¿Menores o culpables?

Hacía pocos meses que Amador estaba jubilado. La pensión no estaba del todo mal pero eso no se podía decir. Se consideraba en condiciones de ser productivo todavía unos cuantos años y estaba perfilando en qué se iba a ocupar a partir de ahora. Aprovechaba su inactividad transitoria para repasar el desarrollo de su vida; su infancia y adolescencia, su juventud, su trabajo y su casa.

05 DE SEPTIEMBRE DE 2009 · 22:00

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Disfrutaba leyendo el periódico —si es que a eso se le podía llamar disfrutar— sin la presión del tiempo y se paraba con calma en todo lo que le interesaba. Habían empezado los calores de aquel primer verano diferente cuando se topó con dos noticias sobrecogedoras. Dos niñas de trece años habían sido violadas por un total de trece violadores casi todos ellos menores. La mayoría eran inimputables por razones de edad y, por lo tanto, al día siguiente de su detención estaban en su casa haciendo vida normal. Unos pocos irían a un centro de menores a fin de ser reeducados y sólo uno haría frente a la responsabilidad penal de un delito tan repugnante. Siguió de cerca las reacciones de políticos, periodistas y opinantes en general. Cada cual tiraba por su lado, unos proponían endurecer las penas, otros rebajar la edad de responsabilidad penal, otros educar en valores. Tampoco faltaban los partidarios de no reformar nada con tal que la ley en vigor se aplicara convenientemente. La verdad es que Amador estaba desbordado y perplejo sin saber qué carta quedarse. De repente se imaginó lo que podía haber pasado si el hubiera cometido una violación a sus trece años. Con ley del menor o sin ella, con responsabilidad penal o si ella hubiera preferido al juez de menores y la misma cárcel que mirar a su padre a la cara. No porque su padre fuera violento, nada de eso. Su padre era severo pero también cariñoso y cercano. Para él era la máxima expresión de la rectitud moral, la vara de medir lo bueno, lo malo, lo procedente y lo contrario, lo justo, lo sano, lo conveniente, en fin era su referente. Se imaginaba el peso de la culpa que le produciría el silencio en su casa cuando sus padres se enteraran de la noticia. No sería capaz de aguantar la mirada de su padre en la mesa mientras comieran. Pensó en las muchas ocasiones que, sólo con acordarse de lo que diría su padre, se había frenado en malas acciones. Pero no tenía importancia eso era una manera de educar hoy ya superada. Casi seguro que le podía nostalgia y sin duda estaba idealizando a su padre. Tal vez la memoria que ya empezaba a fallar le dibujaba una realidad que nunca fue. Sin duda esto lo sacarán adelante las leyes que hagan otros y que aplicarán, o no, terceros. Será eficaz la educación que impartan otros aunque sean desposeídos de toda autoridad y las culpas que siempre salpican al vecino.

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