Indignados: ¡Búsquense un Dany el Rojo!

El establishment es experto en manejar las manifestaciones populares.

25 DE JUNIO DE 2011 · 22:00

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Sabe hasta dónde «darles larga» y cuándo «recoger el sedal». Y sabe, por lo general, que «dándoles hilo en forma controlada» terminarán por cansarlos y se irán para la casa fracasados pero creyendo que obtuvieron la victoria. (Buen ejemplo de esta táctica podrás encontrarla leyendo El viejo y el mar, de Hemingway.) La misma prensa, estrictamente controlada por los establishmentatistas, les dirá que «ganaron», que «van a estudiar la situación», «que el diálogo aquí y el diálogo allá», «que se vayan tranquilos a casa que las cosas van a cambiar». Y todos felices. Y todo seguirá igual. Hasta la próxima revuelta. Hace unos años, cuando éramos más idealistas que ahora, a algunos de nuestros dirigentes del gremio de la prensa en la ciudad de Temuco se les ocurrió que debíamos hacer unas peticiones de tipo salarial que la Sociedad Periodística del Sur, dueña de la cadena de 7 diarios SOPESUR jamás aprobaría. Y que de ahí a la huelga, había solo un paso. Hicimos el petitorio, la empresa nos dijo que no y nosotros (¡pajaritos nuevos!) dimos el paso. Los patrones se dedicaron a observar y a esperar. Y cuando creyeron llegado el momento, invitaron a nuestros dirigentes a que fueran a «arreglar» a las oficinas de la empresa, en la capital. Temuco está a unos 700 kms al sur de Santiago y por esa lejanía, en aquellos tiempos Santiago se nos antojaba como Paris, Londres o Nueva York. O la Luna. Algunos no habían ido nunca a Santiago. Nuestros líderes, felices, se subieron al tren, clase popular, por supuesto. ¡Iban a la capital! ¡Qué privilegio! ¡Qué buena gente los patrones! ¡Bendita sea! Al regreso, nos trajeron la solución: Nada. Cero. ¿Qué les dieron u ofrecieron los patrones como regalitos privados por ser tan comprensivos con la pobre empresa a nuestros representantes y defensores de los paupérrimos intereses de sus compañeros? Nunca se supo. O por lo menos nunca lo supe yo. Cuando comenzó el movimiento 15-M, en Chile la policía se daba cuatro gustos apaleando a los estudiantes que habían salido a la calle a pedir, entre otras cosas, algo absolutamente legítimo: que la educación chilena vuelva al seno del Ministerio de Educación terminando con la nefasta municipalización impuesta por el régimen militar. Y terminando, además, con el comercio multimillonario que se ha hecho de la educación a todos los niveles, aunque preferentemente del universitario. Yo, todavía un tanto ingenuo, expuse mi confianza que en España, país más civilizado que los nuestros (?) policías y manifestantes se entenderían como gente civilizada, a través del diálogo, ese diálogo tan cacareado por la clase gobernante y que ha resultado ser la forma más democráticamente burda y burlona de postergar en forma indefinida las peticiones del pueblo. España. Diálogo. ¡Qué bien! ¡Nada de abusos ni desmanes! ¡Qué va! Me retracto de lo que dije. Al ver en la prensa escrita y en la televisión cómo los policías españoles apalean a sus conciudadanos, he llegado a una extraña conclusión. En alguna parte del mundo los fabrican en serie. Las mismas cachiporras, la misma energía para apalear, los mismos carros lanza-agua-sucia-y-contaminada, las mismas bombas lacrimógenas, las mismas expresiones para echar sombras sobre los movimientos: lumpen, infiltrados, delincuentes, terroristas, encapuchados; los mismos cascos, los mismos chalecos antibalas, los mismos trajes grises, los mismos zapatos hechos para patear las costillas o la cara de los que están en el suelo, casi todos del mismo tamaño e idéntica contextura. Mudos. No hablan con la boca. Hablan con los palos y, de vez en cuando, con balas de verdad. Todo igual. Sí. Casi no tengo dudas que en alguna parte los fabrican en serie y los venden por partidas a los gobiernos. Se los mandan preprogramados y listos para entrar a garrotazos. (A los huelguistas no se les ha ocurrido abordarlos por sorpresa, buscar en alguna parte de sus cuerpos los chips que les implantaron para apalear y arrancárselos. Les aseguro que, de hacerlo, los verían caer al suelo convertidos en un montón de ropa y ellos, los policías tan imponentes mientras tuvieron puesto el chip se verían ahora chiquitos, desarmados y huyendo como niños asustados a pie pelado y en paños menores.) Leyendo