Que la mujer calle

“Las mujeres callen en las congregaciones” (primera carta de Pablo a los Corintios).

23 DE ABRIL DE 2011 · 22:00

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Continuamos con el análisis de algunas de las alusiones paulinas acerca de la mujer, la condición de ésta en Cristo y su lugar en la Iglesia. Veamos unas palabras de Pablo dirigidas a la iglesia con más problemas, la de Corinto. “Vuestras mujeres callen en las congregaciones, porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Corintios 14, 34-35) LAS MUJERES CALLEN EN LAS CONGREGACIONES Durante esta serie dedicada a la visión de la mujer en La Biblia, en especial en el Nuevo Testamento, hemos destacado que las mujeres de entonces eran una mera posesión del padre o del marido carente de cualquier derecho e instrucción en cuestiones de formación reglada o educación más allá del hogar. Este panorama desolador es el primer argumento para deducir que no sería descabellada la posibilidad de que las mujeres hubiesen estado interrumpiendo las reuniones eclesiásticas con continuas preguntas o comentarios inapropiados. Otro asunto a tener en cuenta para entender lo mejor posible esta orden de silencio para las esposas es el hecho común de que muchas de estas primeras cristianas traían consigo ramalazos de comportamientos de mal gusto propios de los cultos paganos de procedencia algo que se acentuaría en el caso de Corinto, la capital de influyentes corrientes paganas y filosóficas como el incipiente gnosticismo (practicantes de la gnosis = lit. conocimiento), uno de los grandes enemigos de la fe cristiana durante todo el Nuevo Testamento y los siglos siguientes. Esta influencia negativa se constata especialmente peligrosa y delicada en la iglesia de Corinto según vemos en los escritos de Pablo y en referencias externas. Los capítulos del 12 al 14 de la primera carta del apóstol a los corintios constatan problemas en los cultos y la tendencia de estos creyentes a expresarse en éxtasis espontáneos mediante el don de lenguas o el de profecía[1]. Esto no era malo en sí pero todo debía hacerse “decentemente y con orden” (1ª Co. 12, 40) El gnosticismo constituía una corriente tan poderosa que una parte importante del Nuevo Testamento recoge advertencias para protegerse contra esta influencia pagana. La epístola a los colosenses, a los corintios, a Timoteo o así como las cartas de Juan contienen un grueso de instrucciones contra las antibíblicas amenazas gnósticas. Dado que la doctrina cristiana se estaba asentando por entonces y, obviamente, no tenían aún La Biblia con ellos, muchos de estos nuevos creyentes no habían conseguido desprenderse definitivamente de aquellas creencias paganas que amenazaban con un confuso sincretismo, y esto afectaba muy especialmente a las mujeres. Entre las diferentes vertientes de la gnosis era frecuente que algunas mujeres poseyeran un papel similar al del médium espiritista en las reuniones públicas comunicando mensajes supuestamente angelicales que no eran otra cosa que perversos mensajes expuestos con alboroto e indecencia. En la corriente gnóstica del montanismo (S. II al IV) se llegaba a considerar a estas mujeres como superiores incluso al propio Cristo[2]. Los estudios históricos frecuentemente destacan la existencia de contundentes elementos que favorecían la participación activa y prominente de las mujeres en este complejo movimiento. Para ellas resultaban especialmente atractivos muchos de “los argumentos de la falsamente llamada ciencia(gnosis)” (1ª Ti. 6, 20) que tanto preocupaban a los apóstoles. Como ejemplo citamos un par de escritos gnósticos que dejan entrever esta preeminencia de lo femenino en algunas de sus corrientes. El primero recoge unos supuestos comentarios del apóstol Leví en los que recuerda a Pedro que a María Magdalena “el Señor la amó más que a nosotros[3]”. Otro conocido escrito herético pone en boca de Pedro su malestar con la actitud acaparadora de María Magdalena: “¡Señor, no podemos soportar a esta mujer que nos quita el lugar y no deja hablar a ninguno de nosotros mientras ella habla siempre![4]”. Al margen de que novelas como El Código Da Vinci y otras obras hayan hecho el agosto explotando la exaltación de María Magdalena en los movimientos gnósticos tempranos, lo que constatamos con esto es el énfasis que recaía sobre algunas mujeres iluminadas como vehículo de transmisión esotérica en corrientes paganas que sacudían a la iglesia primitiva en general y a Corinto en particular. Por otro lado vemos que lasolución de “pregunten a sus maridos” es para las esposasy no para las solteras o viudas que sabemos que había en Corinto (1ª Co. 7, 8). Este matiz complica aún más la suposición de que estamos ante dogmas o ante una orden de principios espirituales inherente para todo el género femenino. César Vidal afirma en su obrasobre el gnosticismo primitivo que“la gnosis había hecho especialmente estragos entre el elemento femenino de las mujeres cristianas […] Tan fuerte había llegado a ser el