Unidos en Blanco y negro

Reflexión del médico y político Manuel Suárez sobre la unidad en España tras asesinar ETA a Miguel Angel Blanco, hace 10 años, y la necesaria unidad de la España protestante.

13 DE JULIO DE 2007 · 22:00

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Era sábado, 12 de julio por la tarde; me había pasado la mañana orando para que ETA no matase a aquel concejal de Ermua hijo de emigrantes gallegos; no podía creer que se le pusiese plazo tan cruelmente a la vida de una persona, pero así fue. Y aquella tarde algo cambió; cada vez que se mata a una persona se traspasa una barrera prohibida, pero aquel día supuso un escalón diferente, y la respuesta de la gente fue también diferente porque se sobrepasaron los vallados que separan los terrenos ideológicos y todos confluimos en la condena racional y emocional, como un solo hombre, con un único mensaje. En momentos especiales como aquél, la unidad se impone necesariamente porque todos nos damos cuenta de que están en juego valores profundos, que todos compartimos; permanecen las diferencias ideológicas, pero somos capaces de jerarquizar valores y señalar los que son intocables, y nos unimos bajo ellos cuando se ven amenazados. Los evangélicos de este país compartimos valores intocables, y éstos están siendo amenazados. Si no somos capaces de reconocerlos e unirnos bajo ellos por encima de cualquier barrera, estamos condenados a desaparecer, y quizás merezcamos desaparecer. Aquel 12 de julio los muros ideológicos no fueron tan altos como para que la gente no pudiese saltar por encima de ellos y unirse en defensa de valores fundamentales; y los evangélicos, ¿somos capaces de saltar por encima de nuestros vallados internos en defensa de lo esencial de nuestra identidad? Creo que la pluralidad ideológica es una riqueza, pero no soporto que las diferencias ideológicas o denominacionales o de perspectiva o de estrategia sean tan infranqueables que levanten barreras que nos impidan ponernos del mismo lado en la defensa de nuestra identidad y del meollo de nuestro mensaje. Hace un año charlaba con César Vidal y le decía: “César, tú sabes que yo soy nacionalista y de izquierdas y yo sé que tú eres martillo de nacionalistas, pero doy gracias al Señor porque comparto valores más profundos contigo y oro para que te use para que los que te escuchan conozcan el Evangelio”. Y César me comentaba que este tipo de diálogo hoy sólo es posible en un entorno evangélico. Protestante Digital nos descubría en estos días más dramáticamente la comunión de un abertzale y un guardia civil en el entorno de una iglesia nuestra en Donostia. Nuestra unidad es uno de nuestros mejores valores; no surge de nosotros: 1P 2.10 nos recuerda que “en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios”. Si hemos de recuperar la unidad ha de ser recuperando nuestra verdadera identidad, reconociendo que el hermano de enfrente nos desquicia y es poco merecedor de misericordia, pero lo es tanto como nosotros mismos, “que en otro tiempo no habíamos alcanzado misericordia, pero ahora hemos alcanzado misericordia”. Lo que nos une no es nuestra simple afinidad, sino nuestra identidad: somos hijos del mismo Padre. Por favor, hermanos, reflexionen sobre cómo se mirarían entre sí dos apóstoles como Simón el zelote, llamado por Jesús siendo independentista, y Mateo, llamado por Jesús al pie mismo del banco de tributos del imperio romano, y qué hicieron para superar barreras humanamente infranqueables. ¿Por qué, entonces, no somos siempre capaces de reconocer y definir el mínimo común que nos une? Quizás no sabemos jerarquizar, distinguir lo esencial de lo accesorio; veo a veces a hermanos aferrarse a cuestiones secundarias y empecinarse en su defensa tan violentamente que pierden la perspectiva y olvidan la defensa de lo elemental; si recuperasen el verdadero valor de las cosas, descubrirían que aquel hermano al que condenan está realmente de su mismo lado. La Reforma fue usada por el Señor para darnos libre acceso a la Biblia, algo grandioso e impagable, pero algunos hermanos aún no son suficientemente protestantes y siguen vinculados a Roma en su dogmatismo, y el dogmatismo unido al libre acceso a la Biblia les convierte en papas, y uno de los vicios de los papas es descalificar inapelablemente, desde su infalibilidad, a quien no coincida con sus criterios. La misma tarde del 12 de julio de 1997 pude hablar con una persona muy próxima a ETA; ella también condenó la muerte de Miguel Angel, pero me dijo muy enfáticamente: “Manuel, recuerda: ETA cumple siempre su palabra”. “En este caso, no es ningún honor”, le contesté. La unidad es difícil cuando confundimos firmeza de criterio con dureza de corazón. Hace un tiempo me pidieron que colaborase en el proceso de confluencia de dos organizaciones sociales; propuse que se diseñase un cronograma con los pasos que había que ir dando y junto a él un listado de dificultades que se podrían anticipar. Una de estas dificultades era la dura resistencia de un destacado dirigente; sus razones en contra de la convergencia se apoyaban en diferentes argumentos bien razonados, pero aún así me pareció poco creíble, así que hice una pregunta: “¿Teme esta persona perder protagonismo en la nueva organización que surja?”, y me respondieron: “Prefiere ser cabeza de ratón que cola de león”. Y me pregunto: ¿acaso podemos caer los evangélicos en la misma tentación? A veces no es cuestión de puro afán de protagonismo: a veces puedo dificultar la unidad con mi miedo a que otros hermanos no sepan defender los criterios fundamentales tan bien como yo. ¿Qué buscamos? ¿a quién servimos? ¿quiénes somos? ¿cuál es el meollo de nuestra identidad? Cuando tomo la comunión el domingo, recuerdo siempre las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido” , me emociono siempre pensando en Su vida “que derramó hasta la muerte” por mí y sólo puedo callar en adoración, e inmediatamente recuerdo que Su cuerpo no fue partido por mí sólo, que lo mismo que hizo por mí lo hizo por mi hermano con el que he discrepado en tantas cosas, que no merece menos misericordia del Señor que yo. Es desde aquí que construyo la unidad con mis hermanos cada domingo, aunque cada lunes vuelva a incomodarme con alguno de ellos, y es desde aquí que invito a todos mis hermanos a que sean fuertes para relativizar las barreras que no dejan ver nuestra identidad profundamente compartida.
(1) 1Co 11.24
(2) Is 53.12

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