El País (No piensen que me he hecho adicto; como dije, yo los utilizo a ellos más o menos como ellos intentan utilizarme a mí), alguien señalaba el hecho que en el movimiento de los Indignados no hay líder que se conozca. Es cierto. No hay un líder. Y la razón es sencilla. Porque la convocatoria no la ha hecho uno o varios «indignados iluminados», sino algunos cibernautas oscuros y desilusionados que han lanzado la idea por la Internet y otros, tan decepcionados como ellos, la han acogido, la han difundido y así, en un dos por tres, miles han salido a la calle. Es la ventaja y la desventaja de las convocatorias por la cibernética. Cuando en los años 80 Lech Walesa comenzó su movimiento Solidaridad, no existía la posibilidad de utilizar la red de Internet para adelantar un movimiento de masas. Él fue el líder y terminó siendo presidente de Polonia. En 1968 se hizo famoso un muchacho que era y sigue siendo conocido como Dany el Rojo, Daniel Cohn-Bendit.(*) Dany el Rojo, estudiante de la Universidad francesa de Nanterre, comenzó un movimiento que hizo que Charles De Gaulle tuviera que trasladar su oficina al baño por la frecuencia tan descomunal con que tenía que ir a hacer pipí. Si usted, amigo lector o amiga lectora, quiere saber más de este muchacho, verdadero líder y la zozobra que causó al casi invencible general De Gaulle puede ir a la Internet.Allí encontrará información pormenorizada sobre la crisis en Francia de 1968, comenzada por el líder que les falta a los Indignados. Yo, en la esperanza que la lectura de «Indignados: ¡Búsquense un Dany el Rojo!» pudiera despertar a alguien parecido en España (porque en Chile, de que los hay, los hay, lo que cuesta es encontrarlos), copio del libro De Gaulle, de Jean Lacouture, Salvat 1986, pp.163-66 lo siguiente (Un poco de historia no le hace mal a nadie): El 1 de mayo de 1968, la atención se centra en la entrada del gobernador Rockefeller a la carrera presidencial estadounidense, en la negativa de Hanoi a entrevistarse con los representantes de Washington, en una declaración de Dubcek referente a la necesidad de devolver a Praga un socialismo «atractivo». ¿Quién repara, aquel día, en la noticia de que un tal Daniel Cohn-Bendit líder de los «rebeldes» de la Universidad de Nanterre, ha sido convocado por el consejo de disciplina de la facultad y corre el riesgo de ser expulsado por haber fomentado la ocupación de los locales por los estudiantes? Los que se interesan por este tipo de movimientos se vuelven más bien hacia la Universidad de Columbia o hacia la de Roma. Pero, al día siguiente, la actividad de los estudiantes parisinos empieza a atraer la atención de la opinión pública: a raíz de una nueva manifestación de los enragés, se cierra la Universidad de Nanterre. Dos días después, la polémica se traslada a la Sorbona, en pleno corazón de Paris: el rector, Jean Roche, pide ayuda a la policía que, por primera vez desde hace varios siglos, invade estos locales simbólicos y expulsa de ellos a los estudiantes. Varios centenares de jóvenes son detenidos. La Sorbona se cierra. Aquel 3 de mayo de 1968 es la fecha de un escándalo, de un nuevo abuso de poder. Pero marca, sobre todo, el inicio de una crisis que estuvo a punto de acabar con el régimen degaullista. Tres días después, una manifestación de estudiantes se enfrenta con la policía en el barrio de Saint-Germain-des-Prés; se levantan barricadas y hay varias decenas de detenidos. Aquel 6 de mayo, la juventud ilustrada ha vuelto a inventar la estrategia revolucionaria parisina y está desafiando al régimen. Justo en el momento en que Paris se dispone a recibir a los delegados vietnamitas y estadounidenses, una situación revolucionaria madura en esta «capital de la paz» sin que se dé cuenta de ello el hombre que supuestamente encarna a la nación y sirve de guía al Estado. No se puede decir que De Gaulle no sintiese ningún interés por los problemas de la juventud y de la Universidad. Pero, para hacer frente a la increíble proliferación de la masa estudiantil, este político, habitualmente tan imaginativo, solo propone un remedio de gendarme: la selección. Aunque se le hace saber que está creando una situación muy grave, ya que la universidad no se halla preparada para recibir a los seiscientos mil estudiantes con los que se prevé que va a contar en noviembre de 1968, el general se limita a repetir: «¡Selección! ¡Selección!» (como si el coronel De Gaulle