El hombre feliz sí tenía camisa

Uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer a un tipo que un día fue feliz.

25 DE JUNIO DE 2010 · 22:00

,
Lo ha publicado P+D en su edición 338 del 22 de junio de 2010. “A partir de los 50 años suele llegar lo mejor de la vida” y yo —que ya hace tiempo pasé esa barrera, sin llegar a los 73— hoy me he sentido feliz como el tipo que conoce al amigo de la calle del inventor de la entradilla de este artículo. Feliz como un niño cuando sale de la escuela. El informe dice que pasados los cincuenta se controlan mejor las emociones negativas y se relativizan los malos recuerdos; que la preocupación y el mal humor son mínimos. Que los sentimientos positivos aumentan y los negativos se reducen. Ya sé que se reflejan la media observada en el conjunto de la población y no la trayectoria vital de cada ciudadano, pero es que hoy he coincidido totalmente. En mi caso ha sido porque, en la misma medida que se ha hecho casi nula la posibilidad de sorprenderme, ha ido aumentando, y de qué manera, la capacidad de disfrutar cuando otros se sorprenden. Salir a pasear con un niño de cinco años y observar su comportamiento es una experiencia que no se paga con dinero. Entrar en la estación de tren e introducir el billete en la ranura para que se abra la barrera de acceso es algo extraordinario. Llegar al andén, descubrir la vía por la que llegará el tren y apretar el pulsador que abre la puerta del vagón es toda una aventura. Decidir el asiento va más allá de lo trascendental. La emoción de entrar en el túnel y que se haga de noche sólo es comparable a la de salir del túnel y que se haga de día. Que las escaleras mecánicas estén estropeadas y tener que subir a pie puede rayar la tragedia. Ver la playa desde el tren le ilumina la cara como si nunca en su vida hubiera visto el mar. La felicidad completa es saltar de roca en roca junto a la arena en paralelo a la playa. Llevarse los prismáticos a la cara y decir “está cerca”, retirarlos y decir “está lejos” mientras contempla un velero es todo un acontecimiento. Sentarse junto al mar vestido y ser salpicado por una ola incontrolada le despierta el deseo de permanecer allí hasta que vuelva a pasar aunque quede chorreando hasta llegar a casa. Y el paroxismo llega ante un helado de fresa cuando se relame al cogerlo, se atropella para quitarle el envoltorio y empieza a chupar a la carrera. No sé exactamente qué será la felicidad pero vivir todo eso se le tiene que aproximar bastante. Si los que no creen en Dios le echan las culpas de todo lo malo del mundo y yo mismo le he preguntado mil veces por qué me deja pasar por adversidades ¿no será lógico darle gracias con todas mis fuerzas ante disfrutes tan sencillos y limpios como intensos?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cartas de un Amigo - El hombre feliz sí tenía camisa