Bartimeo, por Félix González

Jesús tuvo misericordia de Bartimeo, como la tiene de todos nosotros.

13 DE DICIEMBRE DE 2019 · 09:20

La curacion del ciego, El Greco. / Wikipedia.,
La curacion del ciego, El Greco. / Wikipedia.

Juan Maldonado fue un jesuita nacido en Zafra, Extremadura, el año 1553. Teólogo de mucho prestigio en su tiempo, publicó un comentario a los cuatro Evangelios que siguen siendo un clásico al día de hoy.

Maldonado se opone a quienes sostienen que el ciego Bartimeo de Marcos 10 y los ciegos de Mateo 20 constituyen dos relatos diferentes.

Lo argumenta así:

“Los dos milagros ocurrieron en aquel último viaje de Cristo a Jerusalén; en que tuvo lugar en las cercanías de Jericó; en que el ciego o los ciegos estaban sentados junto al camino por donde Cristo pasaba; en que clamaron diciendo “Jesús Hijo de David, ten misericordia de nosotros”; en que fueron mandados callar por la turba; en que Cristo se paró y los hizo venir a su presencia; en que les preguntó al tenerlos delante de él: “¿Qué queréis que haga con vosotros?”. Parece, pues, que en dos historias diversas no pudieron ocurrir tantos lances idénticos”.

La conclusión de Maldonado es que se trata de la misma historia contada por Mateo y Marcos con algunas diferencias.

El autor de la biografía que estoy comentando entra de lleno en el tema: “¿Qué fue lo que hizo el ciego, intrigado por aquella multitud que caminaba en un extraño silencio?”

En su ceguera llegó a percibir que Cristo era la solución a su triple problema: físico, material y espiritual. Llamó a Jesús a voces. Y porque llamó a Jesús, Jesús le llamó a él “y mandó traerle a su presencia”.

Aquí González cita al profeta Isaías: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” (Isaías 60:1).

Importante. Antes del llamamiento se produce el grito de Bartimeo, diciendo: “¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!” (Marcos 10:47).

Bartimeo da a Jesús un título mesiánico: “Jesús, hijo de David”. Otro grito, en el mismo sentido y con idénticas palabras brotó del corazón y los labios de la mujer cananea: “¡Señor, hijo de David, ten misericordia de mí” (Mateo 15:22).

Cuando Jesús hace su entrada triunfal en Jerusalén, la multitud clama: “¡Hosana al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Mateo 21:9). La frase que transcribe Mateo está tomada del Salmo 118:26, “bendito el que viene en el nombre de Jehová” que utilizaban los judíos para indicar al Mesías, al Cristo.

¡Claro que Jesús tuvo misericordia de Bartimeo, como la tiene de todos nosotros! Pablo lo tenía absolutamente claro. Escribiendo a uno de sus jóvenes discípulos, Tito, le recuerda:

“Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito: 3:4-6).

Lucas observa que los que iban al frente de la multitud, los discípulos, según han sugerido algunos comentaristas de los Evangelios, reprendían a Bartimeo para que cesara en sus gritos. “Los que iban delante le reprendían para que callase” (Lucas 18:39).

En este punto cedo la escritura al autor de la biografía, quien en un largo párrafo acierta plenamente en su argumentación.

“Los acompañantes de Jesús sólo ven a “un mendigo atrevido y descarado”. Pero los ojos de Jesús ven otra cosa muy distinta. Ven a una persona que había atravesado mil infiernos de tinieblas. Ven una vida que se consumía al borde del camino.

Y aquí podemos observar la diferencia entre los ojos de Jesús y los ojos del hombre. Lo propio del humano es que sólo acierta a ver sus propios asuntos, necesidades, intereses y anhelos. En cambio, lo divino es ver la necesidad del otro.

Así vivimos todos nosotros. Nos vemos bien a nosotros mismos y nos tomamos muy en serio todo lo que nos pasa y nuestras necesidades personales. Pero a los otros no los vemos.

La potente luz del egoísmo nos impide ver a los demás y sus necesidades. Por eso es que los necesitados están tan terriblemente solos. El ciego sabía que Jesús, el Hijo de David, sí tenía ojos para él, porque Dios le había enviado a buscar lo que se había perdido.

Él sabía que Jesús no se buscaba a sí mismo y sus intereses personales, sino que le buscaba a él. Por eso lo llamó en su auxilio a gritos. También nosotros debemos hacer lo mismo. Debemos invocar a Jesús con urgencia y con firme decisión”.

Ambos frente a frente, Jesús y Bartimeo, el Maestro pregunta:

“¿Qué quieres que te haga?”

El ciego le dice:

“Maestro, que recobre la vista”.

“Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado”.

“Y enseguida recobró la vista y seguía a Jesús en el camino” (Marcos 10:51-52).

Con su pregunta, Jesús tiende a provocar en el ciego una profesión de fe. Una fe que estuvo basada en la confianza en Dios y en el poder de Jesús para curarle.

¿Era Bartimeo ciego de nacimiento como el que menciona el apóstol Juan en el capítulo 9 de su Evangelio? Aquí leemos explícitamente que “al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento” (Juan 9:.1).

Según Lucas, Bartimeo pide a Jesús “que reciba la vista” (Lucas 18:41). En Marcos 10:51 el ciego pide a Jesús “que recobre la vista”. La interpretación de Marcos ha llevado a decir a comentaristas de este Evangelio que Bartimeo no había nacido ciego.

Félix González concluye su biografía de Bartimeo observando la reacción de la multitud presente en el milagro. De los cuatro Evangelios, sólo Lucas menciona este detalle: “Todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza Dios” (Lucas18:43).

Termina González en página 134: “Así será en el cielo. Y no hay en el mundo ninguna felicidad ni cuadro tan bello como la felicidad y la belleza del mundo venidero, donde todo el pueblo dará alabanza a Dios”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Bartimeo, por Félix González