Leer…

Algunas personas son felices contemplando escaparates de tiendas de ropa.

16 DE ABRIL DE 2011 · 22:00

,
A otras se les hace la boca agua frente a las pastelerías, colmados y ciertos establecimientos de alimentación presentados con esmero. A otras se les van los ojos admirando las joyas expuestas en esas delicadas muestras detrás de unos cristales que reflejan brillos exquisitos. Otras disfrutan acercándose a los libros. Títulos, autores, diseños de portada… contraportadas, argumentos, más títulos, más autores, el olor del papel, más historias, los sueños que intuyes, las breves biografías de los escritores, los clásicos, la sección de novedades, el olor de la tinta, las rarezas, la música y la luz y el sabor y el olor y el frío y el hambre en palabras… los pasillos y las estanterías de la librería, el librero y la librera expertos, los poemas, más cuentos, la caricia furtiva a una portada especialmente atractiva… la alegría y la soledad y la perplejidad y el dolor y la traición y la pérdida, más poesía… Y se te pasa el tiempo que no te das ni cuenta, y no encuentras el momento de marchar, y te cuesta elegir entre tanto bueno y, si no fuera porque el bolsillo te ayuda a decidir y el espacio en tu casa te aconseja definitivamente prudencia, te llevarías diez, quince, veinte volúmenes en cada incursión a esos que tú consideras templos de todas las otras vidas posibles. Conversaba hace unas semanas con un profesor de literatura de secundaria, de Segovia, y me revelaba sus nuevos hallazgos, lo que le había hecho disfrutar con la lectura en los últimos tiempos: siempre Auster y Koetzee, y en general los anglosajones, pero también Ian McEwan, con su impactante Expiación, Ishiguro, con Lo que queda del día, o de N. Gordimer, El encuentro. Y me confesaba que estaba contentísimo con el Nobel concedido a Mario Vargas Llosa, de quien lo había leído todo, y que se alegraba mucho del Cervantes a Ana María Matute, que era como si hubieran premiado a una tía suya muy querida, y que el flechazo comenzó cuando un profesor le hizo leer su cuento titulado Los Chicos. Me hablaba también, este amigo maestro, que muchas veces acaba desquiciándole lo poco que suele gustar la lectura a la mayoría de los adolescentes. A los que desde niños disfrutamos leyendo -posiblemente los que estáis siguiendo estas líneas en esta revista digital sois de ésos- nos cuesta entender cómo alguien decide prescindir de este placer.Pero corren malos tiempos para la página impresa. Quizá por la calma y el silencio que requiere; quizá porque el cine cuenta historias de una manera que resulta más asequible, más atractiva o más cómoda; o porque las nuevas tecnologías todavía fascinan demasiado, y su inmediatez y brevedad, y la forma de interactuar con todo el planeta capta la atención de tal manera que no deja lugar ni para las relaciones personales ni tampoco para la lectura tranquila. Y esta vida atropellada, y la superficialidad, y la música a todo volumen, y la televisión con toda esa oferta vergonzante… Algunos vemos que tenemos un problema, y serio. Y si os estáis preguntando: ¿de qué va este artículo? Estoy pensando en los niños y jóvenes, principalmente, pero también en un gran número de adultos: si la gente, comúnmente, no lee; si la revelación que tenemos del Dios Eterno y Salvador es en forma de palabras escritas; si el argumento para dejar un texto es ‘no me engancha’, y las traducciones bíblicas en ocasiones están muy alejadas del lenguaje común e inteligible; si ya, ni tan siquiera, se tiene el hábito de coger un libro entre las manos; si en nuestras reuniones, con los proyectores y demás, y por facilitar las cosas, siempre andamos con el ‘no hace falta que lo busquéis, ya leo yo el texto…’, podría darse el caso de que hubiera creyentes en el Dios de la Biblia que no le leyeran jamás. ¿Jamás, dices? Jamás, digo. Ya sabemos que la Biblia no es un libro mágico, que sólo con fijar la vista sobre él confiere a quien lo mira algún tipo de beneficio o poder. Lo que sí sabemos es que contiene lo que el Señor de cielos y tierra ha querido dar a conocer de sí mismo, sobre todo en la vertiente que nos afecta a nosotros como humanos, por nuestra trágica situación a causa del pecado. La Biblia explica todo lo que necesitamos saber para acercarnos a Dios de nuevo, entendiendo el precio infinito que esto ha costado. Y como sea que estas realidades son, aunque entendibles por un niño, profundas por su misma naturaleza de eternidad e infinitud, una vida entera de meditación y estudio permite apenas intuirlas en su gloria y magnificencia. ¿Cómo saber, cómo conocer cabalmente acerca del Rey de Reyes y Señor de Señores? ¿Por revelación particular? ¿Por iluminación absoluta? ¿Por intuición adivinatoria? No. Si fuera así, Dios no se hubiera tomado la molestia de dejar su Palabra escrita. Las diversas traducciones pueden ayudar a acercar el texto. Y sé los reparos que hay cuando hablamos de este tema. Personalmente, yo soy de la Reina-Valera del 60, son las palabras que leí desde mi niñez y que recibí con explicaciones detalladas en las predicaciones y en los estudios bíblicos. Tanto es así que, al leer las nuevas versiones que se proponen, me parecen menos inspiradas. Ya me entendéis: me molestan en general las paráfrasis, las sustituciones directas de día de reposo por sábado, echo de menos los giros tipo de cierto de cierto os digo, la eliminación de conceptos teológicos complicados por otros que me parecen flojos, incluso en ocasiones me desaparece la palabra que yo creo clave de un versículo… Pero, y ahí es donde voy, los chavales no entienden en general ese castellano antiguo, que sí, es el nuestro, pero es antiguo. Propongo buscar versiones de la Biblia que faciliten la comunicación del mensaje de Dios, no que lo oscurezcan a las personas de hoy. Y planteo también animar de manera intencional a la lectura, comenzando con textos cortos y esclareciendo lo que no se haya comprendido. Cada padre, cada educador, deberá idear, de la manera más personalizada posible, la manera de hacer que los niños lean. Quizá comenzando con los titulares deportivos para seguir con algún artículo breve en la prensa. Luego cuentos y novelas brevísimas de su interés (medievalizantes, de vampiros, de…). Porque se trata de crear un hábito… beneficioso en este caso. Porque la Biblia no está presentada en power point y, para conocer a Dios, hay que leerla a la manera clásica. Pero seguiremos con el tema. “Más alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy el Señor, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero…” (Jer. 9:24)

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde mi balcón - Leer…