Pablo Wickham: el misionero por excelencia debe imitar a Cristo

Así opina Pablo Wickham, misionero inglés de loable labor en España. Tras su paso por la London University (1950-1953), donde se licenció en Ciencias Económicas y Geografía, Terence-Pablo Harry Wickham (Inglaterra, 1932) recaló en España como misionero, el año de 1958, acompañado de su esposa Kathleen (Catalina, para nosotros).

11 DE SEPTIEMBRE DE 2010 · 22:00

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Han pasado prolíficos 52 años de Misión inolvidable. Sobre ello y otros interesantes temas hemos querido enfocar la entrevista. Pregunta.- ¿Qué lo motivó a salir de su Inglaterra natal y encaminarse a tierras españolas? Respuesta.- Una convicción absolutamente firme que había de servir al Señor con una entrega total, estar a su entera disposición, para lo que fuese. Para mí, eso quedó claro a los 19 años, cuando estudiaba en la Universidad de Londres; me consagré del todo al Señor y su servicio. No había pensado concretamente que me podría enviar a otro país como misionero, pero estaba dispuesto. Y fue cuando el Señor puso en mi camino a Catalina de una forma tan clara, y descubrí que ella ya sentía el llamado misionero. Sin haber precisado el lugar ni cómo todavía, dedujimos que habíamos de prepararnos para esa eventualidad, buscando juntos la guía del Señor. La contestación vino unos meses más tarde, en una pequeña reunión de oración de unas ocho personas, donde se leyó un reportaje de un misionero en Galicia acerca de dos soldados de Marina creyentes a quienes las autoridades militares les habían metido en el calabozo por incumplir la orden de doblegar la rodilla en la jura de la bandera. Sentí la necesidad de identificarme con ellos y de orar, y al hacerlo, fue como si el Señor escribiese en letras de fuego sobre mi corazón: ¡”España”! Luego me lo confirmó con unos versículos de Romanos 15 que hablan de la carga del apóstol Pablo por este país, y al comunicar todo esto a Catalina, los dos sentimos que el Señor había contestado nuestras oraciones. Todavía tenían que pasar cinco años largos de preparación, pero no teníamos dudas en cuanto al lugar destinado, y esperábamos nuevas órdenes. Sabemos que la misión es de Dios y nosotros somos nada más que meros instrumentos en Su mano para ejercitar esa misión. Cincuenta años en Su misión, ¿le avalan para decir: “Misión cumplida”? De ninguna manera. Aunque ahora estoy algo enfermo y con las fuerzas mermadas, creo que todavía tengo cosas que hacer aquí. Con los años, te vas adquiriendo nuevos conocimientos y experiencias, y a menudo el rumbo varía, conforme a las necesidades de cada etapa. Venimos a España primordialmente para evangelizar, pero pronto nos dimos cuenta de que esto no era posible si no conocíamos a fondo España y los españoles primero. Por eso, Dios puso en nuestro camino a Ernesto y Gertrudis Trenchard, con los que, en el cuenco cálido de un pequeño equipo de enseñadores de la Palabra y de una pequeña iglesia en los arrabales de Barcelona, aprendimos a dar nuestros primeros pasos en el español y poco a poco a familiarizarnos con la obra de literatura y de enseñanza de los cursos por correspondencia que los Trenchard llevaban a cabo. Empecé también a ayudar con la administración del pequeño almacén y luego, andando el tiempo, con la publicación de libros y tratados; todo esto en la clandestinidad, claro. Nunca había pensado en escribir libros en aquellos años; esa etapa no vino hasta finales de los años 70, es decir, veintiún años después de llegar aquí, y fue el resultado de la labor intensa de enseñanza previa en castellano que me fue preparando para ello. Con todo, hay ciertas facetas de mi ministerio en que sí puedo decir, con mucha gratitud al Señor: “Misión cumplida”. El pastoreo, junto con otros, de cuatro iglesias locales en Barcelona (1), Madrid (2) y Valencia (1), la labor administrativa de la obra literaria y de publicaciones y de secretaría de varias organizaciones evangélicas, que ha ocupado miles de horas de mi tiempo. Por supuesto, no todo han sido éxitos, ha habido fracasos y malentendidos que me causan tristeza al echar la vista atrás. Pero sé que el Señor tendrá la última palabra y puedo dejar todo en sus manos. Usted llega a España allá por el año 1958, eran otros tiempos, tiempos de posguerra, de calma en