Prohibida la blasfemia: el Vaticano somete a su arbitrio el fútbol italiano

El pasado 27 de febrero entró en vigor una norma insólita en la historia del fútbol mundial. La Federación Italiana de Fútbol aprobó la sanción de tarjeta roja para aquellos que pronuncien una blasfemia, hasta el punto de revisar en vídeo si los futbolistas han pronunciado el nombre de Dios en vano.

ROMA · 07 DE MARZO DE 2010 · 23:00

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Una medida impulsada por Kevin Lixey, responsable de la oficina Iglesia y Deporte del Vaticano, y Giovanni Petrucci, director del Comité Olímpico Nacional Italiano (CONI), que ha levantado una gran polémica en el país mediterráneo. El entrenador del Chievo Verona, Domenico di Carlo; y Davide Lanzafame, delantero del Parma, pasaron el pasado martes a formar parte de la historia futbolística de Italia por ser los primeros sancionados tras ser acusados de exclamar improperios contra Dios. La medida adoptada por el Calcio italiano persigue la protección de los niños, a quienes «hay que dar ejemplo». Un argumento que, sin embargo, no ayuda a concretar la especificidad de qué se considera blasfemia y qué no. Según la Academia Española de la Lengua, la blasfemia es «una palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos». Pero también recoge la acepción de «palabra gravemente injuriosa contra alguien» y define blasfemar como «Maldecir y vituperar». Es decir, admite un abanico más amplio que el estrictamente católico. La FIGC, en cambio, se queda sólo con el ámbito vaticano. Ahora bien, ¿y qué ocurre si un jugador ruso, lituano o iraní blasfeman en sus respectivos idiomas? ¿Lo pasará por alto el árbitro, ya que no entiende lo que dicen? ¿Y si es un musulmán quien injuria contra Alá? ¿También se tiene en cuenta? ¿Y si además lo hace en árabe? ¿Y si el jugador es ateo o agnóstico? ¿Acaso no tiene derecho a explayarse a gusto, teniendo en cuenta que un futbolista suele disputar los partidos sometido a una alta dosis de tensión? Estas dudas no son respondidas por la normativa. Antes de entrar en vigor la norma, el portero del Juventus Gianluigi Buffon fue sujeto de debate nacional por proferir, supuestamente, una ofensa a la Divinidad. Periodistas y expertos quemaron un montón de horas leyendo los labios del eminente guardameta a través de las imágenes televisivas. Buffon desmontó en unos segundos todo el tinglado punitivo al asegurar que nadie podrá comprobar nunca si se acordó de Dio (Dios), de su Zio (tío), o de Dino cuando una cantada suya provocó el momentáneo empate del Udinese y el consiguiente cabreo del meta internacional. Mourinho, el excéntrico técnico del Inter, se limitó a responder con sorna: «¿Blasfemias? No he oído nunca ninguna». Por otra parte, Kaká, en su época milanista, reconoció que le molestaba cuando alguno de sus compañeros decían palabrotas, aunque finalmente tyuvo que acostumbrarse a escucharlas. Otra de las facetas de la norma es que impedirá que las camisetas muestren mensajes personales de cualquier tipo. Una norma que ya aplica la FIFA en sus campeonatos nacionales y que también se examina con cuidado en España, donde las recientes muestras de solidaridad hacia Haití, Chile o Madeira fueron habituales en los campos de fútbol del país.

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