José Henríquez, `guía espiritual´ de los 33 mineros chilenos, relata su experiencia y habla de su fe

Mil millones de personas vieron por televisión el milagroso rescate de 33 mineros atrapados a 600 metros de profundidad en Chile. Pero no tantos han conocido la historia de José Henríquez, el minero que ayudó a sus compañeros a pasar de las tinieblas a la luz. Ahora revela lo sucedido en el interior de la mina San José después del accidente.

SANTIAGO DE CHILE · 31 DE OCTUBRE DE 2010 · 23:00

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Sus compañeros lo llamaban “don José” y la prensa lo bautizó como “el pastor”. José Henríquez prefiere la primera opción: “Yo no soy pastor ni soy guía espiritual, como me han denominado, así que me calza mejor don José. Mis compañeros me conocieron así y así me decían”. Este hombre con una profunda fe como cristiano evangélico, es miembro de una iglesia pentecostal y nieto de pastor. Durante el tiempo de aislamiento en lo profundo de la mina cumplió un importante papel espiritual, se describe a sí mismo sin titubear: “Un hombre sencillo, humilde, y testigo ocular del Evangelio, responsable del Evangelio. En esa forma me describiría, como un hombre con gratitud en mi corazón hacia el Señor. Lleno de gozo, de alegría, de contentamiento, porque su Espíritu habita en nosotros. Es el Espíritu Santo que nos hace sentirnos diferentes y que habita en todos los hijos del Señor. Eso es lo que marca la diferencia en el creer en un Dios vivo. Así me describiría”. No quiere que lo consideren un héroe por lo que hizo en la mina. “El héroe se llama Jesucristo. Él es el único héroe que se puede mencionar. Independientemente de lo que el hombre haya hecho adentro o afuera de la mina, Él es quien se merece la honra y la gloria”, expresa. SU HISTORIA Don José entregó su vida a Cristo hace treinta y tantos años. “He tenido un abuelo pastor y en la familia siempre escuchaba alabanzas y conocía hermanos cristianos, pero era una persona ‘insertada’ en una familia cristiana”, confiesa. Fue su propio abuelo quien lo guió al conocimiento de Cristo. “Yo solía acompañar a mi madre a la iglesia, pero iba solamente para que a ella no le ocurriera nada. Un día, saliendo de la iglesia, mi abuelo me dijo ‘usted con ese cuerpo y tan cobarde, ¿cuándo va a aceptar al Señor?’ Yo lo miré y dije dentro de mi corazón, ‘¿qué se habrá creído este viejo?’ Pero el Señor tocó mi corazón y a la semana le estaba preguntando a mi madre ‘¿qué tengo que hacer para servir al Señor?’”, recuerda hoy José Henríquez. En ese momento acababa de retirarse de un conjunto folclórico que integró durante diecisiete años. “Eso no llenó nunca mi vida. Mi mamá me dijo: ‘toma tu acordeón y preséntate donde el pastor´, y así lo hice. Tomé mi acordeón y me presenté donde el pastor, pero no fue donde el pastor, fue donde el Señor”. A partir de ese momento experimentó algo que no conocía. “El Señor llenó mi vida, llenó mi corazón, fue algo muy maravilloso para mí. Estaba cargado de inmundicia, estaba cansado de la vida, lleno de cosas, y Dios libertó mi vida. Me llenó de alegría, de gozo, y me hizo ser un corista para Él”. La música ha seguido formando parte de su vida, pero ahora toca el acordeón y la guitarra para el Señor. “Ahora le canto al Amor de los amores. Él también me ha hecho ser un predicador, llevo la Palabra donde quiera que esté. Siempre les hablo a las personas, a mis compañeros, en todo lugar. Yo creo que cada persona que conoce al Señor quiere contarle al otro inmediatamente que haga lo mismo”, afirma. LA MINA: UNA TRAGEDIA ANUNCIADA Tal como se publicó en medios de prensa luego del accidente minero, don José le había dicho a su familia que la mina San José en Copiapó “estaba mala”. El