Algunas dificultades

Tercera y última parte de un cuento en tres entregas, que trata un serio problema que se desencadena en el cielo al llegar el arrebatamiento: “Tenemos un problema”, de la escritora Febe Jordá.

19 DE JUNIO DE 2009 · 22:00

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Tenemos un problema (y III)

Pero no a todos los ángeles les es tan sencilla la tarea. Los que han sido comisionados para Europa, lo tienen más difícil. Una de las parejas, que ha ido a una ciudad que, a estas horas de la noche muestra un precioso y alto pirulí azul y rojo y una hermosa fuente iluminada con luces de colores, ha quedado muy sorprendida por lo que ha encontrado. Hay que decir que se les ha facilitado un listado provisional de miembros de iglesias, y por ahí han comenzado. Pues bien, cuando llaman al timbre de uno de los pisos, les ocurre lo siguiente:
  • Buenas noches. Venimos en el nombre del Señor a recoger a su Iglesia.
Y les responde el individuo: “¿Ahora?”. ¡Se ve que no le viene bien! ¡Que le interrumpe algo más importante que ir con el Salvador a la morada eterna! Y a aquellos dos ángeles se les ponen los ojos como platos, y se miran y, encogiendo los hombros y las alas dicen, casi en un susurro: “Oh, disculpe, quizá es un error…”. Y se marchan. Otros dos se encuentran con que, al pedir que se acrediten los frutos, les muestran el certificado de bautismo.
  • Oh, no, lo lamentamos mucho. Esto no sirve –dice uno de los ángeles.
  • ¿Cómo que no sirve?
  • Bueno, señora, verá. Al encontrarnos en esta tesitura un tanto particular con el tema del arrebatamiento, nos han entregado un ´protocolo´… para evitar errores –continúa el ángel.
  • Es que se da el caso –añade el compañero- de personas que son miembros de iglesias durante años… y nunca conocieron al Señor.
  • Yo he asistido todos los domingos por la mañana a las reuniones, y he sido un miembro legal, quiero decir, sin causar problemas –dice dignamente la mujer.
  • Muy bien –responde el primero de los ángeles-. Pero sería necesario que nos indicara qué servicio hizo usted… por amor.
  • ¿Cómo dice?
  • Que qué frutos muestra para que se conozca que es usted hija de Dios, señora –tercia el otro-. Nuestra consigna es que “por los frutos los conoceréis”.
  • Me están ofendiendo ustedes. Así que, lamentándolo mucho, voy a cerrar la puerta, si me permiten.
Y, efectivamente, eso es lo que hace. Los ángeles nunca han comprendido a los humanos, empezando por el hecho de que rechazaron a Dios ya en el maravilloso Edén y luego, vez tras vez, la obra de la expiación de su Ungido. Están locos, estos humanos. En otra de las casas, un señor les argumenta:
  • De joven fui a una campaña evangelística de verano… no, perdón, a dos.
  • ¿Algo más? –pregunta el ángel.
  • Bien… -el hombre se concentra en pensar-, yo a veces participaba con oraciones, y eso es “fruto de labios”, ¿no?... y prediqué también un par de veces… Y, lo más importante, no causé problemas en mi congregación.
Los ángeles se miran, con la duda pintada en sus rostros.
  • Perdone, pero, conociendo usted al Señor desde joven –dice uno de los dos-, ¿esto es todo lo que hizo por Él?
  • Me temo que no comprendo… -comienza a decir el hombre.
  • Si hemos de conocer a los hijos de Dios por sus frutos –explica el ángel-, en nuestra modesta opinión esto que usted nos dice queda muy, pero que muy pobre…
Y las dos criaturas celestiales abandonan con pesar aquella casa, dejando al hombre perplejo, con la mano apoyada en el pomo de la puerta, mirándoles cómo se alejan. En otro lugar, una mujer abre la puerta de su piso y, al contemplar el aspecto imponente de los visitantes, de manera instintiva, seca sus manos en el delantal que lleva puesto y se alisa torpemente el cabello.
  • Buenas noches, señora. Venimos en el nombre del Señor a recoger a su Iglesia.
La cara de la mujer se ilumina e inmediatamente corre hacia el interior de la casa llamando a sus hijos que ya están acostados:
  • ¡Niños! ¡Niños, despertad, levantaos! ¡Rápido!
Y después de golpear primero y abrir después un par de habitaciones, se presenta la mujer en la puerta con cinco chiquillos de distintas edades. Los pequeños, aunque frotándose los ojos, reconocen lo que su madre les ha contado en ocasiones: son ángeles, así que hoy debe ser un gran día. La niña mayor, una muchachita, mira con temor a los visitantes. Si es lo que ella teme, va a quedarse sola. Porque, efectivamente, aquella madre, como frutos de amor, acredita haber hablado del Salvador no sólo a sus hijos, sino también a todos sus vecinos y conocidos, y haber atendido muchas de las necesidades de las que tuvo conocimiento con modestia y humildad. Y ella misma confirma nombres de la lista provisional que llevan los ángeles… Otros dos ángeles, dudan.
  • ¿Dónde dices que hemos de buscar a éste? No puede ser.
  • Ya sé que parece raro…
  • Es que no debería estar ahí, siendo hijo del Rey. Deshonra a su Padre…
  • Ya lo sé, ya lo sé. La cara que se le va a quedar cuando nos vea…
Una de las parejas, sin embargo, lleva un retraso considerable. Ha llegado a una finca más lujosa que la mayoría, donde un tipo lleva un buen rato enumerando sus supuestos frutos:
  • Yo he predicado en decenas de iglesias de España y del mundo; he dado clases en seminarios e institutos bíblicos; tengo un equipo que trabaja allí donde le digo; salgo en televisión y radio con mucha frecuencia; mi opinión es tenida en cuenta en multitud de foros…
Mientras el hombre sigue con la relación de méritos, los ángeles están consultando el protocolo, y uno señala discretamente con el dedo el apartado e) “Repetición continuada de palabras tales como yo, mí, me, mío… Desconfiar”. Entonces, levantando la mano para pedir que calle un momento, el ángel pregunta:
  • ¿Por qué hace usted todo esto?
  • ¿Perdón? –parpadea perplejo el hombre, como si nunca antes persona alguna hubiera cuestionado su trabajo.
  • ¿Cuál es el motivo que le lleva a…? -comienza a aclarar el ángel.
  • Ya sé lo que quiere decir –interrumpe el caballero-. Pues porque la gente me necesita…
  • ¿Les ama, señor?
  • ¿Perdón?
  • Que si les ama.
  • ¿A quiénes? ¿A esos pobres infelices? –la cara de sorpresa del hombre lo dice todo.
  • ¿Y a Cristo? ¿Ama usted a Jesús?
  • Claro, claro…
Los dos ángeles se miran y, sin mediar palabra, emprenden veloces el vuelo hacia el siguiente lugar… EN LAS NUBES Lo que en realidad ha durado un parpadeo, a algunos de los escogidos les ha parecido un poco más, en tiempo terrestre, ya que su mala conciencia les ha hecho sudar y sentir frío a la vez, pensando: “¿Cómo no me ocupé de mi salvación con temor y temblor, tal como me indicaba el Libro Santo?”. Ahora ya están todos en las nubes, incluso aquellos que no pudiendo presentar fruto alguno son salvos así, como por fuego, porque el Señor conoce a los suyos, incluso los infieles que sufrirán pérdida, pudiendo haberlo tenido todo. Incluso también aquellos cuya deslealtad consistió, incomprensiblemente, en trabajar para el Enemigo en medio del pueblo de Dios, minando la viña, como aquellas alimañas que explica el Libro Bendito. Ni uno solo es arrebatado de Su mano, a pesar de todo. Porque llevan el sello del Espíritu Santo y no hay confusión posible para Él. Y ahí llega. Se hace un silencio reverente. Si no fuera porque sabemos que su sangre nos limpia de todo pecado, no osaríamos levantar la mirada, mientras permanecemos en el aire para recibirle. ¡Y le vemos al fin! Lleno de gloria y majestad… con las señales en las manos, en los pies, en su costado… radiante de alegría porque por fin tiene a su lado para siempre el fruto amado de la aflicción de su alma. Y caemos de rodillas… Dedicado a los que no cejan en el empeño del trabajo encomendado por el glorioso Señor y Salvador a pesar del cansancio y las dificultades.

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