Cada día, miles de personas visitan Protestante Digital, asomándose a la actualidad desde una perspectiva diferente a la que reciben en otros medios.
Jesús critica a los ricos que dan mucho para alardear de lo que tienen frente a otros; su fin no es el agradecimiento a Dios por su prosperidad, sino establecer una distinción social.
Siempre esperaremos interactuar con un Dios lejano, frío, solamente preocupado de recibir la adoración que le debemos, y nada más.
Los que insisten en que la mujer tiene un rol subyugado al varón y “establecido por Dios” en realidad están hablando de muchas otras cosas humanas.
A mí la vida me ha enseñado que el mundo está roto, que los sueños no se consiguen, y que hemos sido arrojados sin sentido a la existencia. Sin embargo, las palabras de Jesús me dicen que tenemos un sentido.
En muchas ocasiones nos han podido las prisas: por terminar el sermón, por pasar a otra cosa, por cumplir con los objetivos o el horario. También nos han podido los prejuicios, sin duda.
Jesús lo hizo mal, a los ojos de cualquier experto en branding y marketing. Sin embargo, fue consecuente con las verdades de su reino.
Casi todos admitirán que en sus iglesias hay mujeres inteligentes, formadas, capacitadas, serviciales, llenas del amor y la sabiduría de Dios. Sin embargo, hay muy pocas probabilidades de que sean invitadas a cierta clase de eventos.
A Jesús nunca parecen molestarle los que a nosotros nos parecen insoportables.
Es difícil de entender la verdadera dimensión de esta renuncia, pero se nos advierte que, al hacerlo, acabará esta búsqueda insaciable de poder y de reconocimiento.
Ese acto de fe, hoy en día, a los hijos de nuestro siglo, nos resulta absolutamente impensable.
La cultura del liderazgo, del éxito, de lo empresarial y la obtención de objetivos no es en sí un concepto bíblico.
Qué solos estábamos frente al imperio del mal antes de Jesús. Qué buenas noticias trae su presencia.
La lealtad y la amistad también subsisten en el desacuerdo.
Si pudiéramos verlo y entenderlo como lo percibían los de su tiempo inmediato veríamos que en la historia de los milagros de Jesús lo principal es la dignidad con la que trataba a los que la sociedad despreciaba.
La comida se ha convertido en una fuente de desdicha, de sospecha; casi se podría decir que de pecado.
Seguimos buscando la seguridad que nos da el dinero mientras despreciamos los eternos e inesperados recursos del Creador.
Creemos falsamente que nuestra vida se concentra en nuestras actividades, y no en nuestra simple existencia; llevamos estos modelos empresariales a las iglesias.
Tan pequeños somos que preferimos perdernos a Jesús antes que renunciar a los diminutos límites de nuestra seguridad.
Sin miedo podemos enfrentarnos a todo lo que venga con el espíritu en su sitio, templado, firme.
Qué acostumbrados estamos a ellas; al ajetreo cotidiano, los pequeños salvavidas de rutinas… y olvidar del todo que el reino de los cielos existe.
Somos hechos hijos de Dios: esa es una verdad inamovible del reino que ha venido a nosotros.
Cualquier acto que busque la justicia debida para agradar a Dios debe estar asociado al bienestar de las personas en última instancia.
El hecho de que las mujeres no fueran apóstoles no quiere decir que no estuvieran presentes y no se las llamara.
El evangelio es el Cristo, el propio Dios, viniendo a nosotros sin merecerlo ni poder hacer nada para ganárnoslo.
Jesús se pone a la altura de los más bajos para alzarlos.
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