medio del miedo todavía… ¿Cómo se vivía la fe en un campo tan hostil al evangelio? ¿Era hostigada la comunidad evangélica a causa de sus creencias? Puedo testificar que las iglesias evangélicas vivían su fe intensamente, pese al hostigamiento que Vd. menciona. La persecución ya no era tan generalizada como antes, cuando todas las capillas excepto las de Madrid estaban cerradas, pero se palpaba continuamente. Las parejas que querían contraer matrimonio, si habían sido “bautizados” en la ICR, no podían casarse, y vivimos unos dramas terribles con algunas de ellas. También en algunas empresas, al enterarse de un “cambio de religión” de uno de sus empleados, les despedían por la presión del clero local, y como eran tiempos de escasez económica, eso era muy difícil de soportar, sobre todo si tenían familia. Con todo, había mucho fervor para evangelizar; nuestra pequeña congregación de cincuenta personas en Verdún, Barcelona, duplicó su membresía en un año. Había genuinas conversiones al final de muchos cultos de predicación del Evangelio. ¿Se practicaba más la unidad, la armonía, el llorar con los que lloran, el gozarse con los que se gozan, el compartir en momentos de necesidad material o espiritual; en fin, como una auténtica familia? ¿Nos ha cambiado el tener una vida más cómoda, con más libertad y alternativas? Al estar metidos todos en el mismo “saco” de la persecución, sí había más solidaridad y unidad entre los miembros. No tanto, quizá, en cuanto a la armonía, debido a la fuerte tendencia al individualismo que es una de las características reconocidas del español y que afloraba en algunas ocasiones. Buen ambiente para aprender cómo pastorear con sabiduría, amor, firmeza y –a veces- mucho tacto. Don Ernesto era un pastor muy sabio y experimentado, y los otros ancianos más jóvenes aprendimos mucho de él. En cuanto al materialismo consumista tan rampante que entró después, sí, indudablemente, nos ha cambiado, tanto en la sociedad como en las iglesias evangélicas, al traernos todas las comodidades que hoy día consideramos imprescindibles pero que no teníamos antes. Lo digo para vergüenza nuestra. Desde su llegada hasta hoy, ¿qué cambios ha visto en términos de libertad religiosa? Muchísimos; el panorama ha dado un giro de, si no 180 grados, sí de 160. Aún antes de la primera Ley de Libertad Religiosa de l968, ampliada luego en 1981 (ya en plena democracia) y en 1992 con los Acuerdos firmados con el Estado, ha habido mucho progreso, pasando de una mera tolerancia en los últimos años de la época franquista, a la que disfrutamos hoy. Pero ha tardado mucho, debido a la presión de la Iglesia oficial que no ha querido perder sus privilegios y muchos prejuicios en círculos oficiales y la sociedad civil en general. Y aún hoy en día, sigue habiendo unas áreas de clara discriminación hacia las minorías religiosas, lo cual es anticonstitucional. La fragmentación autonómica tampoco ha ayudado a resolver el problema. Usted tuvo que realizar cursos de Lengua, Literatura, Geografía, etc. para justificar su permiso de residencia en la España franquista. ¿Esta tesitura lo identifica con la situación de muchos inmigrantes de hoy? ¿O piensa que para un cristiano ya tenemos suficientes recomendaciones de nuestro Dios a través de su Palabra? Creo que las dos situaciones son muy distintas. La gran mayoría de los inmigrantes que llegan a España vienen buscando trabajo; tienen poco tiempo para cursar estudios y mucho menos universitarios. Quizá pueden matricularse en alguna academia de idiomas si vienen de países que no hablan el español, pero en todo caso el nivel es mucho más elemental. Muchos aprenden a chapurrear el idioma lo suficiente para entender y hacerse entender, porque su propósito no es afincarse aquí definitivamente, sino ganar lo suficiente para mandar dinero a sus familias en los países de origen, a fin de traerles a España o volver allá cuando se haya cumplido sus objetivos. En cambio, mi propósito en cursar parte del Diploma de Estudios Hispánicos de la Universidad de Barcelona era llegar a identificarme lo más posible con la cultura española y los españoles, al más alto nivel, dentro de las naturales limitaciones de tiempo y oportunidades que disponía, ya que las exigencias de una obra evangélica vigorosa en la que iba colaborando en varias frentes, eran cada vez