Belleza y salud

En Madrid, una de las más importantes pasarelas internacionales de la moda, la pasarela Cibeles, ha creado recientemente una considerable polémica al establecer una talla mínima para las modelos (la talla 38). Su intención era apoyar la lucha en contra de la anorexia de una manera práctica y no sólo simbólica; demostrando que en la vida práctica hay que ser consecuentes con lo que se defiende en la teoría.

09 DE OCTUBRE DE 2006 · 22:00

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Y ha tenido polémica. Intereses perjudicados, modelos rechazadas, defensores del permitir que cada cual haga lo que quiera con su vida y con su talla, acusadores de que quiénes son ellos para poner tal o cual talla como límite, que si la salud es una experiencia que cada cual decide cómo experimentarla... en fin, lo normal en estos casos. Y entendemos que lo sucedido en este caso tiene una gran importancia. Porque no sólo hay que hacer grandes discursos, ni hay que limitarse a declarar posiciones personales grandilocuentes. Lo que de verdad importa y demuestra que creemos lo que decimos es la práctica de nuestra vida: lo que haces no me deja oir lo que dices, afirma un conocido dicho. Podemos criticar la anorexia, manifestar nuestra preocupación por este problema, pero después contratar modelos anoréxicas, o permitir que otros lo hagan ante nuestro consentimiento, aunque sigamos manifestando que no nos identificamos con su forma de proceder. Sobre todo, si al final participamos del mismo desfile de modas… y de las ventajas económicas y de todo tipo que de ello se deriva. Pero claro, definirse en cuestiones prácticas supone un problema. Y vivimos la sociedad del hedonismo y el pragmatismo: no hay que hacer nada que nos cause problemas, especialmente si eso perjudica nuestros proyectos. Por eso tiene especial valor la decisión de la pasarela Cibeles. ¿Y los creyentes? Nos tememos que vivimos un momento en el que estamos contagiados del mismo virus de la anorexia espiritual, con grandes declaraciones pero con pocas actuaciones reales que sean consecuentes con lo que en teoría pensamos o decimos pensar. Nos preocupa el aquí y ahora de nuestro problema cotidiano (alquileres, enfermedad, sueldo, negocios) pero poco los grandes problemas que atenazan a la sociedad y a la propia Iglesia. Las cuestiones que tienen que ver con definir la talla espiritual, con posicionarnos donde comienza la anorexia de la fe y del alma... se dejan siempre para otro. Dios recriminó a Elí (primer libro de Samuel) por la conducta de sus hijos; a pesar de que su enseñanza teórica como padre era correcta (ya que les recriminaba las actuaciones contrarias a las normas de Israel que sus hijos practicaban). Aunque Dios no hizo en ningún momento responsable a Elí de la actuación de sus hijos, sí lo hizo -¡y cómo- de algo que tenía que ver con Elí mismo: “no ha estorbado su conducta”. La pasarela Cibeles ha puesto desde su puesto de liderazgo en la moda un claro estorbo a la anorexia. A nivel espiritual debemos reconocer que no son muchos –de los que están en puestos de responsabilidad espiritual- que estén asumiendo el precio de obstaculizar lo que adelgaza y empobrece a la fe. Aunque decimos con Churchill aquello que “de joven quería cambiar el mundo; ahora me conformo con que el mundo no me cambie a mí”. Nuestra responsabilidad no es lo que los demás elijan hacer. Pero sí es vital para cada ser humano decidir en conciencia mantener aquello de lo que estamos convencidos. Pongamos talla donde creemos que hay que ponerla, y convertámonos en obstáculo donde haya que hacerlo. Seguir a Jesús es hermoso y sano. Defendamos también la belleza y la salud espirituales en la vida cotidiana. Sobre todo si hay estilistas que defienden que cualquier tipo de arruga es bella, o que la mancha lo ennoblece todo. Belleza (estética) y salud (ética) deben ir unidas. Es bello lo saludable y lo saludable es bello. O dicho a nivel espiritual, la ética válida es la del amor a la vez que amar es ser ético... según la talla 38 (por lo menos).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Editorial - Belleza y salud