La cabalgata de Reyes en Vallecas

Los tiempos y las formas cambian, pero el corazón totalitario del ser humano sigue siendo el mismo.

Redacción PD

03 DE ENERO DE 2018 · 18:00

Cabalgata de Reyes en Madrid (foto de archivo),cablagata reyes, madrid
Cabalgata de Reyes en Madrid (foto de archivo)

En los dos últimos años, desde la llegada de Podemos (o sus coaliciones) al poder en algunas alcaldías (especialmente Madrid y Barcelona), las celebraciones públicas de algunas festividades religiosas se han visto rodeadas de polémica, y en especial en Madrid la -en principio- inocente cabalgata de los Reyes Magos.

El pasado año fue muy controvertido que los tres Reyes de la cabalgata de Madrid fuesen tres mujeres disfrazadas, y con un vestuario digamos que excéntrico. Tras la polémica, este año será más tradicional; aunque el desfile paralelo que se realiza en los grandes distritos trae de nuevo una situación con debate.

En Vallecas estará una carroza llena de color, purpurina, decorada con la bandera arcoíris LGTBI y con tres ‘artistas’ invitadas. Aunque las tres irán caracterizadas parece todo más típico de un desfile del Orgullo Gay que de la comitiva que acompañará a Sus Majestades de Oriente en la cabalgata de este distrito madrileño el próximo 5 de enero.

Si la cabalgata tradicional en sí refleja un hecho que es bíblicamente inexacto (ni fueron reyes, ni tres ni magos los que adoraron al Jesús niño en Belén); ésta de Vallecas se acerca más a la parodia, y desde luego es introducir la ideología de género y reivindicación LGTBI en una fiesta que originalmente tenía un trasfondo cultural religioso.

No vamos a entrar a debatir si es o no un esperpento o un ataque a lo religioso, porque creemos que va mucho más allá de todo ello: es una forma de actuar muy propia de lo que fue el origen del nacional-catolicismo.

En el siglo IV el emperador Constantino abrazó de forma oficial la fe cristiana, y la declaró religión oficial del Imperio. A partir de ahí, además de acaparar poder la jerarquía eclesiástica, se unen trono y altar en un matrimonio que el tiempo ha hecho ver como negativo para la fe y para el Estado.

Pero un aspecto (y volvemos a las fiestas) de esta religión de Estado es que impuso festividades religiosas como asunto público (la fiesta de la Virgen patrona de la ciudad, procesiones de Semana Santa). Y otro aspecto fue una “cristianización” de las fiestas paganas, usurpando su sentido original (la Saturnalia romana y los solsticios de verano e invierno pasaron a las navidades y fiestas de San Juan actuales).

Pero el péndulo ha girado, y ahora aquellos que denunciaban la unión de Estado e Iglesia, usan las propias festividades religiosas como escaparate y promoción de su ideología, que al igual que antes el nacional-catolicismo, se impone desde el poder público y sustituyendo el espíritu previo de estas celebraciones.

Hemos pasado de “cristianizar” lo pagano por decreto a paganizar lo “cristiano” también por decreto.

El gran mal en todas estas situaciones no es lo que se hace o deja de hacer. El gran mal es que el poder público asuma una ideología (sea religiosa o de género) como propia. Porque a partir de ahí, la impondrá como única forma correcta de ver y hacer las cosas.

No se trata de prohibir tal o cual manifestación de las ideas (al revés, la libertad de cada cual es actuar según su conciencia sin atentar contra la del próximo). No, se trata de evitar que la simbología de una manera de pensar prime y oprima desde el poder sobre otras diferentes.

Los tiempos y las formas cambian, pero el corazón totalitario del ser humano sigue siendo el mismo.

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