mayores. Por supuesto, no creo que la Palabra por sí sola puede resolver problemas de adaptación en un país extranjero, sea cual sea el motivo del traslado. Hace falta mucha “sangre, sudor y lágrimas”; es inevitable. Mi mujer y yo tratamos de explicar eso precisamente en la primera parte de nuestro pequeño libro El misionero en España: ¿adaptación o integración?, porque así lo hemos experimentado personalmente. Los tiempos van cambiando. ¿Nosotros también? Sí; además, es necesario que cambiemos, o sea, que vayamos adaptándonos a los cambios que se van produciendo. Eso hoy en día se llama contextualización, algo a tener muy en cuenta en cualquier cambio o trasvase transcultural. No tiene que ver con las convicciones doctrinales o la esencia del mensaje, sino en nuestra comprensión de lo que nos rodea y nuestra forma de vivir y comunicar el mensaje del Evangelio. Y la necesidad de la adaptación es más urgente hoy en día, porque los cambios que se suceden en nuestro alrededor son cada vez más rápidos, hasta vertiginosos. Si no lo hacemos, nuestras iglesias correrán el peligro de quedar como unos islotes aislados anclados en el pasado, y por lo tanto bastante ineficaces para un testimonio relevante en una sociedad posmoderna. Todo esto requiere mucha sabiduría de lo alto, día tras día, para discernir entre lo esencial y lo secundario, en todos los órdenes de la vida. Ha dedicado horas y horas a la enseñanza, a la formación de muchos que ahora lideran iglesias, llevan a cabo una labor pastoral, enseñan. Lo que ve después de tanto esfuerzo desplegado, ¿lo llena de gozo? Y no hablo de perfección. Sí, hay mucho gozo al contemplar la madurez y el desarrollo de los dones de muchos con los que he trabajado, de varias generaciones, porque sé que en parte he contribuido a estos resultados. Pero al mismo tiempo hay también tristeza por los que se han malogrado, en los cuales uno ponía todo su empeño en ayudarles, y que no se ha visto recompensado el esfuerzo, por diversas razones. No hablo de fracasos estrepitosos en la mayoría de los casos, sino de personas que parecían prometer mucho, de quienes se esperaba mucho más –porque tenían el potencial para ello-, pero que se han contentado con poco o han quedado a medio camino, o simplemente han desaparecido sin dejar rastro. Sin embargo, el balance ha sido positivo, y en algunos casos, brillante. Reconozco que, como lo era don Ernesto, soy una persona un tanto perfeccionista y exigente, conmigo mismo primero, y luego, inevitablemente, con otros, y al fin y a la postre, esto no es bueno. ¿Cómo debe ser el misionero por excelencia? ¿Son unos pocos los elegidos? No escatime en detalles. El misionero por excelencia tiene que imitar a Cristo, el Misionero por antonomasia, y a los que le siguieron fielmente, como los Apóstoles, en su carácter, en sus objetivos, en su estilo de vida, en su dependencia del Padre y del Espíritu. Por definición todo creyente debe ser así, de acuerdo de sus dones y llamamiento. Yo no diría ni que sean pocos o muchos los elegidos para cruzar barreras y fronteras transculturales, sólo que tienen que ser personas dóciles para recibir no sólo las instrucciones sino la gracia divina para saber cómo llevar a cabo la misión encomendada. Recordemos que Dios el Alfarero, en su gran sabiduría, suele escoger a menudo lo débil, lo pobre y a menudo lo poco preparado, para llevar a cabo sus propósitos. Todo se debe a su sola gracia y ha de ser para su sola gloria. Esta ha sido mi experiencia y lo que veo en las páginas de la Biblia. ¿Quiénes fueron los llamados? Pastores de ovejas como Abraham, Moisés y David, labradores como Gedeón, niños o mozalbetes como Samuel o Jeremías, pescadores como Pedro y Juan, como también “gigantes con pies de barro” como Jacob y Pablo. ¿Qué le diría a su esposa Catalina después de tantos años de servicio en la Obra juntos y con el gozo de la tarea bien hecha? Sé que ha colaborado muy mucho en algunas de sus publicaciones, en el ministerio, en los estudios... Ya se lo he dicho en varias ocasiones, especialmente en la celebración de nuestro 50º aniversario de boda en abril de 2004. Estoy inmensamente agradecido a ella por todo lo que ha supuesto para mi vida y ministerio. Sin ella a mi lado, apoyando, aconsejando, corrigiendo cuando hacía falta –pero siempre con una lealtad absoluta-, no