Otros Quijotes

En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

23 DE JULIO DE 2011 · 22:00

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Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo se dio a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de cualquiera otra actividad. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos. Con la prosa destos libros, sus requiebros entricados, las cartas de desafíos, con estas razones todas, perdía el caballero el juicio, y desvelábase por entendellas y desentrañalles el sentido. Y tanto leyó nuestro hidalgo, que llenósele el celebro de encantamientos, pendencias, batallas, desafíos, amores y tormentas; y asentósele de tal modo en la testa la verdad de todo aquello, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Y en efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco nunca, y fue que le pareció convenible y necesario para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo, a ejercitarse en todo aquello que había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, es decir, desfaciendo todo género de agravios, aunque hubiera que ponerse en ocasiones en muy graves peligros. Limpió, pues, sus armas; púsole el nombre de Rocinante a su rocín; buscóse una dama fermosa de quien enamorarse: Dulcinea del Toboso; cambióse su nombre de Alonso Quijano por el de Don Quijote de La Mancha; y buscóse un hombre que le hiciese de escudero, hallándolo en un labrador llamado Sancho Panza. Y en saliendo a la aventura nuestro buen caballero andante, y en todo lugar que fue, se le conoció por su generosidad desinteresada, valentía temeraria, justicia sabia, poco apego a las cosas terrenales y su mucho celo por su señora amada. Y en esto hay que decir, que en muchos trances necesitó quien le socorriese, pues su locura convertíale en motivo de burla para muchos, que no veían en él sino a alguien a quien ultrajar y despojar sin grande consecuencia. De manera que vióse Don Quijote en más de una ocasión malherido, despreciado y pobre, y todo por seguir con testarudez ser esto y no otra cosa que caballero andante. Y en diciendo todo esto, permítanme vuesas mercedes referirles lo que se me viene a esta mi testa. Que en siendo nosotros llamados a ser caballeros andantes cual Quijotes de la Luz, andamos muchas veces entretenidos en nuestra hacienda, no levantando nuestros ojos para mirar más allá della ni más arriba.Y sin leer ni estar bien informados de cuáles son las mejores maneras de obrar para ser dignos caballeros andantes, algo que aquí conviene es darnos al trabajo de entender nuestro Libro de Caballería, para mejor ejercitar nuestro oficio en toda ocasión. Ansimismo no tenemos limpias de orín ni preparadas aquellas armas antiguas que ayudan a facer y ganar las buenas batallas. Y tan poco lleno está nuestro celebro de las historias de caballerías, y es tan corto nuestro convencimiento de que ellas son ciertas y no otras, que nunca parecemos locos a los ojos de los moradores de La Mancha, las Mesetas ni cualquiera otra tierra; ya que no estando resueltos firmemente a ser caballeros andantes, estamos más a cuento para otras muchas sandeces que no llevan a buen fin. Sin determinación ni preparación para ser dignos caballeros, nos parecen molinos los gigantes verdaderos, que con sus brazos derriban lo que otros se afanan en construir; y nos parecen tristes ventas del camino lo que son castillos de nuestra república, levantados como refrigerio en nuestro peregrinar. Y en dándonos gato por liebre, en más de una ocasión nuestros pesares y males no son consecuencia de nuestro arte de caballería sino de todos nuestros particulares negocios que, en distraernos del buen facer, nos producen graves pérdidas. Y pocos hay, entre nosotros, que estén dispuestos a padecer las penalidades del buen caballerotodos los días de su vida hasta el final, olvidando que el premio de ver a la dulce amada suplirá con creces todo sufrimiento habido. Y cuando della oigamos: 'Me alegro de veros, mi buen caballero. Vuestra fama y vuestro honor os precedieron. Pasad, descansad de todos vuestros pesares. Vuestro trabajo terminó', sabremos que no fue en vano ni un gesto, ni un detalle, de la fidelidad de nuestro amor. Es bien que se oiga esta historia, y della provecho se obtenga de pensalla y de entendella. Que muchos caballeros andantes hubo, y ansimismo dellos lección podemos tener. Y sea el fin de vuesas mercedes estar prestos a ser de la guisa del buen caballero andante, que desface entuertos, pone paz, siembra vida y reparte amor, cual Quijote de la Luz.

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