El matrimonio, condenado al fracaso

¡Vaya novedad! Eso es lo que dice el noventa por ciento de la población. El resto se reparte entre quienes lo piensan sin decirlo y unos ciegos residuales que confían en su bondad porque todavía creen en los reyes magos.

26 DE SEPTIEMBRE DE 2009 · 22:00

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Algunos lo dicen con más contundencia: El matrimonio es un fracaso total. No les faltan ejemplos, argumentos ni experiencias. Para empezar, la elevada tasa de divorcios entre creyentes y no creyentes. La gran cantidad de parejas de hecho que se rompen poco tiempo después de la boda. Los que aguantan por aguantar pero ya no se soportan, aunque esos son los menos a estas alturas. Todos conocemos a alguien que creyó en el matrimonio, lo intentó y luchó todo lo que pudo pero se le murió en las manos y le dejó una carga amarga para el resto de su vida. Lo chocante del título no está en su enunciado sino en que procede de alguien convencido de que el matrimonio es una institución divina y que fue marido de una sola mujer durante decenas de años hasta el que el Señor se lo llevó. Encierra una visión realista y experimental. No sólo es que la institución no garantiza el éxito y que existe la posibilidad del fracaso, sino que tiene en si misma una tendencia natural hacia el hastío y la ruptura. El impulso inicial se acaba, pronto o tarde, pero se acaba como todas las cosas que no tienen más que el impulso inicial. Así se ven tantos casos que pasan del maravilloso enamoramiento al ´ya no siento nada´, en un tiempo record. Más allá de la mera formulación, el título pretende ser un toque de atención y a la vez un reto para evolucionar desde el enamoramiento al amor de pareja sólido y consistente. Recuerda que el matrimonio es una relación viva con todo lo que eso implica. Hay que cuidarla, estimularla y alimentarla porque de lo contario se muere. La relación de pareja es algo que se construye cada día y eso muchas veces implica la superación de adversidades. No se trata de esperar ingenuamente que el impulso inicial tenga suficiente fuerza para llegar al final del camino, aunque sea por los pelos. La lucha por mantener vivo el matrimonio vale la pena y produce grandes satisfacciones. “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne” (Génesis 2:24). ¿Que esto es trasnochado, casposo y huele a naftalina? Pues vale.

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