Unas entrañables vanidades

Luces por doquier, cenas de trabajo, compras de regalos, postales, eseemeeses, días de fiesta, viajes, pagas extras, alimentos especiales, bebidas de todo tipo… y todo esto, al final ¿para qué y por qué?.

21 DE DICIEMBRE DE 2009 · 23:00

,
¿Anunciamos la salida de la crisis global? ¿se han terminado la pobreza y las desigualdades entre los seres humanos, se controlarán las enfermedades en los cuatro continentes? ¿desaparecerá el paro en 2010? Subamos un escalón (porque lo anterior no haría feliz al ser humano, simplemente lo haría más humano en el amplio sentido de la palabra): ¿se acabarían el odio, la envidia, el orgullo, la corrupción, la mentira, la infidelidad, los asesinatos, la violencia, el maltrato, las adicciones, las soledades, las injusticias, los abusos de todo tipo? Ante esta situación que hemos sobrevolado, posiblemente podamos decir que “vanidad de navidades, todo es vanidad”. La palabra vanidad no es una palabra religiosa. Según el diccionario de la RAE (Real Academia Española) significa caducidad de las cosas de este mundo, algo inútil o insustancial, una ilusión o ficción de la fantasía. Todo ello aplicable a celebrar unas fiestas por el simple hecho de celebrarlas sin que exista razón real, y simplemente por pasarlo bien a secas (o con cava) o porque todo el mundo hace lo mismo. En definitiva un tipo de actuación muy del estilo de vida actual que es vano (de ahí viene vanidad): hueco, vacío y falto de solidez. inútil, infructuoso o sin efecto, poco durable o estable, que no tiene fundamento. Estamos hablando de definiciones de la Biblia… de la lengua española: de nuevo, la RAE. ¿Somos unos agoreros pesimistas, unos profetas del desánimo? Podríamos serlo, y con toda la razón, si este panorama desalentador fuese el único horizonte en nuestras vidas, no sólo del presente solsticio de invierno sino del resto del año. Pero precisamente la auténtica Navidad es que en medio de esta escena desalentadora hay algo nuevo que surge. No es una fiesta, al revés, es el drama de una mujer joven encinta que da a luz en medio de la noche; en un pesebre con la sola ayuda de su marido, y a miles de kilómetros de su casa. No es una cumbre de poderosos, políticos o religiosos de su tiempo. Sólo acuden unos jornaleros, unos pastores que son avisados de que estaba ocurriendo algo único en toda la Historia, y que a ellos les estaba dado verlo con sus ojos. No es tampoco un mensaje solidario sólo para los pobres, ni excluye a los ricos. Unos sabios de Oriente, buscadores e inquietos por las señales que aparecían ante sus ojos de científicos (astrónomos) fueron siguiendo esas señales extraordinarias, y las profecías de los libros sagrados judíos, hasta llegar a Belén y también ver al niño. ¿Pero qué había de especial en lo que estaba sucediendo? ¿un mito más a construir? ¿una nueva filosofía? ¿una revolución social? ¿otra vanidad más, al fin y al cabo de las muchas que han surgido en este planeta Tierra? Muchos cientos de años antes de que esto aconteciese, el profeta Isaías lo vio, y lo escribió tal y como se lee a día de hoy en sus escritos conservados: Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo del Dios de los ejércitos hará esto. Hay muchos más textos de profecías bíblicas que se refieren a este niño que debería nacer precisamente en Belén, hijo de una mujer virgen, de la tribu de David. Sin duda no nacía uno más. Nacía la luz de la verdadera esperanza. El justo entre los corruptos e injustos. El amor absoluto entre los mayores y menores egoísmos. La paz y el perdón frente a la violencia y el odio. La firmeza y la integridad frente a los altivos y orgullosos. La sinceridad que enfrenta todas las hipocresías. El que no era vano ni hablaba vanidad. Por eso nosotros, hoy, con sencillez pero con fundamento, sí podemos anunciar que hay una muy feliz navidad, si usted, si tu le pides a ese niño que también nazca en tu corazón. No es porque tengamos algún mérito o debamos tenerlo, es simplemente que lo necesitamos. Es simplemente que El afirmó ser Dios, y quiso morir ocupando nuestro lugar para lavar nuestras culpas; y resucitó como había anunciado. Ahora afirma que sigue queriendo llenar tu alma por la sola razón y motivo de que te sigue amando y quiere rescatarte de tu vanidad presente y eterna para llenarte de El y emprender una nueva vida: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. (Apocalipsis 3:20) De todo corazón, ¡feliz Navidad!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Editorial - Unas entrañables vanidades