La teoría y la práctica

Los cirujanos, como los asesinos, se manchan las manos de sangre. La diferencia es que lo hacen para curar, a pesar de usar también herramientas afiladas.

15 DE FEBRERO DE 2014 · 23:00

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	Editorial, teor&iacute;a, pr&aacute;ctica</p>
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Editorial, teoría, práctica

El papa Francisco, coincidiendo con el día de San Valentín, ha hecho una proclamación de los consejos necesarios para el amor matrimonial, que ha sido muy difundido y celebrado en casi todos los medios. Interesante que alguien célibe que ha prometido no casarse nunca sea un experto consejero matrimonial. Conocemos el caso equivalente de un catedrático de cierta especialidad quirúrgica que escribe libros y da clases de técnicas operatorias cuando hace muchos años que no se mete en un quirófano. Y aunque la teoría sea bonita, bien expuesta, incluso más o menos adecuada, hay una gran diferencia entre quien habla de oídas del toro, y quien comenta del toreo con la taleguilla rasgada, manchada de rojo, y más de una cicatriz en la piel. Los cirujanos, como los asesinos, se manchan las manos de sangre. La diferencia es que lo hacen para curar, a pesar de usar también herramientas afiladas. Pero un cirujano con los guantes impolutos no es un cirujano, es un actor, incluso con la mejor de las intenciones. Y de actores estamos rodeados. En la política, en la familia, en las iglesias. Quienes mandan, predican, enseñan, condenan, desde sus torres de marfil. Pero lo peor es cuando aparece algún cirujano con las manos manchadas de sangre, y ante él un representante de los impolutos, esos perfectos teóricos de la irrealidad, que señalan con su blanco dedo al que está sucio. Jesús tocó a los leprosos, permitió que le besase los pies una prostituta, comió y bebió con pecadores, con enemigos del pueblo, lavó los pies sucios como un esclavo a sus discípulos, se dejó besar por un amigo traidor, discutió con pasión, lloró la muerte de sus amigos, se angustió ante el abismo. Se metió de lleno en la realidad de su tiempo siendo zarandeado, abrumado, abrazado, herido. Jesús no pecó, nunca. Nosotros sí, continuamente. Pero el mayor pecado ¿saben cuál es?: el que sostiene el dedo blanco acusador o señalador de la obligación de que se siga lo que él no conoce. El del teórico sin mancha que señala el camino a recorrer que él nunca ha explorado. Cuando escuchemos comentarios, acusaciones, juicios de valor, basados en las teorías de quienes miran desde el balcón, sigamos caminando en el barro del camino de la realidad. Porque en ese camino, es donde podremos re/encontrar a Jesús. A veces para experimentar nuestra humanidad y el perdón por nuestros muchos errores. Otras para descubrir que el camino del dolor nos lleva a un país donde todos somos iguales y cercanos. Y en ocasiones, para desenterrar tesoros en medio del barro. Mientras, el balcón de la torre de marfil estará cada vez más lejos, y sus voces, allí detrás, a nuestras espaldas.

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