habría podido sobrevivir, y mucho menos llevar a cabo algo útil para la Obra en España, en todos estos años. Porque hemos pasado momentos extremadamente duros y difíciles, pero juntos, con la ayuda del Señor, pudimos salir adelante. Por eso, hemos sido y seguimos siendo, con más de 56 años de feliz matrimonio a nuestras espaldas, muy felices y agradecidos al Señor el uno por el otro. Cuando pienso en liderazgo, se me viene a la mente la imagen de Jesús lavando los pies de los discípulos, la imagen del Líder-siervo. Un líder que no tenía nada que ver con los líderes religiosos de su tiempo. Era un líder pobre, humilde, servicial; que huía del poder y las jerarquías, que amaba, protegía… ¿Es fácil seguir sus pasos? La imagen de Jesús lavando los pies de sus discípulos ha de estar siempre delante de cualquier siervo de Dios en sus relaciones con los demás, sean éstos consiervos íntimos u otros. Y si los misioneros, obreros, ancianos, otros líderes y los demás creyentes no la tenemos presente constantemente, fracasaremos, porque es la base misma del liderazgo. De ahí uno de los grandes problemas espirituales que azotan nuestras congregaciones hoy en día: todos quieren mandar y que los demás les obedezcan; demasiado pocos quieren servir como Jesús. Por supuesto que el hacerlo es dificilísimo, imposible, en nuestras propias fuerzas; sólo se puede lograr en dependencia total, diaria, del Espíritu de Jesús. ¿Qué significa un liderazgo integral? Teniendo en cuenta lo que ya antes avancé sobre el liderazgo, añadiría que un liderazgo integral tiene que partir de un corazón manso y humilde como el de Cristo, una renovación constante en el Espíritu día tras día, saber trabajar en equipo amando y aceptando a los demás con sus distintos dones, caracteres, capacidades y experiencia, buscando continuamente la unanimidad de criterios en lo esencial delante del Señor. Un liderazgo así siempre será respetado y escuchado por la comunidad de la que forma parte y de la cual es responsable delante del Señor. Además, si queremos que el ministerio multiforme de una iglesia local sea integral –algo absolutamente esencial hoy en día-, no será posible si el liderazgo no lo es. ¿Es posible regatear a la hora de servir a Dios? Desgraciadamente, sí; creo que yo he caído en esa trampa del diablo más de una vez. Le podemos regatear tiempo al Señor, dejar escapar necesidades u oportunidades que se presentan mirando por otro lado, olvidarnos convenientemente de compromisos adquiridos o promesas hechas, justificarnos poniendo excusas, como Moisés, para no hacer o decir algo que el Señor, u otros en su Nombre, nos han pedido o mandado hacer. Más de un “candidato” a la obra misionero no salió de su país por cometer una o más de estas equivocaciones, y más de uno, llegó, fracasó y volvió pronto, por lo mismo. Ha habido de todo “en la viña del Señor”. A veces podemos llegar a creer que nos lo merecemos todo y los demás nada. En su caso veo que la gratitud brilla por su presencia. Agradece a Ernesto Trenchard, su mentor espiritual y amigo; a Samuel Escobar, otro gran amigo; a José María Martínez, admirado colega o Ray Stedman. Seguro que hay muchos más. ¿Por qué escatimamos tanto los evangélicos a la hora de agradecer a los demás? Nos escudamos en que no queremos ser de tropiezo en su camino hacia la humildad. Me parece que en el fondo, en el servicio cristiano, la falta de gratitud es un síntoma de una gran inseguridad psicológica personal. Queremos destacar sobre los demás no porque realmente nos creemos superiores, sino todo lo contrario, porque al compararnos desfavorablemente con ellos, viendo cualidades en ellos de las que nosotros carecemos, necesitamos negarles el reconocimiento que merecen -reflejado en el agradecimiento- para aupar nuestra propia autoestima. En el peor de los casos, hasta tratamos de justificar esta conducta nefasta diciendo que no es bueno alabar o agradecer a otros sus cualidades o logros, porque a lo mejor “se lo van a creer”. Todo esto es completamente contrario al espíritu de Jesús y a la verdadera humildad, que no necesita subirse por encima de los demás, ni rebajarles con falsos argumentos “espirituales”, puesto que sólo le interesa lo que el Señor piensa; no depende de los elogios de los hombres. Muchos de los “personalismos” que han afectado y afectan negativamente el