Morir

En la vida hay momentos en que uno debe enfrentarse a situaciones ineludibles, le gusten o no. Como la mujer que está embarazada no puede soslayar el parto, o el soldado llamado a filas de ir al frente. Lo novedoso y riesgoso de la situación le generará ansiedad y temor, pero debe pasar por ello, es inevitable.

21 DE OCTUBRE DE 2006 · 22:00

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Uno de estos momentos es el de la propia muerte. ¿Es posible huir? Tarde o temprano vendrá, sea en decrepitud o lucidez, en vejez o juventud, pero llegará la ocasión en que uno comprende que ha llegado esa hora para él. En algunos casos se vive con gran desespero; en otros, con negación. Es frecuente la queja o la pena. En los menos, hay aceptación. Seguramente la manera de enfrentar la propia muerte vendrá condicionada por los deseos de vivir de la persona, y su experiencia y situación previas. La persona joven tendrá más motivos para desear seguir viviendo, más proyectos que realizar. El futuro lo ve abierto. ¡Es verdad! La persona anciana ya habrá experimentado el cambio paulatino del que había sido su mundo, se ve cada vez más sola y, además, sufre la merma de sus facultades. Espera poco del futuro. ¿Y el de media edad? A estas alturas ya suele saber qué le puede ofrecer la vida, qué posibilidades tiene. Muchos de sus proyectos ya los habrá realizado o habrá aprendido que son irrealizables. Ya sabe, también, lo que le pueden aportar o no los demás. Por otro lado, respecto a lo que pensamos que nos queda aquí todavía por hacer, ¿hay mucha diferencia entre el hacer aquí o seguir haciendo allá…? Pero el tema, ahora, no son las ganas de vivir o lo que quede o no por hacer, sino cómo aceptar el momento del llamado final si éste ha llegado, tengamos la edad que tengamos, y hayamos hecho lo que hayamos hecho. Llegada la hora, ¿qué diferencia hay que uno tenga, pongamos, 80 años o sólo 50? El enfrentamiento de esta situación es inevitable e inaplazable. Si el Señor dice: “¿Vamos?”, sé que habrá que ir. Se me ocurre que lo mejor es contestarle: –¿Vienes conmigo? –Sí, voy contigo. –Si vienes conmigo, tú mandas. ¡Cuando quieras! Carlos

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