replicase al anuncio de una invasión: «¡Línea Maginot! ¡Línea Maginot!» Hasta el 3 de mayo, el general no se deja conmover. «Simples chiquilladas…» le dice a Georges Pompidou cuando éste le confiesa su preocupación, poco antes de marcharse a Irán y Afganistán. A otro visitante que le manifiesta su inquietud un día después que se levantaran las primeras barricadas, le responde, irritado: «No se trata más que de un puñado de malos estudiantes que arman revuelo para no tener que pasar sus exámenes…» Sin embargo, entre el 7 y el 10 de mayo la fiebre no deja de subir. El gobierno denuncia la acción de los «grupúsculos» de agitadores a los que califica de enragés; pero son decenas de millares los jóvenes que recorren Paris exigiendo: I. La reapertura de la Sorbona; II. La retirada de la policía, y III. La liberación de sus camaradas. El 8 de mayo, De Gaulle declara a un grupo de parlamentarios: «No es posible tolerar la violencia en las calles, este no ha sido nunca el medio de instaurar el diálogo…». Pese a todo, al día siguiente, Alain Peyreffite, ministro de Educación, promete la próxima reapertura de las facultades. Sin embargo, como los estudiantes de Nanterre se adelantan y vuelven a ocupar su universidad, el ministro se niega a evacuar a la policía de la Sorbona con el fin de preparar la reapertura. Este es el detonante. El 10 de mayo, los estudiantes ocupan estratégicamente el Barrio Latino y levantan barricadas. Por la tarde, el rector de la universidad intenta negociar, pero se niega a liberar a los jóvenes encarcelados. Hacia las 2 de la madrugada del día 11, el prefecto de policía, Maurice Grimaud, comunica que ha recibido la orden (¿del Ministerio del Interior?) de destruir las barricadas. Las CRS (Compañías Republicanas de Seguridad) se lanzan al asalto. Dos horas más tarde, hay trescientos sesenta y siete heridos, cerca de quinientas personas detenidas y más de cien automóviles incendiados. Las fuerzas policiales persiguen a los manifestantes y los aporrean incluso en el interior de los edificios, golpean sin miramiento a los heridos y hacen surgir el grito: «¡CRS, SS!» Aquella noche, el régimen se desacredita. ¿Cuál fue la actitud de De Gaulle? Al parecer, nadie se atrevió a despertarle después de las diez de la noche del día 10 y antes de las seis de la mañana del 11. Esto es, justo en el momento en que se desarrollaba el drama. Así funciona este poder que golpea a ciegas mientras su jefe cierra los ojos. ¿Qué hace el primer ministro? Está en Afganistán… ¿Y los ministros del Interior y de Educación? Se han acostumbrado a esperar órdenes, y el general duerme. El sábado 11 de mayo, Georges Pompidou vuelve de Kabul, condena las brutalidades cometidas por la policía, manda a liberar a veinticuatro de los veintiocho estudiantes encarcelados y anuncia que la reapertura de la Sorbona se efectuará el lunes. Pero los líderes estudiantiles convencen a las organizaciones sindicales (CGT, CFDT y FO) para que decreten una huelga general para el lunes. El 13 de mayo se celebra el décimo aniversario del alzamiento de Argel que provocó la restauración degaullista. Sin embargo, no es un día de fiesta para el régimen; más de ochocientas mil personas, encabezadas por los dirigentes estudiantiles, los profesores liberales, los jefes sindicales y los líderes políticos de izquierdas, atraviesan las calles de París gritando: «¡Con diez años nos basta!» El poder no intenta ni siquiera canalizar esta oleada. Puesto que la policía ha evacuado con prudencia el Barrio Latino, los estudiantes ocupan la Sorbona, que se convierte en una «universidad crítica» y muy pronto en una república libertaria. La revolución cultural ha conquistado su fortaleza y ganado su primera batalla. ____________________ (*) En 1998, Dany el Rojo hizo un recorrido por el mundo para averiguar dónde estaban sus compañeros del 68 y los más conspicuos contestatarios «que sacudieron el planeta desde los años 60». Copio de una nota que aparece en su libro La revolución y nosotros, que la quisimos tanto (Editorial Anagrama, S.A, Barcelona, 1998, 253 pp.): «La presente obra ha sido extraída de la serie televisiva en cuatro capítulos: «Nous l’avons tant aimée, la révolution», serie producida por Ludi Boeken, Belbo Bilms, en coproducción con FR3, NOS y INA, y realizada por Steven de Winter a partir de una idea original de Dany Cohn-Bendit.

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