Contra los fundamentalismos, el antídoto –según Máximo García- es el diálogo interreligioso

La intolerancia religiosa engendra odio e inseguridad y da lugar a fundamentalismos y perjuicios contra los diferentes, muchas veces con apoyo del Estado y haciendo uso de la violencia, aseguró Máximo García Ruiz, presidente del Consejo Evangélico de Madrid, en la Mesa "Conflictos Religiosos" del V Foro Ciudades contra la Pobreza celebrado en Valencia.

VALENCIA · 03 DE ABRIL DE 2006 · 22:00

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La historia demuestra que detrás de la intolerancia, de las persecuciones, de la torturas y de las guerras, siempre aparece como causa alguna creencia religiosa, señaló. La paradoja, afirmó García, estriba en que la religión siempre es percibida como el camino para la paz, como refugio para todo ser humano, pero no siempre ha sido ni es así, dijo en el evento. "Con la cruz, o con el símbolo aplicable a cada religión, se ha pretendido legitimar la espada. Y no es extraño que los combatientes de uno y otro bando se ensañen invocando a un mismo Dios, aunque con distinto nombre", indicó. García llamó a la intolerancia religiosa "un viejo fenómeno que acosa a la humanidad" y explicó que todas las religiones que se consideran a sí mismas las "únicas verdaderas" y reclaman una superioridad con respecto a las otras, "reproducen un cuadro de intolerancia". Contra los fundamentalismos, el antídoto que recomienda García es el diálogo interreligioso. En la medida en que somos capaces de aceptar el pluralismo religioso y la tolerancia, "comenzamos a aceptar como cosa natural la igualdad entre todos los seres humanos", aseguró, sin considerar las diferencias como amenazas, sino como oportunidades. Para García, el conflicto religioso también se deja sentir en la elaboración de las leyes, en la distribución injusta de la riqueza y del trabajo, en la enseñanza, en la investigación científica y tecnológica, en la comunicación. "La religión se manifiesta con frecuencia como un freno a las aspiraciones de progreso del hombre y esto se convierte en un serio conflicto de intereses", dijo. Sin capacidad para desterrar la pobreza material que engendra conflicto, el papel de las iglesias es contribuir a resolver la pobreza espiritual, que es la que, en última instancia, provoca el conflicto entre las personas y conduce a la destrucción, afirmó. "Eliminar la pobreza espiritual es contribuir a convertir el corazón egoísta en un corazón compasivo, desarrollando la teología del compromiso y de la generosidad. La compasión y el amor al prójimo van de la mano; y la justicia y la paz son inseparables", refirió. En cualquier caso, agregó, la respuesta a la pobreza no es la caridad continuada para que el pobre siga siendo pobre, sino terminar con el "síndrome de la dependencia". La solución del conflicto social, capaz de arrancar de raíz la violencia, el terrorismo y el hambre, pasa por asumir los valores religiosos y ponerlos en práctica, dijo.

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