Los Presidentes españoles en zapatillas

LOS PRESIDENTES EN ZAPATILLAS, María Ángeles López de Celis. Espasa Libros, Madrid 2010, 269 páginas.

22 DE ENERO DE 2011 · 23:00

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De Rubén Darío son estos versos: El libro, ¡bendito sea! pues con afán inaudito vuela por el infinito con las alas de la idea. Así me ha llegado este libro, que he leído en un viaje de ida y vuelta Madrid-México. Con ideas en sus alas, el más feliz tratado para el conocimiento de presidentes de gobierno. Su lectura ilustra sobre hechos que ignoramos, que la mayoría de las personas desconocen. Cómo son en la intimidad los presidentes que rigen los destinos de un país. A los 21 años María Ángeles López entró como secretaria en el palacio de la Moncloa, donde trabajan y tienen su residencia los señores presidentes. Pasó los siguientes 32 años sirviendo a cinco jefes de gobierno. Antes de solicitar la jubilación anticipada el pasado verano, se entregó a la tarea de escribir cómo son, cómo viven los presidentes, qué secretos esconden las paredes del palacio, qué situaciones rocambolescas han ocurrido allí, cómo son éstos hombres en la intimidad, sus manías, sus secretos, su vida cotidiana. El resultado fue LOS PRESIDENTES EN ZAPATILLAS. La autora, nacida en Madrid hace 53 años, casada y madre de un hijo, es licenciada en psicología por la Universidad autónoma de Madrid y funcionaria de carrera. En entrevista para el diario EL PAÍS, concedida a Patricia Gozálvez, López de Celis afirma que tuvo muchas dudas cuando le propusieron escribir el libro. “Yo tenía claro que quería hacer una cosa muy blanca”, dice. Aunque se confiesa de izquierdas, asegura que no le costó trabajo mantener la objetividad, “porque es lo que ha de hacer una secretaria de la Moncloa”. Su gran orgullo profesional ha sido –agrega- haber vivido la transición política en primera línea. Y su mayor frustración “no haber trabajado para una mujer presidenta”. LOS PRESIDENTES EN ZAPATILLAS recorre la historia de España desde la transición política a nuestros días. Opina sobre los cinco presidentes con los que trabajó. El primero de ellos, Adolfo Suárez, elegido por el rey en julio de 1976, siete meses después de la muerte del dictador Franco. Le siguen los que después de Suárez ostentaron la jefatura del gobierno; Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. María Ángeles López habla de “la calidez de Suárez, de la seriedad y coherencia de Calvo Sotelo, de la adustez de Aznar, del encanto de Felipe González y de la impasibilidad de Zapatero”. El retrato que hace de los presidentes del gobierno lo amplia a sus esposas. De Amparo Illana, mujer de Suárez, destaca su sencillez. La esposa de Felipe González, Carmen Romero, la describe como una mujer muy independiente. Dice de Ana Botella, mujer de Aznar, que protagonizaba un intervencionismo casi religioso y de la esposa de Zapatero afirma que por vivir fuera de su hábitat natural como señora de provincia se siente incómoda. Con la autoridad que le da el haber formado parte de la secretaría de los cinco presidentes del gobierno de la democracia, López de Celis revela la cara oculta de estos dirigentes: de Suárez a Zapatero. Dice de Suárez que tenía una mirada penetrante, entre confiada y veloz, limpia y afectuosa. “Había otra manera de mirar, con tintes más varoniles, cuando compartía conversación con una mujer de su agrado. No cabía duda, Adolfo Suárez era un seductor y las mujeres lo adoraban”. Tres años después de ejercer como jefe de gobierno, María Ángeles describe a Adolfo Suárez como un hombre cansado, empequeñecido por las continuas traiciones, desprestigiado y vilipendiado por casi todos. El proyecto de Ley de Divorcio lo enfrentó a la jerarquía católica. Esto le dolió en exceso. Hombre de profundas convicciones religiosas, vinculado al Opus Dei a través de su esposa, lo que menos deseaba era discutir con cardenales y obispos. El martes 27 de enero de 1981 acudió al Palacio de la Zarzuela para comunicar al rey su dimisión. Ahora vive aislado, sin conocer a nadie, atacado por la enfermedad de Alzheimer. “Tuvo muchos amigos, pero le quedan muy pocos”, dice