minero había visto la situación, sabía que las condiciones no eran buenas. “Pudimos constatar que la mina estaba explotando, reventando, por diferentes lugares”, relata. Pero, además “el Señor tomó a una abuela mía, y ella vino en dos oportunidades a avisarle a mi madre que a mí me iba a acontecer algo muy duro. Que iba a ser muy difícil que yo pudiera escapar. Yo me fui a la mina sabiendo esto. Pero sabemos que creemos en el Dios de las cosas difíciles, en el Dios de las cosas imposibles. Yo creo que el Señor avisa las cosas porque Él ama a su pueblo, yo creo que Dios es un Dios de amor, de misericordia”. El día que entró por última vez a la mina, al despedirse de su hija don José tuvo la certeza de que algo le iba a ocurrir. “Ella se esforzó demasiado por ir a despedirse de mí. Y yo supe en ese momento, que Dios iba a hacer algo conmigo. Pero me fui confiado, yo siempre cuando hago las cosas digo ‘Señor acompáñame en este viaje, acompáñame a entrar a la mina’. Los hijos de Dios, clamamos a nuestro Dios vivo, en nuestro corazón y donde quiera que estemos, Dios nos escucha. Por eso Él no tuvo contratiempo en estar con nosotros en el fondo de esa mina, porque Él es un Dios poderoso”. ¿QUÉ PASÓ ALLÍ DENTRO? En el momento del rescate, el mundo entero vio que varios de los mineros dieron gracias a Dios (unos se arrodillaron, señalaron al cielo, salieron con la Biblia). ¿Qué pasó allí dentro? ¿Qué los hizo tener tanta fe? José Henríquez responde esta pregunta con sencillez: “Lo que pasó es que Dios nos colocó en esa situación y cuando vimos que ya no teníamos escapatoria – nosotros buscamos todas las posibilidades de tener una puerta de escape y no la había, Dios cerró la puerta por los dos lados – no nos quedó de otra más que organizarnos y ver qué podíamos hacer humanamente. Cuando vino la repartición de esta organización, mis compañeros sabían que yo era cristiano evangélico, entonces me dijeron: ‘usted se va a hacer cargo de la oración y nos va a guiar en la oración’. Yo dije ‘gloria a Dios’ dentro de mi corazón porque era una oportunidad de trabajar para el Señor, sin importar la situación en que estábamos”. La situación era extrema y eso movió a los mineros a humillarse ente Dios. “El Señor quiere que el hombre se humille, quiere que el hombre le busque en espíritu y en verdad y Él dice que ama al que se humilla. Esas palabras venían a mi mente y podía ver que el Señor nos conducía de tal manera que nuestra oración pudiera ser efectiva, que fuera una oración que convenciera a Dios. Yo creo que lo que Dios vio ahí fue humillación, creo que no hubo ninguno de los que estaban ahí, en la primera oración, que no se humilló a Dios. Porque todos sabíamos en la situación que estábamos”. CADENA DE ORACIÓN A partir de ese momento, el ambiente espiritual cambió en la mina. “Es cierto que no todos fueron transformados, pero al menos ninguno dejó de decir ‘yo creo en el Señor’”, comenta Henríquez. “Ahí adentro, se predicó la Palabra, se cantaron alabanzas a Dios, teníamos una especie de culto de oración. Los teníamos a las doce del día, en la tarde a las seis. Después que llegaron las “palomas” nos integramos a las cadenas de oración (en el exterior) porque éramos los interesados. Eso lo entendieron ellos. Y yo creo que la Palabra es la que transforma al hombre. Sabemos que la Palabra del Señor no tan sólo es papel y tinta sino que es Espíritu, es como una espada de dos filos”, dice. Entre los atrapados había diferentes caracteres, 33 formas distintas de ver las cosas, “pero un solo interés: creer en un Dios vivo que podía sacarnos de ahí. Eso fue lo que marcó la diferencia y ese Dios vivo respondió la oración”. El domingo, días antes de que fueran rescatados, Henríquez se comunicó con su hermano