Ganar el cielo sin perder la tierra

Erase una vez una comunidad cristiana paupérrima en extremo.

09 DE ABRIL DE 2011 · 22:00

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Sus miembros vivían de la mendicidad, se alimentaban en los comedores de beneficencia, se aseaban en los baños públicos y dormían en la calle en época estival, mientras que en invierno cada cual se apañaba como podía. Con todo, la desgracia terrena contrastaba con la dicha eterna que les esperaba. O al menos eso es lo que les aseguraba Benítez, el único que gozaba de buen status económico. La vida le había cambiando cuando la normativa de la construcción obligó instalar en los edificios captadores solares para calentar el agua sanitaria. Estaba muy solicitado por los vecinos del pueblo en que vivía, donde era el único instalador que tocaba el tema solar. Para él estaba claro, su fe le sacó de la penuria, y así lo declaraba en su comunidad: “saldréis de la miseria cuando vuestra fe lo permita, pero tranquilizaos, estáis en el camino, la vida eterna nadie os la podrá arrebatar, es lo único seguro en vuestras vidas atribuladas”. Benítez era el único hermano que ganando el cielo no perdía la tierra, la gracia de Dios era más evidente en él a los ojos de todos los miserables feligreses. Un día el hambre hizo pensar más de la cuenta a un joven, en una de las reuniones en que Benítez consolaba a los asistentes con palabras más divinas que humanas. Al acabar Benítez le concedió unos minutos al joven y éste le dijo: “Si me enseñase usted la técnica de la instalación de los captadores solares, ¿no sería el modo en que Dios mejorase mi existencia?” Benítez no contestó al momento, le dijo que le daría una respuesta al día siguiente. Aquella noche Benítez se fue a dormir pensando en la pérdida de privilegios económicos que supondría competir en el pueblo con un segundo instalador. Esos pensamientos definieron sus sueños, en que una voz de procedencia desconocida le decía: “Bastante desprendimiento muestras hacia tus hermanos compartiendo tu dicha eterna, sería el colmo que además aceptases competidores en temas terrenos”. Al despertar calificó de extremista aquella voz, es verdad que les enseñaba el camino estrecho que conduce a la vida, pero eso no suponía ningún costo para él. Con todo no descartó se pudiera tratar de una advertencia divina, ¿quién sabe? —De buena gana te instruiría en el tema solar, pero ¿no supondría para ti el debilitamiento de tu fe? ¿Dejarías de mostrar una dependencia plena y única en nuestro Señor? ¿No estás manifestando una confianza excesiva en los hombres? A pesar de ello no seré yo quien te defraude, como me has caído bien y me inspiras confianza, a partir de hoy te nombro acomodador de la iglesia— remató Benítez. Agradecido y conformado, el pobre joven se alejó culpándose de haber pretendido algo más que la sola gracia de Dios.

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