crecimiento de la Obra en nuestras iglesias y organizaciones evangélicas, surgen de tales raíces. Se habla mucho de que los más veteranos deben dar paso a las nuevas generaciones en el ejercicio del liderazgo y demás ministerios de las iglesias. ¿Nos estamos preocupando por su formación bíblico-teológica, por ser ejemplo de amor, de entrega, de compromiso y sacrificio a las cosas de Dios y del prójimo? Y más, ¿nos preocupamos por velar por su crecimiento espiritual, discipulándolos, pastoreándolos, escuchándolos, consolándolos? Cristo dejó bien claro su postura al respecto y nos lo cobrará: “… Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí” (Mt. 25:45). Bueno, en lo que a mí se refiere, siempre he procurado alentar a otros más jóvenes, aunque reconozco que a veces, por las prisas o las presiones del trabajo, no me he preocupado lo suficiente de algunos de ellos. Lo digo tanto de la enseñanza, como del ejemplo y del trato de tú a tú, algo absolutamente esencial en la labor de equipo. También es necesario que un líder veterano sepa cuando haya llegado el momento para retirarse y ceder el paso a nuevas generaciones de líderes. Y si la labor de equipo haya tenido éxito previamente, la transición de una generación a otra será fluida y sin sobresaltos. Si la confianza ha sido fundada sobre una base sólida, nos podrían consultar si quisieran cuando hay problemas difíciles, aunque también hemos de estar dispuestos a aceptar que a lo mejor no lo van a hacer. Toca a nosotros respetar sus decisiones, aun cuando se equivocan (¿no lo hicimos nosotros algunas veces?), y no echárselo en cara. ¡Pero no es fácil ser veterano, requiere la gracia del Señor para mantenerse al margen cuando uno siente la tentación de inmiscuirse sin que nos lo hayan pedido! Y me pregunto: ¿estamos propiciando el surgimiento de líderes que más parecen empresarios que van con un maletín cargado de estrategias de evangelización, de productos de marketing y ganas de comerse el mundo, pero donde falta la vocación, el compromiso, el entusiasmo…? Este es un peligro constante hoy en día, especialmente en iglesias activas que desean progresar en distintos ministerios y actividades: poner más fe en la metodología y la planificación cuasi-empresariales, que no en factores espirituales como la calidad del discipulado, el estudio de la Palabra y la buena enseñanza, y la oración como base de apoyo de todo para fomentar una verdadera espiritualidad. Esta no se improvisa ni se puede planificar. Desgraciadamente, la Obra misionera en España ha estado plagada de esa clase indeseable de múltiples métodos de marketing, casi siempre procedentes de fuera. Sobre este tema, recomiendo especialmente la lectura del libro de David Burt Metodologías de la evangelización, publicado por Andamio. ¿Quién pastorea a los pastores? Ésta es una pregunta que nos deberíamos hacer, pues sabemos que estos hombres también pasan por crisis de fe, depresión, soledad… No debe haber pastores solitarios si seguimos estrictamente las normas del NT. Por eso, en nuestras Asambleas de Hermanos creemos en la pluralidad de pastores en cada congregación, donde hay un equipo pastoral que, además de cuidar de los demás miembros, se cuidan unos a otros. Mi amigo Juan Solé decía: “Los ancianos del consejo de ancianos del que yo soy anciano, son mis ancianos”, algo que con frecuencia se olvida. Eso no quiere decir que no puede haber algunos otros miembros con dones y experiencia en el aconsejamiento que pudieran ayudar a sus ancianos si hubiesen problemas de soledad, crisis, etc., tanto hombres como mujeres, siempre que trabajen en estrecha colaboración con el resto del consejo. Ahora bien, hay menos posibilidades de que tales crisis sucedan, si los líderes más veteranos hayan sabido pastorear a tiempo y de forma continuada –sin ponerse pesados- a los más jóvenes. Esto forma parte del discipulado que cada don debe ejercerse continuamente hacia otros menos desarrollados, en el equipo correspondiente y en cada generación de líderes que surgen. Solemos decir que en la Biblia encontramos todos los géneros: Historia, Narrativa, Poesía, etc. También de Economía y de Ética. Pienso en José elaborando un Plan de acción para superar los 7 años de las vacas flacas y a Nehemías el suyo para reconstruir el muro de Jerusalén. Ambos elaborando presupuestos de