza. John Stott falleció a las 15:15 horas de Londres, debido a su delicado estado de salud por su edad, que había empeorado en las últimas semanas. Poco antes de morir familiares y amigos cercanos se reunieron con Stott y escucharon El Mesías de Haendel”. No lo dice la nota informativa, pero lo de escuchar el oratorio compuesto por George F. Handel, el Mesías, pocas horas antes de su muerte, al lado de familiares y amigos, debió ser una decisión tomada por el propio Stott. Tal instrucción es, para mí, una lección de cómo decidir, cuando está en nuestras manos, enfrentar los últimos momentos de la vida e iniciar el encuentro eterno con Jesús. La obra de Handel es una maravilla musical, sus cantos están impregnados de la Biblia. La base del libreto, escrito por Charles Jennens,[1] fue la traducción de la Biblia al inglés conocida como King James (1611). El oratorio es, qué duda cabe, cristocéntrico. La pieza musicalizada por George Handel en 1741, y estrenada en Dublín el 13 de abril del año siguiente, según uno de sus mejores biógrafos,[2] nos lleva de la promesa veterotestamentaria del Mesías que será enviado para salvación, pasa por el cumplimento de esa promesa en Cristo, y concluye con la consumación de los tiempos, cuando el Cordero que fue inmolado recibirá toda la honra y la gloria. En su lecho final, John Stott escuchó el inicio del Mesías, que reproduce casi textualmente Isaías 40:1-5. Los lectores interesados pueden seguir la letra, preferentemente en la versión Reina-Valera antigua, que en su similar inglesa, la citada King James dice: “Comfort ye, comfort ye my people, saith your God./ Speak ye comfortably to Jerusalem, and cry unto her,/ that her warfare is accomplish’d,/ that her iniquity is pardon’d. The voice of him that crieth in the wilderness: Prepare ye the way of the Lord,/ make straight in the desert a highway for our Lord. Ev’ry valley shall be exalted,/ and eve’ry mountain and hill made low,/ the crooked straight,/ and the rough places plain. And the glory of the Lord shall be revealed./ And all flesh shall see it together,/ for the mouth of the Lord hath spoken it”. Imagino a Stott, y quienes junto a él seguían el desarrollo de la deslumbrante obra de Handel, llegar a la parte en que se canta un aria para bajo, cuya letra es tomada de Isaías 9:2, donde se menciona que el pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz: “The people that walked in darkeness have seen a great light./ And they that dwell in the land of the shadow of death,/ upon them hath the light shined”. Más adelante viene un coro que desborda gozo, en que se da cuenta de las características del niño por nacer. Voces dulces, y otras profundas y potentes, cantan al unísono los títulos mesiánicos del Salvador. Las poéticas líneas de Isaías 9:6 fueron enmarcadas musicalmente de forma magistral por Handel: “For unto us a Child is born,/ unto us a Son is given,/ and the goverment shall be upon his shoulder,/ and his name shall be called: Wonderful, Counsellor, The Migthy God, The Everlasting Father, The Prince of Peace”. Un momento intensísimo es la sección más popular del oratorio de Handel, la conocida como Aleluya. Quienes hemos tenido la oportunidad de escuchar en vivo, con coro y orquesta íntegro el Mesías, normalmente seguimos el protocolo que marca ponerse de pie. Porque nadie puede permanecer sentado ante la magnificencia del Rey referido en el glorioso coro, cuya letra tiene base en Apocalipsis 19:6 y 11:15: “Hallelujah, for the Lord God Omnipotent reigneth,/ Hallelujah! The Kingdom of this world is become the Kingdom of our Lord,/ and of his Christ, and he shall reign for ever and ever,/ Hallelujah! King of Kings, and Lord of Lords,/ and he shall reign for ever and ever,/ Hallelujah”. Su frágil salud le impidió a John Stott ponerse de pie, pero su corazón estaba levantado. Es común el conocimiento de que con la sección del Aleluya concluye el Mesías de Handel. No es así. Dicho coro marca el fin de la segunda parte. La tercera parte, y final, de la enorme obra de Handel inicia con un aria para soprano, en la cual se fusionan dos textos bíblicos, el de Job 19:25-26 y 1 Corintios 15:20: “I know that my Redeemer liveth,/ and that he shall stand at the latter day upon the earth./ And though worms destroy this body,/ yet in flesh shall I see God. For now is Christ risen from the dead,/ the first fruits of them that sleep”. En la recta final del Mesías un dueto conformado de voz alta y tenor canta los versículos 55 y 56 del capítulo 15 de la Primera Carta a los Corintios: “ O death, where is thy sting?/ O grave, where is thy victory?/ The sting of death is sin,/ and the strength of sin is the law”. Stott se fue seguro de que Cristo venció al poder de la muerte eterna, y pudo preguntarle cara a cara: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” El coro que concluye el oratorio es el reconocimiento de la supremacía del Cordero. En sus últimas horas terrenas Stott se regocijó confesando lo que se consigna en Apocalipsis 5:9 y 12: “Worthy is the Lamb that was slain,/ and hath redeemed us to God by His blood,/ to receive power, and riches, and wisdom, and strength, and honour, and glory, and blessing. Blessing and honour,/ glory and pow´r be unto Him that sitteth upon the throne,/ and unto the Lamb,/ for ever and ever. Amen”. Sí, digno es el Cordero, amén y amén.

[1] Roger A. Bullard, Messiah. The Gospel according to Handel´s Oratorio, William B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids, Michigan, 1993, p. VII.
[2] Paul Henry Lang, George Frideric Handel, Dover Publications, New York, 1996, pp. 332-333.

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