en el exterior por medio de una carta y le dijo: “Trae a un pastor de tu consideración, que Dios te de testimonio de que es un verdadero pastor, para que venga a tomar la oración de aceptación”. Así lo hizo y alrededor de veinte mineros manifestaron su fe en el Señor. “Ahora, independiente de que tal vez nos faltaron días de estar allá, la Palabra dice que Dios hace crecer la semilla. Uno puede sembrar, el otro puede regar, pero Él es el que da el crecimiento. Estos hombres -permita el Señor que ninguno se pierda- tal vez no los vamos a estar viendo, pero la Palabra fue predicada, la Palabra fue sembrada y ahora el Señor es quien tiene la palabra. Él va a tratar con cada uno de ellos y eso es lo que esperamos”, dice con fe don José, manifestándose gozos de haber sido un instrumento en las manos del Señor. DIOS Y EL DIABLO, EN LA MINA Una de las declaraciones que reprodujo la prensa internacional fue la de Mario Sepúlveda, quien al salir de la mina dijo: “Dios y el diablo me pelearon, y ganó Dios”. Henríquez explica que Sepúlveda fue uno de los primeros en reconocer la realidad espiritual. “Cuando había dificultades, él decía ‘esto nos está pasando porque nos estamos comportando de esta manera’. Yo decía ‘gracias Señor porque tú mismo estás haciendo que estas personas reconozcan su error’. Cuando había problemas con la máquina, que se echaba a perder el martillo, días enteros perdidos, entonces ellos decían ‘¿seremos nosotros los culpables de que esto esté pasando?’. Entonces había diferencias de opinión. Pero ahí estaba el Señor controlando todo aquello”. La fe en Dios no impidió que en algún momento don José pensara que moriría dentro de la mina. “Como hombre, humanamente, esos pensamientos vienen. Pero los hijos de Dios tenemos un espíritu diferente, que nos llena de confianza. Dice su palabra que ‘si morimos para Él morimos, y si vivimos para Él vivimos’”. EL MILAGRO DE LOS ALIMENTOS Henríquez afirma que “El Señor tomó todas las medidas, teníamos agua, teníamos oxígeno, teníamos algo de alimento”. Asimismo agrega que “sucedió algo maravilloso: teníamos un cajón en el que prácticamente no quedaban alimentos, era algo caótico. Pero el Señor me trajo a la mente aquella cantidad de personas que fueron alimentadas porque el Señor consideró que iban a regresar a sus hogares e iban a desfallecer por el camino. Así que oramos por los alimentos, ungimos ese cajón, y el cajón no mermó de tener bendiciones, hasta que comenzaron a enviarnos alimentos por las sondas. No se acababa la comida, incluso sobraron cosas”. Para este minero la carrera no ha terminado. Ha manifestado en varias oportunidades que piensa volver a trabajar en minería y lo justifica: “Humanamente, no tengo otra forma de vivir, yo voy a tener que seguir porque soy de familia de mineros y esa es mi profesión. Pero si el Señor me da otro medio de sobrevivir, yo lo consideraría porque vi sufrir mucho a mi familia, a mi esposa, y no los quiero ver así otra vez”. Parecería lógico pensar que después de esta experiencia José Henríquez pudiera convertirse en predicador del Evangelio. Pero él dice que no ha recibido este llamado de Dios. “Yo he cumplido un rol, nada más. Yo no he sentido el llamado a convertirme en un evangelista. La gente me llamó ‘guía espiritual’ o ‘el pastor’, pero no lo soy. Yo sé lo que sufre un pastor”. Su referente es su propio abuelo. “Viví muchos años mirando a mi abuelo sufriendo por llevar la Palabra, viviendo en situaciones precarias. Él fue un hombre que realmente sufrió por llevar el Evangelio a lugares inhóspitos. Si usted me pregunta si quiero ser pastor yo le digo que no, porque uno ve de cerca el sufrimiento de los verdaderos pastores”.

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