Durante la noche

El chasquido de la ventana irrumpió en el silencio reinante. Se quedó inmóvil, buscando la repercusión de aquel ruido, oteando el aire.

02 DE OCTUBRE DE 2010 · 22:00

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Todo continuaba quieto, le envolvió de nuevo la seguridad y pisó la alfombra persa. Sus manos enguantadas de negro cerraron tras de sí con sigilo. Ya estaba dentro. La habitación era amplia, exquisita aún en penumbra. Un candelabro de plata a su derecha, con siete brazos alzados. En la cama dormía el párroco y su respiración profunda llenaba el espacio. Pasó a su lado de puntillas, enfundado el pasamontañas de lana sobre su rostro. Le parecía que el latido de su corazón retumbaba en las paredes, acelerado y potente. Avanzaba con pasos cortos, dando tiempo a sus ojos a que se acostumbrasen a la noche. La doncella le había indicado dónde, armario del fondo, segunda estantería, a la derecha. Su sombra de hombre enjuto se proyectó en el suelo cuando el cura comenzó a roncar. Dio una vuelta sobre sí mismo y farfulló algo, entre dientes. El ladrón se inclinó y, de cuclillas, esperó a que cesase el movimiento. Medio metro más para el armario. Asió el pomo y lo giró, el chirrido agudo cortó los resoplos del durmiente. El cura se sentó en la cama desconcertado, no alcanzaba a distinguir lo que le rodeaba. - ¿Quién anda ahí?- preguntó. Recibió por respuesta el impacto del candelabro en la nuca y cayó inconsciente, sintiendo cálida la semilla del futuro chichón. Al día siguiente, nada faltaba. El revuelo se disipó entre la duda, todo estaba en su sitio. ¿Cuál había sido el objetivo entonces? El ladrón oculto, estaba pletórico. Entre sus manos, el certificado de excomunión con el que le expulsaron años antes. A él nadie le echaba, su fe y su pericia no tenían límites.

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