gastos de las actividades que los llevarían a la consecución del mismo, captando fondos, organizando los recursos humanos, evaluando… Hablamos de dos grandes proyectos. Y de dos hombres que los culminaron con éxito, ¿cuál fue la clave? Ninguno de los dos actuó por su cuenta. Eran hombres temerosos de Dios que pusieron sus grandes capacidades de organización y liderazgo a su disposición. La verdadera clave se encuentra en ambas narraciones: en el caso de José, la Palabra dice “Jehová estaba con él…” varias veces, y en el de Nehemías, como en el de Esdras, “la mano del Señor estaba conmigo”. Es la presencia de Dios llevando a cabo su Plan que importa. Y así tiene que ser con cada uno de nosotros, conforme a la voluntad de Dios para nuestras vidas. Nos pregunta a cada uno, como hizo con Moisés, “¿Qué es esto que tienes en la mano?” (Ex. 4:2), y cuando se lo entregamos, lo transforma y emplea para sus propósitos. Un clamor cada vez más frecuente en la humanidad entera, debido a los efectos ya evidentes del cambio climático, es sobre los estragos nocivos de la mano del hombre sobre el planeta tierra. ¿Qué nos puede decir de esa enseñanza ecológica que se encuentra en la Biblia? ¿Cómo cree usted que debe ser el desarrollo sostenible observando un respeto al medio ambiente? Dar una respuesta adecuada a esta pregunta requeriría todo un libro, y aunque da la casualidad que mi hijo Miguel y yo estamos poniendo los últimos retoques a la segunda edición del nuestro sobre este tema, que esperamos salga en los próximos meses, no es el momento para explayarse aquí. Resumiendo mucho, diría que la responsabilidad ecológica del hombre surge directamente del mandato divino que le fue dado en el Edén (Gén. caps. 1-2): había de cuidar y guardar todo en Nombre del Creador. Esta mayordomía incluía todo lo que había en su entorno, la tierra, los animales, etc.; en una palabra, asegurar el buen funcionamiento y el mantenimiento de todo lo creado. Y aunque está claro que el hombre abdicó de esta responsabilidad cuando cayó, y se produjo una fatal fractura en las relaciones entre él y Dios, entre el hombre y la mujer, entre el hombre y los animales y el resto de la creación, esa responsabilidad quedó y queda en pie. Se ve en el papel asignado por Dios a Noé para con los animales en el Arca, se ve en la legislación levítica y en los libros sapienciales, los salmos y los profetas. Dios ama profundamente a todo lo que Él ha creado y los que hemos aceptado su señorío sobre nuestras vidas por medio de la Obra de Cristo, tenemos que amar todo lo que Él ama, tratándolo como lo hace Él, sean seres animados o inanimados. Por eso, el abuso y la sobreexplotación de los recursos naturales va completamente en contra de lo que Dios ha mandado y lo que Cristo manifestó cuando estuvo en la tierra. El concepto secular del desarrollo sostenible, del que llenan la boca muchos líderes mundiales en el día de hoy, es relativamente nuevo, ideado para de alguna manera salvar las conciencias de gobiernos y corporaciones que se dan cuenta que los efectos desastrosos de sus industrias están destruyendo el medio ambiente. Es muy difícil de poner en práctica, además, dado que llevamos siglos de abuso y retraso; puede incluso que ya sea demasiado tarde y que el daño sea irreversible, sobre todo teniendo en cuenta la extrema lentitud de la toma de decisiones efectivas de los gobiernos y corporaciones, movidos más por sus propios intereses que por el bien común. En cuanto al pueblo de Dios, por lo dicho arriba, tenemos que ser los primeros en dar ejemplo para fomentar las prácticas ecologistas a nivel local y nacional. Eso incluiría, por lo menos, enseñar con el ejemplo a nuestras familias a reciclar, amar y respetar a todos los seres creados, influir en las políticas locales y municipales para sanear el ambiente, moderar el consumo, respetar y cuidar de nuestros animales, etc. (Para más sugerencias, y entre tanto no salga la segunda edición del libro antes mencionado, recomiendo la lectura de la última sección de la primera edición, publicado por la Alianza Evangélica Española en 2005, como también la consulta de la extensa bibliografía al final). MÁS INFORMACIÓN Puede ver aquí una amplia biografía así como la obra literaria de Pablo Wickham (por Gabino Fernández)

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