El hombre sin Dios: consecuencias ecológicas

La idea de que hay un Dios Creador, que crea y sostiene el universo y los sistemas físicos que sustentan nuestra vida, es rechazada por el hombre. Es como si el hombre cortase por sí solo el cordón umbilical que le alimenta, sin tener otra alternativa preparada para alimentarse.

20 DE NOVIEMBRE DE 2010 · 23:00

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No hace falta esperar a las manifestaciones o escritos periódicos de científicos como Stephen Hawkins y Richard Dawkins. Al hombre le incomoda la idea de que depende de algo o alguien, de que tiene que rendir cuentas. Esta idea de total independencia y ausencia de responsabilidad es la causa principal de los problemas medioambientales que cada día están aumentando, ya que el hombre fue creado para tener una relación personal con el Creador, y los sistemas físicos de este mundo fueron creados para que el hombre pudiera vivir en una relación estrecha y cuidada con el mundo en que Dios le había puesto. Si el hombre obedecía a su Creador, siguiendo sus instrucciones, para su propio bien, la relación sería beneficiosa y fructífera. Al distanciarse de su Creador, dio la espalda a cualquier responsabilidad, y se centró en el beneficio propio a corto plazo. Por consiguiente, la relación con Dios quedó rota y el efecto negativo sobre la propia naturaleza, incluyendo el resto de los hombres a su alrededor, era de esperar. El hombre cree que la ciencia le libera (Descartes y Francis Bacon), en vez de reconocer que la ciencia le ayuda a descubrir la creatividad y el poder de Dios. Viendo las maravillas del mundo natural mediante la investigación, ha llegado a pensar que la ciencia niega a Dios, pero esta sensación de libertad, de liberación, es falsa. Vive entonces en un espejismo. Además está esclavizado por los poderes políticos cada vez más centralizados, en apariencia democráticos, pero en realidad totalitarios. Cada vez está más alejado de su forma natural de sustento y depende de un sistema de consumo de energía fósil que requiere grandes traslados de energía y materias primas, con el consiguiente coste añadido del transporte a través del planeta para poder satisfacer sus necesidades de consumo. Michael Northcott*, habla de que el hogar era antes un lugar de “producción”, de crear, tanto materiales para la alimentación, como para vestirse. Antes existían sistemas de mercado locales, más sostenibles, más cercanos y visibles. El medio de sustento se encontraba al alcance de la mano. El hombre estaba cerca de la naturaleza, tanto en cuanto al origen de su sustento como en su ubicación. No había tantos pasos intermedios e intermediarios, tanto procesamiento de materiales en fábricas, y consumo de materiales de envoltorio como el plástico, todos ellos añadiendo costes a cada paso. El hogar ahora, en la mayoría de los países del mundo, es un lugar únicamente de “consumo”, el hombre está distanciado del origen de su alimento, de su ropa, de su fuente de energía. Nuestra ropa está hecha en Tailandia, Vietnam o Marruecos. Siguiendo la ley de ventaja comparativa, los alimentos que compramos en los supermercados españoles también provienen de algún lugar de America latina, Europa o Estados Unidos, incluso ya procesados. Al estar tan distanciado de la tierra y del origen de lo que consume, el hombre poco a poco ha ido perdiendo respeto a la naturaleza, y no se da cuenta que este sistema de producción global de productos y de energía está haciendo peligrar su propio bienestar e incluso existencia. Northcott comenta: “El trabajo del hombre en la Tierra pierde contacto con la vitalidad esencial de los ritmos naturales y propósitos y las personas pierden la habilidad y la motivación para preservarlos mediante el trabajo y el cuidado. El deseo actual del hombre de estar libre de su sujeción a la autoridad de la creación, y del sufrimiento y el dolor que es consecuencia de servir a las criaturas de Dios, produce una nueva forma de esclavitud. Como dice Arendt, ´El hombre no puede ser libre si no se da cuenta de que está sujeto a la necesidad, porque su libertad es siempre frustrada en sus esfuerzos nunca completamente exitosos de liberarse a sí mismo de esa necesidad´ (Hannah Arendt**)”. Tampoco es el hombre capaz de sentir empatía por otros. No puede comprender el efecto negativo que tiene este sistema del que el mismo depende sobre millones de personas que viven en los países más pobres del mundo. Estos están mucho más expuestos a los cambios de clima y del nivel del mar, y también a merced de los cambios en el mercado y producción que responden a necesidades puramente económicas, nunca morales, de las empresas multinacionales. Todas ellas servidas por los gobiernos de las naciones estado, cuyos gobernantes, en muchos casos son mantenidos por estas corporaciones, e incluso se enriquecen de ellas. El negocio del petróleo y las materias primas, los diamantes, son algunos ejemplos, todos ellos relacionados con la injusticia, la insolidaridad y el deterioro del medio ambiente, necesario para la subsistencia de las comunidades locales. En definitiva, el hombre está convencido de una presunción falsa: que el bienestar está estrechamente ligado al progreso tecnológico. Las ideas de “progreso” o “desarrollo” están detrás de la frase icónica que afirma que el crecimiento económico y tecnológico no se puede cuestionar. En un sentido la relación del hombre con su mundo es de una falsa “fe”, de creer que le seguirán llegando los medios de vida. Una dependencia sólo en apariencia segura. Un ejemplo reciente ha ocurrido en mayo de 2010 en Bangkok, Tailandia, donde la precariedad de la vida moderna quedó manifiesta durante las revueltas en el centro de la capital, paralizando los comercios, las empresas y los sistemas de transporte (la foto que acompaña este artículo muestra el centro de Bangkok, en el momento culminante de la revuelta. Autora: Marina Wickham Delgado). Pero la única fe real es la fe bíblica en el Dios que crea, que sustenta, y que tiene el mundo y la vida de cada ser en sus manos. Nuestro sustento no viene del azar, o por los sistemas creados por el hombre que no reconoce a Dios como creador y sustentador de todo. Viene de Dios. Pero esto le cuesta al hombre reconocerlo. A no ser que haya una actitud humilde hacia la creación y hacia su creador, el hombre seguirá ciego, desbocado, hacia su inevitable suicidio colectivo. La Biblia nos habla de un Dios que sigue llamando, insistentemente, susurrando al oído de cada uno de nosotros, su invitación para volver a El, para tener comunión con El. Su paciencia es enorme, su Creación resistente a los embistes, pero la llamada es a volver a El, al Dios del Universo y de la Creación, pero que es al mismo tiempo el Dios personal que se acercó a esta tierra, creación suya, lugar de reencuentro con sus criaturas. El mensaje Bíblico es claro: en Dios hay restauración del hombre y de la tierra, y hay esperanza eterna. Sin El, sólo hay oscuridad, desesperanza y soledad. Autor: Miguel Wickham. Se graduó en Geografía en la Universidad de Oxford e hizo estudios de postgraduado en Educación. Es profesor de Geografía de Secundaria y Director de Secundaria en un colegio británico de Madrid. Ha publicado, junto con su padre, Pablo Wickham, Ecología y Cristianismo, con la Alianza Evangélica Española (2005). Palabras de Jesuscristo: “Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o beberéis; ni por vuestro cuerpo, cómo os vestiréis. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa?26 Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” Evangelio de Mateo, capítulo 6, 25 y 26, (y 27 a 34). Nueva Versión Internacional de la Biblia (2005).
* Michael S. Northcott, A Moral Climate: the ethics of global warming, DLT (London), 2007.
** Hannah Arendt, The Human Condition, University of Chicago Press (Chicago), 1958.

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