En el camino

Parece que mis piernas, por fin, responden y caminan. El sendero se dibuja bajo mis pies a medida que avanzamos, mostrando como sombras los olivos, los arbustos, los peñascos. Las colinas, familiares, las de siempre. Y el cielo, salpicado de infinitas estrellas, como en tantas otras ocasiones. Aún se oye desde aquí el balido de alguna de las ovejas, abandonadas precipitadamente por ver si es cierto. Que lo es. Porque ha ocurrido realmente.

25 DE DICIEMBRE DE 2010 · 23:00

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Hace un instante: aquel ángel estaba allí, con nosotros, y aquella luz, más intensa que la de mil soles, nos ha rodeado. Y nos hemos asustado. Era claro que estábamos en la presencia del Señor. Y hemos oído las palabras, y poco a poco hemos levantado nuestros rostros, y nuestro corazón se ha llenado de un gozo y una reverencia infinitos. ¿Es hoy, el día? ¿Es aquí el lugar? Sí, la ciudad de David, Belén efrata dijo el profeta... Tantas veces anunciado, tan anhelado durante tantos años por su pueblo, tanto tiempo con la esperanza puesta en Él, ¿y ha nacido ya, el Cristo, el Mesías? Y se nos ha anunciado a nosotros. ¿Cómo se ha fijado el Señor en estos montes? ¿Ha oído nuestros rebaños? ¿Escuchaba, quizá, nuestras palabras? ¿Que miraba, nuestro Dios, a nuestro corazón? El deseo de su venida es gritado por sus hijos, en medio de los que, por la tardanza, aseguran y argumentan que no vendrá. ¡Ha venido, el Salvador...! Estoy andando más deprisa; Elí, Salomón, Judá y Eleazar también. Y todos. Nuestro corazón arde en deseos de llegar. ¿Dónde te ocultas, querida aldehuela? ¿Dónde acoges al pequeño niño? ¿Y el coro de los ángeles? ¡Qué música se ha cantado esta noche, que sonaba en nuestros oídos y en nuestro espíritu, resonando por las colinas y llegando hasta el cielo! ¿Quién podrá de nuevo, y cuándo, escuchar aquella inmensa multitud de las huestes celestiales alabando a Dios? Porque yo no podré cantar nunca otra vez el magnífico himno, no podré repetirlo... Pero las palabras las he guardado: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Ni luz, ni música. Silencio y expectación. Las primeras casas de Belén ya recortan su figura ahí delante. Ya llegamos. Todo duerme... ¿Cómo encontraremos el lugar? Hallaréis al niño envuelto en pañales -ha dicho el ángel-, acostado en un pesebre. ¿Un pesebre...? Mi hijo nació en mi casa, mis dos hijas también, y su madre tenía un lugar dispuesto para acunarlos... ¿Dónde te han puesto, niño del cielo? ¿Dónde estás? Parece que Judá y Natanael hablan con alguien en un establo... ¿Nos hacen señal de que pasemos? Sí. Me detengo un instante. Es el momento esperado. Tomo aire. Camino unos últimos pasos y asomo mi cabeza... ¡Oh, oh, oh...! ¡Está aquí! Con su madre... con su padre... envuelto en pañales... acostado en un pesebre... Y los ojos se me llenan de lágrimas, y no veo nada por un rato... pero oigo que Eleazar relata lo que hemos visto y oído de los ángeles... He secado mis lágrimas, y veo a un indefenso bebé... que es el Salvador, ¡que es el Mesías! Y este niño hermoso, que está aquí en medio de la suciedad de estos animales, que no ha tenido un lugar para nacer, este niño es quien traerá libertad a los cautivos, luz y alegría a los angustiados, paz a los atormentados. ¿Debe ser así, que el Dios del cielo no nazca en un palacio? ¿Es lo propio, que los ángeles se dirijan a unos humildes pastores?... ¡Gloria sea a Ti, Señor, desde ahora y para siempre! ¡Y alabado sea tu santo nombre por la salvación tan grande que preparas para tu pueblo! Amén. ¡Amén!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde mi balcón - En el camino