Nuestros hiyabs invisibles

Es loable que la actual campeona de ajedrez de EEUU, se niegue a jugar el próximo Campeonato Mundial con el velo que impone la ley iraní a las mujeres. Pero hay también velos invisibles en nuestra “sociedad moderna”.

Redacción PD

07 DE OCTUBRE DE 2016 · 20:00

La selección femenina afgana integra el hiyab en su nueva equipación,hiyab, fútbol
La selección femenina afgana integra el hiyab en su nueva equipación

Hemos publicado una noticia que sin duda nos conmueve: Nazi Paikidze-Barnes, actual campeona de ajedrez de Estados Unidos, no quiere jugar bajo las restricciones que impone la ley iraní a las mujeres.

La jugadora lidera un movimiento de boicot al Campeonato del Mundo de Ajedrez Femenino -que se celebrará en Teherán el próximo año- por verse obligadas a cubrirse la cabeza con el pañuelo islámico.

Sin duda es loable este posicionamiento, que sirve para hacer una llamada a la acción, a la remodelación de la cultura hacia la identidad de la mujer. Algo que no es cómodo ni agradable, porque puede suponerle enfrentamientos, choques, y la posible pérdida de un título mundial.

Al hilo de este hecho, hay al menos dos aspectos que nos gustaría tratar.

El primer aspecto es la importancia de los gestos firmes que obligan a los demás a posicionarse. Esto es muy habitual en política, y en la actuación de los diversos lobbys sociales. Pero no en la iglesia evangélica.

En general, hay dos tendencias. La primera a la confrontación directa, al choque bélico, a la actuación por aplastamiento: "NO a tal" (y en tal pongan lo que quieran, ya sabemos lo que es más frecuente). Sin diálogo, sin acercamientos, sin entendimiento del otro. Sin duda esto puede ser necesario en casos extremos, pero no como una conducta habitual.

La segunda tendencia es el elegante silencio. No estamos de acuerdo, pero miramos para otro lado. O pronunciamos una frase genérica que nos deja satisfechos, pero que en nada ni a nadie afecta. Es el silencio de los hombres buenos, que como dijo Martin Luther King, a veces hace más daño que la maldad de los malvados.

Un segundo aspecto es el que lleva al titular de este Editorial. Unido a lo loable de la actuación de la ajedrecista Nazi Paikidze-Barnes, nos surge la pregunta: ¿por qué un torneo mundial femenino?

No nos interpreten mal. Si quieren hacerlo, que lo hagan. Pero ¿por qué no existe un Campeonato Mundial de ajedrez abierto a hombres y mujeres?

En atletismo u otros deportes de fuerza, parece lógico que exista una desventaja por características físicas propias de cada sexo.

Pero en inteligencia ¿es inferior la mujer o superior el hombre? Parece que estamos diciendo que sí al separar a ambos campeonatos -masculino y femenino- como si la mujer fuese incapaz de enfrentarse en un tablero de ajedrez “de tú a tú” al hombre ¿O es que hay miedo o vergüenza de que una mujer sea la que se lleva la victoria?

Es como un hiyab invisible que ponemos los occidentales, que nos consideramos muy igualitarios y demócratas, sobre el cerebro de la mujer (también hay "burkas occidentales" tristemente muy visibles, como la trata de mujeres, pero ese es otro tema).

A nivel de iglesia (evangélica), como decía Noa Alarcón en uno de sus siempre interesantes artículos, ¿por qué no suele haber mujeres ponentes en los grandes encuentros o conferencias evangélicos? No estamos hablando de ejercer o no el pastorado, sino de dones, talentos y personas que tienen mucho que dar a la comunidad de la fe; y a las que se pone un velo (invisible a menudo para quien lo coloca y para quien lo lleva).

Jesús se posicionó de forma clara y contundente ante la sociedad en multitud de temas, y no le importó que eso trajera consecuencias (!Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas -Lucas 6:26).

También incluyó de una forma -extraordinaria, más aún para su tiempo- a la mujer en su vida y sus Buenas Nuevas, hasta el punto de que el primer testigo de su resurrección fue María Magdalena (cuando las leyes judías no daban credibilidad al testimonio de una mujer sola).

Los errores en estos dos aspectos -firmeza y claridad, hiyabs invisibles- son sin duda desafíos para nuestro tiempo, como sociedad y como iglesia.

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