La hospitalidad de los perseguidos

Muchos anabautistas comparten antepasados que sufrieron desarraigo en Alemania, Suiza, Rusia, Polonia y otros países europeos. Tienen viva memoria de qué significa ser perseguido.

Carlos Martínez García

HARRISBURG · 24 DE JULIO DE 2015 · 09:21

Momentos de oración durante la conferencia. / MWC,
Momentos de oración durante la conferencia. / MWC

El Congreso Mundial Menonita tiene sesiones diarias de 24 horas. El horario de actividades comprende más o menos 12 horas, entre sesiones plenarias, talleres, grupos de comunión, tiempo para compartir los alimentos y conversaciones espontáneas con antiguos y, sobre todo, nuevos conocidos de todas partes del mundo.

La sede del Congreso es un enorme lugar llamado Farm Show Complex, y es aquí donde por seis días se congregan integrantes de iglesias anabautistas/menonitas y otras que se reconocen herederas del ala pacificadora de la Reforma radical del siglo XVI.

Si la mitad de las 24 horas para los asistentes al Congreso transcurren dentro de las instalaciones del centro de convenciones, ¿dónde pasan las otras 12 horas de cada día? Las pasan, y disfrutan, con las familias que les han dado hospedaje. Una vez concluidas las sesiones en el Farm Show Complex, un gran número de los asistentes que residen fuera de los Estados Unidos deben abordar en el gigantesco estacionamiento el autobús que a cada quien le ha sido designado. Los buses cubren varias rutas, que van de Harrisburg a lugares distantes entre 30 minutos y poco más de una hora.

En mi caso me fue asignada una casa localizada en Manheim, a 45 minutos de la sede del Congreso. El bus de esta ruta sale de Harrisburg y nos lleva a los pasajeros a una de las iglesias menonitas de Manheim. Allí ya nos esperan nuestros respectivos anfitriones, quienes en sus vehículos nos conducen a su casa. Quienes me hospedan son una pareja de los que aquí llaman senior citizen. Es decir, de la conocida en otros lares como la tercera edad.

Desde mi llegada a su hogar, Jean y Harlan Anders han sido muy generosos y cálidos. No nada más han cumplido con hospedarme en un lugar muy cómodo y amplio, sino se están esmerando por compartir conmigo las horas diarias que estoy con ellos. A Harlan le gusta cocinar, y cada desayuno es preparado cuidadosamente por él con ingredientes debidamente seleccionados.

El desayuno incluye las delicias cocinadas por Harlan y tiempo de lectura de la Palabra y una reflexión devocional. Antes, después y durante el desayuno conversamos de nuestras familias, cómo conocimos el camino de Cristo, las noticias recientes y la responsabilidad cristiana en el mundo donde se globaliza todo a gran celeridad pero donde se sigue expendiendo la pobreza, la injusticia y el flagelo de la violencia. Concluimos con un tiempo de oración. Lo que sigue es llevarme al bus con rumbo a Harrisburg. Cada día Jean y Harlan esperan mi regreso en la noche, cerca de las 10, y de nuevo compartimos la mesa y la vida. Me voy a dormir con el corazón enternecido.

He conversado con otros y otras de distintos lugares del mundo que han sido hospedados por anfitriones parecidos a los míos. Su experiencia ha sido similar a la que he compartido. ¿Cómo explicar tanta hospitalidad y amor servicial?

Creo que Jean y Harlan, como tantos otros y otras cristianos anabautistas que comparten antepasados que padecieron persecuciones y desarraigos en Alemania, Suiza, Rusia, Polonia y algunos países europeos más, tienen viva la memoria de lo que significa ser perseguidos y vistos como advenedizos indeseables en tierras nuevas. Como seguidores de Cristo, quien dijo no tenía lugar para recostar la cabeza, el ser peregrinos les ha dejado lecciones de lo significativo que es para las viudas, los huérfanos y los extranjeros ser abrazados.

Jean y Harlan me han hecho recordar los versos de Jorge Luis Borges contenidos en Los justos, personas sencillas, héroes anónimos, que con denuedo trabajan cotidianamente para salvar al mundo, para remendar tantas trágicas roturas que desgarran a la humanidad.

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