Melilla, `el prójimo negro y pobre´, analizado por Juan Simarro

En estos días estamos escuchando continuamente noticias a través de todos los medios de comunicación, que nos hablan de la situación de los inmigrantes subsaharianos en Melilla. Estamos oyendo de sus luchas por cruzar la frontera que les separa del hambre y de la violencia, de cómo quedan muertos y heridos en su intento de pasar las alambradas de la frontera con España, siendo expulsados y abandonados en zonas desérticas. Juan Simarro, director de Misión Urbana de Madrid, ha analizado estos hech

Madrid · 10 DE OCTUBRE DE 2005 · 22:00

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Simarro es una persona implicada con el compromiso con el necesitado en la teoría y en la práctica. En este último aspecto, es el director de Misión Urbana Evangélica de Madrid, una institución que ayuda al marginado y necesitado en múltiples áreas, desde las madres necesitadas hasta el inmigrante, pasando por el marginado social. En el aspecto teórico, este licenciado en Filosofía es un conocido escritor de múltiples libros sobre el compromiso social del cristiano, además de conferenciante habitual en este campo. Como cristiano que quiere vivir una vida comprometida con los más débiles del mundo “me siento muy limitado y un poco avergonzado de mi inactividad. Pero al menos no quiero guardar silencio”, dice Simarro en su columna semanal “De par en par”, en Protestante Digital. Desde su concepto habitual de projimidad como tema central en el Evangelio expone que “no se trata de que queramos que las fronteras de España se abran para que entre todo el África dentro de nuestras puertas” sino que se trata de que existe un mundo desesperado y empobrecido en un marco de injusticia social. “Las riquezas del mundo que son de todos los humanos, tienen un injusto y desigual reparto y muchos no pueden acceder a ellas. Se trata de que el veinte por ciento de la humanidad consume lo que le corresponde al mundo entero”, recuerda Simarro. LA PUNTA DEL ICEBERG Por tanto, el problema de los subsaharianos intentando cruzar las vallas, las alambradas y las dificultades de las fronteras, “es la punta de un iceberg que amenaza también al mundo rico” hasta el punto de que "la presión de las migraciones internacionales puede llegar a ser de tal magnitud, que se convierta en una amenaza para el todopoderoso Norte rico", pero que en realidad es “nuestro prójimo cercano que está llamando a nuestras puertas, y que se halla tirado al lado del camino, robado, despojado y dejado medio muerto”. Ese colectivo humano echo tan cercano a través de las imágenes que nos llegan cada día, "es el prójimo de la Parábola del Buen Samaritano" de quien se nos dice que “cayó en manos de unos ladrones”. En un grito de desesperación, Simarro declara: "no sé hasta qué punto el mundo rico hoy puede ser el prototipo de ladrón. No sé hasta qué punto el mundo está en manos de ladrones. No sé hasta qué punto nuestro bienestar de las sociedades del veinte por ciento del mundo rico, está montada sobre el despojo y la rapiña. No sé hasta donde se puede aplicar al mundo rico que “el despojo del pobre está en vuestras mesas”, como dice el aserto bíblico. Y si lo supiera, preferiría que vosotros mismos reflexionarais e investigarais las causas de la pobreza". Simarro insiste en que es un reto para los cristianos “porque veo muy difícil que, los seguidores de Jesús, puedan seguir dando alabanzas, oraciones y ritos a un Dios solidario con el pobre, sin acordarse hoy del prójimo que más próximo se nos está haciendo en estos días". Si la Iglesia calla y pasa de largo ante la situación de estos negros subsaharianos, "estará representando a ese mal prójimo, representado por un sacerdote que, en la Parábola del Buen Samaritano, optó por el ritual, por no mancharse las manos de sangre considerada impura... por pasar de largo. Y fue rechazado por Dios como mal prójimo”. Por todo ello, Simarro entiende que la Iglesia ante estas situaciones no debe quedarse pasiva, sino “levantar su voz profética y clamar por justicia con esta parte de la humanidad (…) por planes que redistribuyan las riquezas del mundo“ ya que “las medidas policiales, aun amparadas en la legalidad de los Estados, no bastan. Se conforman solamente en un brazo represor y defensor de la legalidad que favorece a los que tienen sus almacenes llenos y protegidos”. La Iglesia, defiende Simarro, debe también gritar contra el levita, o el legislador que legisla insolidariamente, “y una vez ejercido el clamor, todos los que podamos, intentemos curar heridas, hablando desde el punto de vista asistencial”. “Y si la Iglesia sigue entre sus ritos y no clama por justicia a estos débiles del mundo, habrá perdido la meta. Y, cuando piense que ha llegado al final, lo que pasará es que simplemente ha perdido el camino”, concluye Juan Simarro.

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