El cordero enjaulado

Una inesperada tormenta obligó al pastor a resguardar con urgencia al rebaño, sin apercibirse que una oveja quedó rezagada. Era una oveja joven que cuando se separó del ganado ya estaba preñada.

15 DE ENERO DE 2011 · 23:00

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La cordera campó durante días por el bosque, ignorando los peligros que la acechaban; tampoco sabía que el animal que la socorrió no era de fiar porque se trataba de un lobo. Quiso ver en aquel peludo animal cierta protección y se amparó en su guarida. Al paso del tiempo el carácter del lobo, según ella, fue cambiando. No era así cuando le conoció; mostraba los dientes en tono amenazante con excesiva frecuencia. Ella confiaba que volvería a ser el de antes, pero le temía. Parió por fin su amado corderito, y creyó ver al lobo cómo sonreía. Con el tiempo tuvo que soportar escenas de violencia y temió por la criatura. El lobo, cuando no era violento se mostraba completamente ausente. La cordera mendigaba un afecto imposible para ella y para su hijo. Temía que, en su ausencia, pudiera ocurrir lo peor. Escaseando la caza para el lobo, las miradas que dirigía éste al corderito producían en la madre verdadero temor. Al fin tomó una determinación: enjaular al corderito, evitando así cualquier agresión del padrastro. Allí le alimentaba, allí le contaba cuentos, allí lo mimaba, y el corderito se hacía grande. Los pastores de la zona al fin dieron con el carnívoro y de una descarga de escopeta lo abatieron. Junto al cuerpo yaciente del lobo lloraba la oveja, que todavía no sabía la verdadera naturaleza de su compañero. El pastor la cogió y la añadió al rebaño, extrañado por la resistencia que ésta ofrecía sin saber que dejaba atrás una cría. Pero ¿qué pasó con el cordero? Allí quedó, en la guarida, enjaulado, víctima de la protección materna; indefenso, al cabo de unos días murió de hambre.

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