Un sacerdote irlandés visita prostíbulos en Filipinas para rescatar menores traficadas

Shay Cullen, tres veces candidato al Nobel de la Paz, ha salvado a miles de niños de la explotación sexual en Filipinas. Recientemente estuvo en Bilbao y contó cómo lo hace.

BILBAO · 21 DE FEBRERO DE 2010 · 23:00

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El padre Shay Cullen, conocido a nivel mundial como el "cazapederastas", no tiene pinta de cura. Su aspecto es una de las armas que este sacerdote irlandés utiliza -con cámara oculta si hace falta- contra las mafias del sexo que explotan a decenas de miles de niños y niñas en Filipinas, amparados por policías corruptos y fiscales que se las arreglan para no condenar a nadie. "Los policías no suelen tener empatía con las víctimas, algunos son clientes o están en el negocio. La solución pasa por brigadas de policía femeninas", asegura. Durante su reciente visita a Bilbao, este religioso nacido en 1943 y que ya ha sido tres veces candidato al Nobel de la Paz, declaró que "Jesucristo, como el activista radical que era, estaría probablemente en la calle haciendo algo parecido". No duda en criticar que la Iglesia Católica recurra a su autoridad con tanta energía en cuestiones como el aborto, y no lo haga para erradicar la pobreza ni condenar los abusos del clero. CONTRA LA MAFIA Y LOS MARINES Tras ser ordenado sacerdote en 1969, Cullen fue destinado a Filipinas. En 1974, fundó la Fundación Preda en la ciudad de Olopango, que ha salvado a miles de niños de las garras de las mafias del sexo. Ganó notoriedad cuando hizo visible uno de los efectos colaterales de la presencia estadounidense en la base naval de Subic Bay al revelar la existencia de una red de prostitución infantil dedicada a satisfacer las bajezas de los marines. Se implicó como pocos en la campaña para conseguir que EE UU pusiera fin a su presencia militar permanente en el archipiélago y asistió a su retirada en 1992. A LA PUERTA DEL PROSTÍBULO Suele ir de incógnito a los prostíbulos y clubes -regentados a menudo por australianos, europeos y estadounidenses- para recabar pruebas e intentar llevarse a los jóvenes a su fundación. "A veces, cuando recogemos a los niños, me denuncian a mí por secuestro", afirma. Tranquilamente se acerca con destreza a los proxenetas que hacen guardia en la puerta del local como si fuera uno más de esos sherpas que llevan de la mano a los turistas sexuales: "Es mejor hablar con estos para conseguir grabaciones de audio. Dentro de los clubes no se oye por la música". Así ha podido captar diálogos como el que sigue: -Qué pasa tío, vengo con unos clientes que quieren niñas. ¿Qué tienes?-, les dice. -De todo. ¿Quieres una de 14?-, pregunta el proxeneta. -No, estos las quieren más jovencitas, más limpias. Le tienen miedo al VIH. -Ah, quieres vírgenes. Eso te costará. Te puedo poner tres de 13 años. Tiene ahora mismo más de 30 casos documentados de abusos a menores. Se muestra escéptico de que los culpables terminen en la cárcel. "Es más fácil salvar a los niños que lograr que condenen a los abusadores". Sabe que, si hay pobreza, siempre habrá gente dispuesta a comprar a otros para su disfrute. Por eso abrió otro frente en el comercio justo a beneficio de los agricultores y artesanos filipinos que logran un mejor precio por sus productos, disponibles en tiendas de Intermón Oxfam.

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