Expulsados de Marruecos: un año después

Federico y Olga (nombres supuestos) fueron expulsados de Marruecos en marzo de 2010, acusados de proselitismo religioso.

30 DE ABRIL DE 2011 · 22:00

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Idéntica situación padecieron más de cien cooperantes cristianos. Este matrimonio latinoamericano y sus tres hijos vive hoy una nueva etapa en Andalucía. Atrás ha quedado el momento en que la embajada de su país en Rabat les informó que existía una orden de expulsión contra ellos y les aconsejó salir del país antes de que la policía los citara o fuera a buscarlos a su domicilio, en una pequeña ciudad en las montañas del centro de Marruecos. De la noche a la mañana tuvieron que abandonar pertenencias y amigos cultivados durante siete años de trabajo como cooperantes de una ONG cristiana. Un año después, reconocen que la situación los tomó por sorpresa “pero Dios ya tenía todo planificado, paso a paso, hasta el mínimo detalle”. Enseguida tuvieron una casa equipada con todo lo que necesitaban, y “lo que faltaba (como algunos particulares utensilios de cocina) fue justo lo que unos amigos pudieron enviarnos”, dice Olga. Para ella y su esposo “fue reconfortante experimentar una vez más la fidelidad de Dios”. A pesar de esto, les resultó difícil asimilar una situación “irreversible”, un cambio tan brusco. “Fue muy triste ese último viaje en barco, sin haber podio despedirnos de muchos amigos”, declaran. En cuanto a los hijos (14, 18 y 20 años), todo lo vivido los ha hecho madurar y valorar más el hoy. “Hay que vivir el presente y no dejar pasar las oportunidades. Mañana la situación puede cambiar”, afirman los padres. UNA SEÑAL Una vez en España, Federico y Olga debían decidir si quedarse aquí, regresar a su país de origen o instalarse en algún otro lugar del mundo. “Para tomar la decisión le pedíamos al Señor una señal sobrenatural. Teníamos una invitación para trabajar en Bélgica e hicimos un viaje exploratorio, pero no sentimos paz al considerar esta posibilidad”, comentan. Al regresar de ese viaje, mientras estaban en el aeropuerto de Madrid esperando la conexión para Málaga, Olga miró hacia un ventanal y vio unas grandes letras blancas pintadas en el suelo. “Leí la indicación: ‘solo espera’, y lo tomé como una señal”, dice. Éste y otros hechos los ayudaron a tomar la decisión. VALOR DE LA EXPERIENCIA “Apenas cruzamos a España comenzamos a recibir invitaciones de iglesias y ministerios (Córdoba, Jaén, Almería…). Participamos en una reunión de pastores y pudimos darnos cuenta del gran interés de ellos en saber cómo llegar a los inmigrantes. Comenzaron a plantearnos preguntas y terminaron reconociendo que no estaban haciendo lo suficiente para responder a la necesidad. ‘Necesitamos que nos orienten, nos enseñen’, decían estos pastores”. Después de ese encuentro, respondieron afirmativamente a la invitación de una iglesia en Andalucía. La experiencia adquirida en Marruecos les facilita a Federico y Olga su actual labor entre inmigrantes musulmanes. “Tenemos conocimiento de la cultura y de la manera de pensar de los magrebíes; esto es un aventaja. En Europa las personas están habituadas a la inmediatez, la facilidad, la comodidad… El árabe, en cambio, está acostumbrado a tomarse tiempo para todo, para la amistad, para las relaciones. Más allá del conocimiento del idioma, lo que estamos aportando es la necesidad de amarlos sin exigirles que sean idénticos a nosotros, comprendiendo que ellos tienen las mismas necesidades afectivas y los mismos temores que cualquier ser humano. Entendemos expresiones del lenguaje gestual, que quien no ha vivido entre ellos no puede interpretar, y estamos capacitando a la iglesia para que todos puedan tener un acercamiento con su vecino musulmán”, expresan. UN TIEMPO ESPECIAL Federico y Olga no son los únicos obreros expulsados de Marruecos que han optado por instalarse en España y cooperar con iglesias que se abren a los musulmanes. “Creemos que es un tiempo especial para la iglesia española, un tiempo de admitir la urgencia de llegar a los inmigrantes musulmanes”. Ellos están desarrollando la tarea junto a otros miembros de la iglesia que los ha cobijado. “Una de las cosas que más nos confortó fue ver el interés de la gente. Muchos ya tenían contacto con musulmanes y querían saber cómo hablarles”, declaran. Después de varios meses de trabajo, han logrado conformar un equipo para dar clases de idioma, de manualidades, de cocina, y atender otras necesidades mediante la distribución de ropa y comida. Esta familia piensa que Dios los quiere ahora en España, pero no para siempre. En sus corazones está el deseo de regresar a un país musulmán. “Los amamos y hemos adoptado aspectos de su cultura, con lo cual nos cuesta volver a vivir enteramente como occidentales”, reconocen. Sin duda, este amor ha sido puesto por Dios. Sólo así se explica que la amarga experiencia de la expulsión no los haga retroceder o desechar la visión con la que salieron de su país. Hoy pueden contar sin aflicción que el día en que se dirigían desde su ciudad de residencia hacia el puerto de Tánger iban ‘sembrando’: “Teníamos muchas cajas de DVD de la película Jesús, libros de testimonios de convertidos de trasfondo musulmán y ejemplares del Nuevo Testamento en árabe. Cuando debimos salir, pusimos estos materiales en bolsas plásticas negras y durante todo el camino al puerto fuimos dejando estas ‘semillas’, a plena luz del día”, cuentan. “Al llegar la noche, en un camino en medio de las montañas, nos paró un policía que nos alumbró con su linterna. Fueron minutos de mucha tensión porque temimos que nos vinieran siguiendo. Aunque íbamos armando las bolsas con los materiales, el policía no se dio cuenta, y no pasó nada”. Recuerdan otro suceso providencial de su salida de Marruecos. Cerca de Chefchauen, el camino de montaña bordea precipicios, y viajaban escuchando música cristiana y disfrutando del paisaje en un melancólico amanecer, cuando de repente el equipo de sonido dejó de sonar y ante el silencio recién inaugurado pudieron escuchar un ruido extraño. Pensaron que se trataba de un antiguo problema del coche y no le dieron importancia. Volvieron a encender el sonido y nuevamente sucedió lo mismo. A la tercera vez, Federico pensó que se trataba de una advertencia. Detuvo la marcha y revisó las cuatro ruedas, encontrando que los tornillos de una de las llantas estaban flojos e incluso uno se había soltado. “Si no nos hubiéramos detenido, posiblemente nos habríamos precipitado por un barranco minutos después. Pero Dios nos estaba guardando, nos estaba librando de un ataque diabólico”, afirman.

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