problema, que Pablo optó por recomendar a Timoteo que se opusiera a que hubiera mujeres desempeñando ministerios de enseñaza (1ª Timoteo 2, 11-12) […] Si la ofensiva gnóstica se había infiltrado así entre las mujeres, sería más prudente impedir a estas que enseñaran”. En este delicado contexto religioso se escribe 1ª Corintios 14, 34, un versículo en el que Pablo exhorta al autocontrol de la mujer a modo de “estén sujetas” (hupotasso)que indica que la persona apelada (la mujer en este caso) es llamada a realizar una acción de autocontrol. Margarita Muñiz comenta al respecto que “literalmente el texto dice “que las mujeres se controlen a sí mismas, como la ley dice”. Los eruditos bíblicos han tratado de encontrar tal ley en el A. T. o en la tradición judía, sin conseguirlo. La razón es que Pablo no está aludiendo a la Ley con mayúsculas como traduce la Reina-Valera. Sería inconcebible que Pablo, el gran defensor de la gracia frente a la ley, acudiera ahora a ella. Pero, además, es que no hay ni un texto en el A.T. que afirme tal cosa. En realidad, parece que Pablo estaba haciendo referencia a la ley civil de la sociedad Greco-Romana, que ponía límites a los excesos de ciertas prácticas religiosas, especialmente llevadas a cabo por mujeres[6]”. La coherencia de esta interpretación queidentifica “la ley” con las normas sociales estipuladas y no una Ley mosaica considerada “maldita” ycaduca” por el mismo Pablo (Ga. 3, 14. Ro. 10, 4) se refuerza al estar dentro de una exhortación para un contexto preeminentemente carismático y espontáneo poco dado al protocolo establecido. De nuevo estaríamos ante una evidencia que circunde el silencio de la mujer en un problema y coyuntura específica del entorno sociocultural y religioso del momento. LOS MARIDOS DEBEN ENSEÑAR A SUS MUJERES Pero démosle una vuelta de tuerca más a este polémico mandato de silencio. Durante esta serie ya vimos como aquellas mujeres no tenían derecho alguno a la formación ni educación formal. Por tanto, si a muchos de nosotros nos pudiera escandalizar esta orden para callar en público, lo que a buen seguro asombraría a muchos corintios y contemporáneos sería la otra parte de esta exhortación (14, 34-35); aquella en la que Pablo afirma que “si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos”. Fijémonos en que se pide a los esposos que enseñen en casa a su mujer si ésta así lo desea validando delante de los hombres el derecho de la mujer al aprendizaje. Sin embargo, es cierto que Pablo considera conveniente que esta labor de formación se realice en un ambiente privado y no durante el culto religioso. Algo de sentido común por otro lado. Pocas veces desde los albores de los tiempos se había encomendado a los hombres esta labor de implicación en la instrucción de unas mujeres ajenas a cualquier sistema educativo de índole intelectual fuera de su llamado social y jurídico para hacerse cargo del marido y del hogar como única misión posible. MUJERES EN AUTORIDAD A pesar de las duras contingencias culturales, el papel de dirección o enseñanza le ha sido otorgado por Dios a diferentes mujeres que aparecen en la Biblia. Entre ellas está Débora, gran líder de Israel durante más de 40 años (Jueces 4 y 5). La Escritura recoge ejemplos como mujeres que profetizan en lugares sagrados (Éxodo 15, 20-21; 2ª Reyes 22, 14; Isaías 8, 3; Lucas 2, 36-38; Hechos 21, 8-9). Tenemos a Priscila, quien con su marido Aquila son mencionados juntos las veces que aparecen en la Escritura. También destacan Evodia, Sítique y Priscila como colaboradoras de Pablo o María, Pérsida, Trifena y Trifosa, fieles trabajadoras de la obra de Dios al igual que Junia o Junias (Romanos 16, 7), quien parece ser que ostentaba el cargo de mujer apóstol.De hecho, los manuscritos más fiables recogen el nombre femenino Junia y no Junias[7]. Los primeros Padres de la Iglesia no dudaban de que la compañera de Andrónico en el apostolado fuera una mujer, probablemente su esposa[8]. Juan Crisóstomo, a pesar de haber dejado escritos muy misóginos, dice sobre la bíblica Junia:cuán grande es la devoción de esta mujer que debería ser contada como digna de ser denominada apóstol[9]”. Ni siquiera Pablo incurre habitualmente en distinción entre colaboradores masculinos y femeninos, tal y como vemos en el caso de Febe, quien es encomendada a la iglesia de Roma pidiéndoles a éstos que la reciban con una actitud propia de autoridad de la Iglesia. Conociendo sólo un poco de las terribles condiciones sociales en las que se movía la mujer del primer siglo así como las circunstancias específicas que debieron producirse entre las primeras cristianas de Corinto o Éfeso no sólo vemos como tremendamente positivas y dignificantes las palabras de Pablo hacia las mujeres sino también la coherencia entre este mandato para que las esposas callen cuando lo cotejamos con los ejemplos mencionados en los que vemos a numerosas mujeres levantadas por Dios para instruir o hasta para dirigir a su pueblo. En las siguientes entregas analizaremos 1ª Timoteo 2, 9-15


