«Lost»: de perdidos a hallados

Terminó el último gran fenómeno televisivo, y lo hizo siguiendo los parámetros que guiaron a la serie en su extensa andadura. Con una emisión casi simultánea en más de 50 países, las resoluciones finales apuntaron a cerrar los dilemas personales, dejando a un lado los enigmas mitológicos o la ciencia ficción, y abrazando una respuesta religiosa en la que la fe triunfa.

23 DE MAYO DE 2010 · 22:00

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Los giros de guión de «Lost» ya hacían presagiar un final de contenido esencialmente religioso. La temática de las relaciones entre los diferentes personajes se había ido decantando hacia los grandes temas del sentido de la vida: el perdón, la confianza, la bondad, la muerte y el más allá. Lo que demuestra que el hambre y la sed de lo trascendente sigue ahí. Nada puede aplacarlas aunque quieran negarse o llenarse de sucedáneos. De hecho, es frecuente que las grandes series que necesitan renovar los guiones ofreciendo profundidad acudan a la experiencia religiosa para atraer el interés de los espectadores. En el caso de «Perdidos» esta opción ha sido una revelación progresiva, que en el último capítulo ha tenido una explosión de significados explícitamente religiosos y preponderantemente cristianos. La conclusión es una visión del más allá de la muerte que se sitúa cercana a la perspectiva cristiana de una vida de resurrección, en un reencuentro con las personas amadas formando una nueva comunidad. Todo ello desde la reconciliación de los diferentes y contrapuestos personajes, que se centra especialmente en las figuras de Jack y Locke como dos modelos de vida: el espiritual y el pragmático. Al final el espiritual salva al pragmático ofreciendo su vida en un «sacrificio de redención». Planteada especialmente como una añoranza idealizada de la comunidad en tiempos del individualismo, «Lost» aspira a recuperar la confianza en los otros y en la posibilidad de unas relaciones personales fundadas en el encuentro y la bondad. Y todo ello con la cuestión del sentido de la vida que -como tantas veces en la ficción- se plantea en un doble plano: el mundo de la isla inmerso en lo sobrenatural; y el mundo que llamamos real, que se va abriendo a nuevas posibilidades y entrelazando en la misma naturaleza del hombre. Los guionistas de «Lost» han acudido a lo simbólico de distintas religiones como confiesan en la vidriera de la sacristía que aparece en el capítulo final. Esta perspectiva pluralista es frecuente en las series o películas que deben reclamar la audiencia de tantos tipos de espectadores. Así el monstruo del humo, la luz, el cielo, el agua o el vuelo son símbolos tomados directamente de las tradiciones religiosas. Sin embargo, la interpretación cristiana aparece como prioritaria. Del avión hemos pasado a la isla y terminamos en una iglesia donde el padre difunto explica a su hijo Jack Shepard el misterio de la incorporación a la eternidad. Y todo ello con el fondo de un crucifijo, que también un poco antes tiene la referencia de un Cristo resucitado, que se presenta a su vez como clave para la interpretación del sacrificio del protagonista Jack en la isla. Allí ha muerto en generosa entrega para dar la luz. Aunque el guión ha jugueteado con distintas perspectivas del tiempo y del espacio termina por decantarse hacia una perspectiva propia de la escatología cristiana aunque procurando incorporar las de otras religiones. No hemos de olvidar que el público de referencia sigue siendo el norteamericano. «Lost» con este final confirma lo que ya venía ofreciendo: la preocupación por las relaciones humanas lleva a la apertura a la cuestión de lo trascendente y de la fe. Este tema sigue siendo recurrente en las narraciones audiovisuales contemporáneas que en alguna medida tienden a sustituir a la práctica religiosa. El problema estriba en que los guiones ofrecen simplificaciones al servicio de la historia que narran. Y la implicación del espectador, por mucho que llegue a la categoría de «fan», no deja de ser bastante efímera. Si entendemos que el relato actúa como provocación debe ser bienvenido, pero si creemos que termina en la sustitución de la fe por un planteamiento general de lo sobrenatural y casi sincretista es claramente insuficiente. Para los espectadores de «Lost» ha llegado el final de su serie. Aunque seguirán visitando los 121 capítulos de las seis temporadas. Sin embargo, sería de desear que la actitud de simple espectador pasara a la de protagonista. Que la interrogación reemplazara a la pasividad de la recepción. Las cuestiones abiertas, ciertamente son profundas, y reclaman una implicación más personal y existencial. En este caso podemos haber asistido a una provocación inicial a la fe. O como decía Wim Wenders, el famoso director alemán, de uno de los personajes de su película «Tan lejos tan cerca», «lo importante no es que estás perdido sino que has sido encontrado». Y esa es la esencia del mensaje de Jesús. El vino en búsqueda de nosotros, pobres personas perdidas, para ofrecernos un camino de reencuentro con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Pero no es una serie para ver sentados cómodamente, sino para que nos impliquemos en ese guión de Dios como la realidad última de esta trozo de isla del Universo que llamamos Tierra. Reconocimientos: Tomado, adaptado y editado de un texto original de Peio Sánchez (Cine espiritual para todos, Periodista digital)

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