Ángeles López. De Leopoldo Calvo Sotelo destaca su seriedad casi monacal. Uno de sus ayudantes, Luis Sánchez Merlo, le decía: “Leopoldo, cada vez que sonríes en campaña perdemos veinte mil votos”. El segundo presidente de la joven democracia española tomó el poder el 25 de febrero de 1981, dos días después del fallido golpe de Estado que estuvo a punto de cercenar todas nuestras libertades. La jefatura de Calvo Sotelo duró poco tiempo. El 28 de octubre de 1982 el Partido Socialista Obrero Español arrasó en las urnas. El 2 de diciembre, su secretario general, Felipe González, sustituyó a Calvo Sotelo al frente del gobierno. De Calvo Sotelo dice la autora que fue, sin duda, “el presidente de mayor talla intelectual de la democracia. Podía haber sido cualquier cosa; su formación y su inteligencia se lo permitían”. Añade que fue un hombre de profundas convicciones religiosas, católico practicante, que supo poner a España “la camisa de la esperanza”. María Ángeles López, socialista, no oculta en el libro sus simpatías hacia Felipe González. Este abogado sevillano, curtido en la oposición clandestina, fue investido presidente de la nación española el 2 de diciembre de 1982 y gobernó el país hasta 1996. Para la autora del libro, que lo tuvo cerca a lo largo de su extenso mandato, Felipe González “prefería la idea a la acción, la palabra al hecho, la tranquilidad a la agitación y la vida contemplativa a la ejecutiva”. Su personalidad llenaba los espacios. “Felipe González no seduce, hipnotiza”, agrega. Una de las anécdotas que más polémica ha suscitado del libro es la referida a la relación entre Felipe González y su ministra portavoz del gobierno, Rosa Conde. Transcribo literalmente lo escrito por María Ángeles López: “No cabía duda de que entre ambos siempre hubo una atracción especial que trascendía lo puramente profesional. En un momento dado, el despacho de Rosa Conde, que estaba siendo sometido a una pequeña reforma, se hizo inhabitable y el presidente le prestó temporalmente el suyo, mientras él se instalaba en el Palacio. La visitaba con frecuencia en la tranquilidad del edificio y, eventualmente, echaban el pestillo de la puerta”. Aquél año 1996 España dio un vuelco ideológico, pasando de la izquierda política a la derecha. El Partido Popular ganó las elecciones. Con votos propios, de la catalana Convergencia y Unión, del Partido Nacionalista Vasco y de Coalición Canaria, el abogado José María Aznar, jefe del partido, fue investido presidente de la nación. En el libro de María Ángeles no abundan los elogios a este presidente. Con todo, reconoce que le definía la autodisciplina y capacidad de trabajo. “Su imagen para la opinión pública –agrega- era la de un hombre sobrio, introvertido, austero en su puesta en escena y con un discurso escueto, pero directo y contundente”. En su contra escribe que la participación de España en la invasión de Irak obedeció a postulados exclusivamente personales, arrastrando con ella a ministros, diplomáticos y responsables políticos”. Otro vuelco ideológico. Otro enorme salto político, ahora en dirección contraria, de derecha a izquierda. Abandona la Moncloa el presidente populista José María Aznar y le sucede el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, cuya ceremonia de investidura tiene lugar el 15 de abril de 2004. María Ángeles López destaca que en el primer gobierno de Rodríguez Zapatero ostentó el cargo de vicepresidenta la primera mujer que llegó a tan alto rango en la historia de España, María Fernández de la Vega. Y explica así su gestión política: “Tal vez su gobernanza carezca del brillo relumbrón que ha caracterizado el balance de gestión de sus antecesores. Son otros los tiempos y otras las circunstancias, pero yo, desde aquí, quiero resaltar la patente preocupación de este hombre por la paz y la justicia, en su vertiente igualatoria de todos los ciudadanos en sus derechos y libertades”. Aún cuando todo el libro está lleno de confidencias, su autora dice sonriendo que no es una deslenguada, que calla más de lo que habla. Pues si tanto calla, a sus lectores nos gustaría una segunda parte.

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