Una Iglesia con propósito

No hay nada más destructivo para cualquier grupo, organización o iglesia que carecer de un propósito, de visión. Lo reflexiona Jaume Llenas en una serie de artículos sobre Una Iglesia con propósito.

21 DE SEPTIEMBRE DE 2007 · 22:00

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(Proverbios 29: 18 - Hebreos 11: 10)

Como nos ha recordado recientemente Rick Warren en sus libros acerca del propósito de la vida, y el de la Iglesia, no hay nada más destructivo para cualquier grupo, organización, iglesia, etc. que carecer de un propósito. Hay grupos que parece que existen simplemente con el propósito de perpetuarse. Hay iglesias que parecen no ir a ninguna parte, cuyo único objetivo es reproducir un culto más, y a ser posible, que sea lo más parecido al culto del último domingo, ya que eso debe de ser garantía de fidelidad. No tener propósito es letal, cualquier miembro de un grupo así algún día acabará preguntándose para qué estamos aquí. Perder la visión, el propósito, es perder el sentido o la razón por la que estamos aquí. Por ello la función de un líder es mantener clara la visión de la organización. Cuando hablamos de visión estamos hablando de la razón de ser, aquello que provee de sentido de dirección, de forma que cada miembro debe poder responder a la pregunta de: ¿para qué existimos? ¿a dónde nos dirigimos? Dios no nos ha dejado sin visión. La Biblia está llena de versículos en los que Dios sitúa claramente el propósito de su pueblo. NECESIDAD DE UNA VISIÓN Es curioso como Hebreos nos muestra que detrás de la aparente dirección geográfica de Abraham, él era capaz de tener un propósito que iba más allá. Dios le dirigía de su tierra en Ur hasta Haram y de allí a Canaán. Abraham era un nómada dirigido por Dios geográficamente, sin embargo él buscaba algo mucho mejor: «porque él esperaba (en realidad miraba hacia delante) la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios». Nada de lo que había aquí era suficiente, en cualquier lugar él era un extraño, un descontento, porque no había aquí nada que pudiera hacerle feliz. Él tenía una visión mucho más grande, una ciudad con cimientos (no una ciudad de tiendas como en las que probablemente viviría), cuyo arquitecto y constructor fuera Dios. Ahí hay sentido de disconformidad con la realidad presente y una clara visión de que las promesas de Dios son siempre mucho mejores de lo que podemos llegar a tener aquí. Dios preparaba una ciudad eterna para Abraham. Moisés se horrorizó al ver la situación de su pueblo. Él hubiera podido quedarse indiferente, a él aquello no le tocaba personalmente. Él vivía en el palacio de Faraón. Pero la visión del propósito de Dios no le dejaba indiferente. Otra vez vemos ese sentido de disconformidad y la visión de una mejor situación de lo que Dios quería para su pueblo. Nehemías se conmovió al escuchar sobre los muros destruidos de Jerusalén. Hageo se escandalizó al saber que sus compatriotas vivían en casas de diseño y que la casa de Dios estaba en ruinas. Otra vez vemos el elemento de disconformidad con el presente y la visión de la voluntad de Dios. De ahí parte el llamamiento: Venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, a lo que el pueblo respondió: Levantémonos y edifiquemos. En todo esto tenemos los dos elementos de la visión. Está compuesta por una profunda disconformidad con lo que es y por una clara comprensión de lo que podría llegar a ser. Así fue en el ministerio de Jesús. La mezcla de indignación y compasión son una combinación tremendamente poderosa. La apatía es la aceptación de lo inaceptable. Hay cosas que a los ojos de Dios son inaceptables, inadmisibles. A veces nos acostumbramos a verlo y dejan de ser afiladas para nosotros. Esas cosas inadmisibles para Dios dejan de ser una ofensa personal para nosotros. Lo indignante de nuestra generación de creyentes es la falta de indignación, la aceptación de lo que Dios no acepta. Existe una necesidad de mayor indignación, ¿cómo podemos tolerar lo que Dios juzga como inaceptable? Sin embargo, no podemos instalarnos en la crítica. De hecho es fácil comenzar a criticarlo todo y tener una visión negativa de nuestra sociedad. La generación que nos precedió era muy crítica con el mundo. De una u otra manera estaban en contra de todo lo que hacía el mundo. Practicaban una santidad reactiva. Si aquellos que pertenecían al mundo iban al cine, al teatro, a la discoteca, nosotros estábamos en contra y no podíamos ir a esos lugares. Ellos juzgaban todo eso como inaceptable, sin embargo ahí terminaba todo, frecuentemente. Estábamos en contra de todo. La santidad consistía en no contaminarse. La indignación sólo es útil cuando se mezcla con una visión positiva, cuando se mezcla con la compasión. No basta con quejarse, debemos intervenir de alguna forma. Me gusta la frase de George Bernard Shaw que dice: Tú ves las cosas como son y preguntas ¿por qué? pero yo sueño cosas que nunca han sido y pregunto ¿por qué no? Aquí tenemos la mezcla de los dos componentes. Especialmente el sueño, la posibilidad de soñar y de preguntarse «por qué no». Las cosas podrían ser distintas. Quienes no han sido evangelizados podrían ser alcanzados. Los hambrientos alimentados. Los oprimidos liberados. Nos hace falta visión. LA FUENTE DE LA VISIÓN La visión nos puede venir de distintas fuentes. Una posibilidad es que venga de una autoridad denominacional, de los dirigentes en una organización altamente jerarquizada, de un nuevo libro o método, de un gran predicador, etc., es decir, que la visión venga desde arriba. En este caso actúa como las orejeras que se les ponen a los caballos para que avancen en línea recta por donde el conductor quiere. El problema es discernir si eso es verdadera visión, u obediencia ciega. La visión debe ser propia. Sólo funciona cuando es asumida por el grupo. Cuando el mismo grupo la hace propia. Debemos permitir que la visión venga de Dios. Debemos permitir que Dios nos impresione con aquello que Él desea de un determinado grupo de personas. Dios no desea lo mismo de todos. Él ha situado los diferentes miembros en el cuerpo para funciones distintas. No desea que todo el cuerpo sea mano, ni que todo sea corazón. Que otros tengan la visión de hacer las cosas de una forma distinta a la nuestra no significa que se estén equivocando, y que sólo nosotros hayamos captado lo que Dios quiere. Es por ello que si queremos saber el propósito que tenemos como organismo, como iglesia, debemos estar en íntimo contacto con Dios. Todo aquello que nos lleve más cerca de Dios, del conocimiento de su Palabra, de una vida de oración, de una mente abierta para recibir su orientación y su guía, será lo adecuado para recibir la visión de Dios.

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