[1]WAYNE A. GRUDEM. El don de profecía en el Nuevo Testamento y hoy. Editorial Vida. 1992. GUY, H.: New Testament Prophecy. Its Origin and Significance, Londres 1947; CRONE, T. M.: Early Christian Prophecy. A Study of its Origins and Function. Baltimore, 1973; AUNE, D. E.: Prophecy in Early Christianity and the Ancient Mediterranean World. Michigan, 1983.
[2] Para el papel de las mujeres en el montañismo, TREVETT, Ch.: Montanism. Gender, Authority and the New Prophecy. Cambridge, 1996.
[3]Evangelio gnóstico de María, epílogo.
[4]Pistis Sophia I, 36.
[5]César Vidal Manzanares. Los Orígenes de la Nueva Era. Grupo Nelson. 2010. p. 106-107. El autor es Cum Laude en Historia por la UNED con la tesis El judeo-cristianismo palestino en el siglo I; De Pentecostés a Jamnia.Trotta, 1995.César Vidal es conocedor de 16 idiomas, entre ellos griego, copto o hebreo. Ha traducido manuscritos gnósticos desde Oriente próximo para su libro Los Orígenes de la Nueva Era, publicado originalmente en 1996 para la editorial Caribe bajo el título En las raíces de La Nueva Era.
[6]Margarita Muñiz. La interpretación bíblica y el papel de la mujer. Alhetheia, nº 12. p. 67.
[7]U.-K. Plisch, “Die Apostelin Junia: das exegetische Problem in Röm 16.7 im Licht von Nestle-Aland27 und der sahidischen Überlieferung”: NTS 42 (1996) 477-478
[8] Citado en V. Fábrega, War Junia(s), der hervorragende Apostel (Rom.16,7), eine Frau?”, p. 63-64
[9]Chrysostom, Homily on Romans 16, in Philip Schaff, ed, A Select Library of the Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, vol. II. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Pub. Co., 1956, p. 555.

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