La Pepa: una Constitución monárquica, católica, y al final fracasada

El 19 de marzo de 1812 se promulgó la primera Constitución española en las Cortes de Cádiz. Avanzó algunas libertades, pero fracasó al someterse en la práctica a los anquilosados poderes tradicionales.

ESPAÑA · 18 DE MARZO DE 2012 · 23:00

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España celebra hoy el aniversario de su primera Constitución. En 1812, las Cortes de Cádiz, en ausencia del Rey Fernando VII, las Cortes emitieron un texto que regulase “el buen gobierno yla recta administración del Estado”, como decía en su preámbulo. A lo largo de 384 artículos se exponían los principios para la gobernabilidad de la Nación española, que entonces contaba en su territorio a las Américas y otras colonias. Más conocida como la “Pepa”, este texto tuvo gran influencia en todo el mundo y fue considerado un símbolo de libertad. Sobre todo porque el texto reconocía por primera vez algunos derechos que todavía no estaban del todo afirmados en territorio español. Por ejemplo, se recogía por primera vez el derecho de propiedad y la inviolabilidad del domicilio particular. Además, se prohibía aplicar penas a los familiares de quien había cometido un delito, y el castigo debía recaer exclusivamente sobre el culpable de los hechos. La tortura estaba prohibida y se articulaba el derecho a la integridad física. La constitución reconocía la libertad de expresión y de prensa “sin necesidad de licencia, revisión o aprobación alguna anterior a la publicación”, aunque a la vez proclamaba a España como Estado confesional, no reconociendo la libertad religiosa. En cuanto a la organización política, la Pepa incorporó la separación de poderes y matizó el control absoluto a la monarquía. La soberanía, poder pleno y supremo del Estado, pasa ahora a la Nación. El poder del Rey se vio limitado y sus actos debían ser refrendados por los Secretarios de despacho. Los diputados a las Cortes se elegían mediante sufragio indirecto y para ser candidato era necesario poseer una renta anual procedente de bienes propios. Esto hacía que el Parlamento quedara en manos de las clases acomodadas. Sobre la Constitución de 1812 escribe César Vidal un artículo en Protestante Digitalen el que reflexiona sobre las circunstancias internas y externas al texto que impidieron que éste triunfase definitivamente en España. LA LUCIDEZ DE BLANCO WHITE Para Vidal, los defectos que la condenaron al fracaso “ya fueron señalados en su tiempo por José María Blanco White”. El intelectual español emigrado a Inglaterra es una interesantísima figura histórica que en su recorrido vital abandonó el catolicismo del que formaba parte (era clérigo) para abrazar el protestantismo. Como redactor de la parte política del Semanario patriótico, dice Vidal que “desde 1808 defendió la necesidad de redactar una constitución liberal a la vez que se convertía en uno de sus propagandistas”. Luego, en 1810 y ya desde Inglaterra , publicaría sus pensamientos desde el periódico “El Español”, una revista liberal y patriótica que siguió con rigor el camino de la Constitución. Desde sus páginas, Vidal considera que Blanco White “supo prever como nadie que el proceso iniciado con la reunión de las Cortes acabaría trágicamente”. Para Blanco White, la “libertad” era un concepto difícil de plasmar en una España “marcada por la actividad de la Inquisición, por la prohibición de lecturas y por un cerril monolitismo religioso”. Por eso, a pesar de apoyar el hecho de que se redactase una Constitución. Desde el Semanario en el que colaboraba lanzó sus deseos de conseguir “la independencia de millones de españoles frente al capricho de uno solo” y de que “cada ciudadano llegue a sentir sus propias fuerzas en la máquina política”. Desde Londres, Blanco White aplaudió los logros de las Cortes como la aprobación de la libertad de imprenta o la declaración de soberanía de la nación, aunque también lamentó que estas libertades no se concretaran. Dice Vidal: “Por ejemplo, el Reglamento de la libertad de imprenta en España promulgado por las Cortes disgustó a Blanco porque era muy restrictivo y eliminaba así la posibilidad de que una acción despótica de las Cortes pudiera verse frenada por la opinión pública”. Más adelante Blanco redactó un conjunto de escritos conocidos como las “Cartas de Juan Sintierra” donde señalaba los problemas que veía en la actividad de las Cortes y en las posibilidades de que la Constitución tuviera un futuro feliz. SIN LIBERTAD RELIGIOSA Apunta Vidal que estas críticas aún hoy “suenan, lamentablemente, muy familiares. Se queja, por ejemplo, de que no pocas cuestiones se solventaban no en las Cortes de manera abierta, sino en los pasillos y en reuniones secretas o de que los diputados parecían más estar en una tertulia que al servicio de la nación. También de que, buscando el lucimiento, se elevaban perdiendo el contacto con la realidad”. El historiador cree que Blanco acertó sobre todo en su crítica de los defectos de la Constitución. Se trataba en definitiva de un texto “que carecía de realismo al abordar las relaciones entre las Cortes y la Corona”. La Constitución, a juicio de Blanco, era “tan poco mirada en sus precauciones contra el poder real” que podía acabar teniendo un trágico final. La Constitución además negaba un principio tan importante como el de la libertad religiosa para complacer a la iglesia católica. Esa circunstancia dolía a Blanco hasta el punto de lamentar la intolerancia religiosa “con que está ennegrecida la primera página de una Constitución que quiere defender los derechos de los hombres”. De hecho, las Cortes, “convertidas en concilio no sólo declaran cuál es la religión de la España (a la cual tienen derecho incontestable) sino condenan a todas las otras naciones” no católicas. En otras palabras, “los españoles han de ser libres, en todo, menos en sus conciencias”, según se desprende de su artículo 12, “una nube que oscurece la aurora de libertad que amanece en España”. “No puede dudarse – apunta Vidal - que Blanco White acertó en todas sus prevenciones, en todos sus avisos, en todos sus pronósticos. De entrada, el regreso de Fernando VII se tradujo de manera inmediata en la supresión de la Constitución y en un intento –absurdo, pero determinado– de regresar al Antiguo Régimen (…) Acto seguido, el mantenimiento de los privilegios disfrutados por la iglesia católica tuvo un efecto pésimo sobre el desarrollo del constitucionalismo español. Todavía en la tercera década del s. XIX, la inquisición española ejecutó a un hereje –el protestante Cayetano Ripoll– cuyo horrendo delito había sido no rezar el Ave María en clase”. Así, concluye el historiador que “La Constitución de 1812 – uno de los logros más nobles de la Historia de España– acabó fracasando no por la falta de patriotismo o de brillantez de sus redactores sino, fundamentalmente, por la manera en que éstos se dejaron llevar –el juicio también es de Blanco White– por un idealismo que les cegó ante la reacción que los grandes beneficiarios del Antiguo Régimen –la monarquía absoluta y la iglesia católica– opondrían a sus avances. De las consecuencias de aquel fracaso seguimos sufriendo a día de hoy. De sus lecciones, deberíamos aprender aunque sea a doscientos años de distancia”.

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