“La oración sacerdotal de Jesús”, por Félix González

El tema principal del capítulo 17 en el Evangelio de Juan es, como queda dicho, la unidad entre los cristianos. Pero González analiza con atención y expone otras lecciones que se encuentran en el mismo capítulo.

25 DE OCTUBRE DE 2019 · 06:30

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En los capítulos 13, 14, 15 y 16 de su Evangelio San Juan resume el largo discurso de consuelo y enseñanza pronunciado por el Maestro después de la santa cena con los discípulos. Ahora, en el 17, el Hijo se vuelve al Padre y ora ante el trono. Lo primero que le pide es que le glorifique. Ninguna invocación mejor en labios de Cristo que invocar al Padre. Vino al mundo enviado por el Padre y ahora va a la muerte para regresar de nuevo al Padre, a la casa que abandonó en los cielos para vivir temporalmente con los hombres en la tierra.

La oración de Jesús a favor de los discípulos tiene dos temas fundamentales: que los “santifique en la verdad” y que “los guarde para que sean uno”.

De un capítulo que sólo tiene 26 versículos en Juan 17, Félix González escribe 251 páginas en un libro que figura en primera línea de la espiritualidad. Lo introduce con estas palabras: “El capítulo 17 de Juan es uno de los capítulos más hermosos no sólo del cuarto Evangelio, sino también de todo el Nuevo Testamento. Ha sido descrito como la oración sacerdotal e intercesora de Cristo, ya que en ella el Hijo de Dios encarnado intercede a su Padre por los amados que le siguieron y por todos aquellos que, a través de ellos y de sus escritos, creerán en Él en el transcurso de los siglos y seguirán sus enseñanzas”.

Como ocurre con todos los pastores de iglesias preocupados por la unidad espiritual entre los miembros, González enfatiza el tema. La unidad es la variedad, y la variedad en unidad es la ley suprema del universo. El bien de la Iglesia es que sus miembros vivan unidos, que eviten las disputas interiores, que sepan asegurar la unidad en la libertad si quieren evitar el rompimiento de la congregación. Como lo dice el refrán español:

Que de un edificio grande,

si se le rompe una piedra,

por sólo su desencaje

se suele venir a tierra.

¡Qué bien lo entiende y lo expone este pastor de almas, Félix González! Imposible decir tatas verdades como las que escribe en este largo párrafo:

“Una iglesia cristiana unida es un poderoso argumento a favor de la fe en un mundo de divisiones y enfrentamientos. Nada ha hecho tanto daño a la Causa de Cristo en la tierra como las divisiones entre los cristianos. El peor descrédito para el cristianismo consiste en que los cristianos nos amemos tan poco, y nos soportemos y perdonemos tan poco, a pesar de tener un mismo Señor y Salvador”.

El tema principal del capítulo 17 en el Evangelio de Juan es, como queda dicho, la unidad entre los cristianos. Pero González analiza con atención y expone otras lecciones que se encuentran en el mismo capítulo. Las cosas que habló Jesús levantando los ojos al cielo. La triste confesión al Padre, “la hora ha llegado”. Estaba cerca el acontecimiento del monte Calvario. La vida eterna, encerrada en el conocimiento del Dios verdadero. Las dos confesiones del versículo 4. Una grata, feliz, tranquila, confiada: “Te he glorificado en la tierra”. Otra triste, premonitoria: “la hora ha llegado”. ¿A qué hora se refería Jesús?, pregunta González. Y responde: “a la hora del sufrimiento y de la ignominia, a la hora de la deshonra y del rechazo, en la que tenía que beber el cáliz de Getsemaní”.

A ellos y a nosotros nos dio lo que recibió del Padre: “Las palabras que me diste les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste”.

Cuando esto dice Jesús estaba aún en el mundo. “Pero es consciente de la llegada del fin, escribe González, quien continúa: “Tiene delante de sus ojos la proximidad de su final. Tiene delante de sus ojos la proximidad del Gólgota, y más allá de esta, su inminente regreso a las mansiones eternas, a la casa del Padre”.

González comenta minuciosamente todo el capítulo 17 de Juan, versículo tras versículo, extrayendo y exponiendo las lecciones espirituales que contienen cada uno de ellos. Pero su prioridad son los textos que tratan de la unidad. Unidad entre los cristianos. “Que todos sean uno”. Unidad de los fieles unos con otros, unidad con el Padre nuestro que está en el cielo, unidad con el Hijo encarnado. Mandamiento difícil de cumplir en el mundo de hoy. Y Félix González afirma por qué: “basta echar un vistazo a nuestro mundo para que nos demos cuenta de que la unidad no es un asunto fácil: las naciones se combaten a muerte, los pueblos viven enfrentados, los hermanos luchan entre si y los matrimonios se divorcian. Verdaderamente la unidad no es cosa fácil en un mundo dominado por el egoísmo y la desconfianza hacia el otro”.

Pero nosotros, los cristianos, no somos del mundo. Nosotros hemos vencido al mundo. Lo que hay en el mundo no proviene del Padre. En nuestros corazones reina una paz que el mundo no conoce. Y para que el mundo crea todo eso, para que el mundo nos reconozca, para que crezca el número de creyentes, la unidad de los cristianos debe ser una realidad y no una frase: “Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo crea que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (versículo 33). En este texto Cristo señala el provecho apologético de la unidad de los cristianos y de la Iglesia como cuerpo del Señor.

A punto de concluir este magnífico libro, La oración sacerdotal de Jesús, Félix González echa una vista a la situación espiritual de nuestros días y utilizando el estilo apologético empleado con frecuencia en otras obras de su autoría, escribe que nadie puede rebatir, tampoco ignorar.

Largo párrafo, pero sustancioso:

“La cuestión de la unidad de la Iglesia no tiene que ver únicamente con la subsistencia de esta en el mundo, sino también con su misión de cara al mundo. La unidad es para este mundo un estímulo para la vida verdadera, para la vida que nace de Jesús. Cuando tú y yo nos mantenemos separados por nuestra propia culpa, estamos negando la misión que Jesús nos encomendó de cara al mundo. ¿Comprendemos ahora la importancia de que seamos uno?”.

ACOTACIÓN.

“Un hombre -por siempre sea alabado el cielo- se basta a sí mismo; pero diez hombres, unidos por el amor, serían capaces de ser y hacer lo que diez mil no lograrían nunca separadamente”.

Tomás Carlyle, ensayista e historiador británico en Sartor Resasartus, III, 12.

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