“Montes escogidos”, por Félix González

Para la Biblia, los montes se encuentran entre las obras más sublimes del Creador.

15 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 08:20

,

Casi todos los pueblos del mundo tienen montes que consideran santos. La altura de estos montes ha impresionado siempre y se han visto en algunos de ellos las huellas de la divinidad. Su misma altura ha provocado un sentimiento misterioso de lo eterno. En China inspiran todavía mucho respeto los altos montes. A algunos de ellos sólo se puede ascender tras una preparación espiritual. En pueblos de África y Asia, quienes habitan en las faldas de los montes adoran al genio que supuestamente vive en ellos. En lugares de la India Central se cree que el dios solar tiene su morada en los montes y denominan “rayos solares” a los cerros afilados.

Para la Biblia, los montes se encuentran entre las obras más sublimes del Creador. Parte de estos montes existen en la Sagrada Escritura como testimonio de la existencia de Dios. Cada vez que los estudiamos acuden a la mente hechos sagrados de gran trascendencia.

Félix González analiza en este libro ocho de los más destacados montes que se mencionan en la Biblia. Dice que todos figuran en el Antiguo Testamento y adelanta que en otro libro escribirá sobre los montes que cita el Nuevo Testamento. En su opinión, en estos montes “brilla la luz de la gloria de la revelación divina. Son montes de salvación en medio de un mundo perdido. Montes que pregonan el amor y la misericordia divinos para con la humanidad necesitada. Son “los montes de Dios” (Salmo 36:6) que proclaman la justicia y la misericordia del Eterno, tal como proclama el salmista inspirado. Es a estos montes -nos reta González- a los que debemos alzar nuestra mirada por encima de nuestras mezquindades y miserias, de nuestras preocupaciones cotidianas y de las pequeñas alegrías y tristezas que inundan nuestra vida”.

Escribiendo en primera persona, González recuerda: “En varias ocasiones tuve la oportunidad de subir a estos montes y disfrutar de su impresionante belleza. En sus cumbres uno se desprende de muchas cosas que agobian y aprende a ver las cosas desde otra perspectiva y medida. El cielo está más cerca, el aire es más puro, atrás queda el ruido de nuestras ciudades y el ajetreo de nuestras calles. Allí uno se siente pequeño y admira embelesado. Es algo bello una estancia, por breve que sea, en las cumbres de estos montes”.

Ararat, monte de la misericordia.

Es el primero de los ocho que analiza González. Es la cumbre más alta de las cordilleras del Asia Menor. Su ubicación actual se extiende por el nordeste de Turquía y Armenia. Se cree que el arca de Noé se asentó sobre el valle entre las dos cumbres, “después de que se hubieron retirado las aguas del diluvio”. Afirma González que “todavía hoy las sagas armenias relacionan determinados lugares de Ararat con la historia de Noé y el diluvio universal”. El texto bíblico dice: “reposó el arca en el mes séptimo, a los diecisiete días del mes, sobre los montes de Ararat” (Génesis 8:4).

Moria, monte de la prueba.

Opina el escritor que el monte Moria “está situado al noroeste del monte Sion, en el emplazamiento original de la Jerusalén davídica”. No obstante ser el más bajo de todos los montes que circundaban Jerusalén, el monte Moria destaca en la Biblia por varios conceptos. Según el Salmo 68:16, Dios lo eligió como lugar para su morada: “ciertamente Jehová habitará en él para siempre”, dice el Salmo. Sobre ese monte Salomón construyó el templo y Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac. Para González, “los encuentros espirituales que tienen lugar en este monte son de una trascendencia, significación y hondura muy especiales”.

Refidim, monte de la intercesión.

Tal vez uno de los montes al que se presta menos atención. Está situado en el extremo sur de la península del Sinaí, entre Elim y el monte Sinaí. Los sufridos hermanos Moisés y Aarón tuvieron que soportar aquí las quejas, indignación a veces, del pueblo judío salido de Egipto porque en este monte no había agua. Fue aquí donde Moisés sostuvo en alto la vara mientras los judíos luchaban contra los de Amalec. Buenas observaciones de González: “Amalec no fue derrotado por la espada de Josué, sino por la vara de Moisés. No levantaba Moisés la vara para que la vieran los guerreros de Israel, sino para que la viera Dios”.

Sinaí, monte de los mandamientos.

El monte Sinaí, identificado por los árabes como Djebel Musa, tiene una altura de 2.292 metros. Con una configuración triangular sus vértices superiores se apoyan en Asia y África y penetran en el mar Rojo. En este monte Moisés “habló con Dios como con un amigo”. Desde este momento Jehová dictó a Moisés los diez mandamientos, que a Félix González merecen este juicio: “¡Tenemos mandamientos!, lo cual significa que Dios no ha dejado a nuestro libre albedrio definir que sea bueno ni que sea malo. Dios quiere que sujetemos nuestra acción a su ley”.

Nebo, monte de los anhelos.

Dice el libro de Deuteronomio: “Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo… y murió allí Moisés” (34:1 y 5).

Muy bonito el comentario de Félix González: “descubrimos a un hombre llamado Moisés oteando el horizonte desde el monte Nebo… su alma ha anhelado intensamente desde hace más de cien años la tierra que ahora contemplan sus ojos. Dios le concede esta gracia unos minutos antes de que sus ojos se cierren para siempre en esta soledad elevada del Nebo”.

Más se anhela lo que se prohíbe.

Carmelo, monte de la decisión.

¿Qué tiene de particular el monte Carmelo? Según González, la presencia allí del profeta Elías “convierte al monte Carmelo en uno de los montes más extraordinarios de la Biblia”. El autor lo llama el monte de la decisión porque allí compareció en solitario el profeta Elías en un desigual desafío con cuatrocientos cincuenta profetas del falso dios Baal. Elías triunfa con la ayuda del Dios viviente, quien escuchó y respondió su oración. Para González, un Dios de nuestra parte supone más que una amenazante multitud.

Horeb, monte de la restauración.

Como una continuación del Carmelo, González cree que “la importancia del monte Horeb para nosotros radica en la experiencia que tuvo el profeta Elías en la cueva donde pernoctó”.

Después de su victoria sobre los profetas de Baal Elías entra en un período de depresión ante la amenaza de la reina idólatra Jezabel, que juró matar a Elías, por su culpa habían muerto los profetas de Baal. Recuperado de su depresión por la intervención del ángel de Jehová, Elías comió, bebió y “camino cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios” (1º de Reyes 19:8).

Gilboa, monte del juicio.

Este es el último de los ocho montes que analiza González en el libro que estoy comentando.

En el monte Gilboa, línea divisoria de las aguas entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, las tropas filisteas derrotaron al ejército de Israel. Allí se quita la vida el primer rey de Israel, Saúl, en uno de los pocos suicidios que menciona la Biblia. Duro se muestra González en su comentario: “el naufragio espiritual en el que abocan algunos cristianos no es, por lo general, el resultado de un instante de locura. Es el final de un camino lleno de continuas desobediencias”.

Montes Escogidos es un libro original. En un artículo de prensa como éste he estado obligado a una breve semblanza de cada uno de los ocho montes. González dedica siete o diez páginas a cada uno de ellos, extrayendo importantes lecciones espirituales. Al final de cada análisis incluye un amplio cuestionario con preguntas que ayudan a memorizar al lector lo aprendido de cada uno de los montes tratados.

Un libro de lectura amena que capta nuestro interés desde el principio y que resulta edificante repasarlo de vez en cuando. Son los montes de Dios. Y como el salmista podemos exclamar: “Alzaré mis ojos a los montes”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - “Montes escogidos”, por Félix González