“Pablo, apóstol del Señor” volumen V, por Félix González

En los cinco volúmenes hasta ahora comentados sobre el apóstol Pablo Félix González, con maestría bíblica y literaria, nos ha permitido viajar con el apóstol a lo largo y ancho de sus tres viajes misioneros.

26 DE SEPTIEMBRE DE 2019 · 07:30

Pablo y Bernabé en Listra, un cuadro de Nicolaes Pietersz. / Wikimedia Commons,
Pablo y Bernabé en Listra, un cuadro de Nicolaes Pietersz. / Wikimedia Commons

Lo he escrito docenas de veces. Yo fui convertido a la fe de Cristo procedente del ateísmo marxista. La Biblia la conocía sólo de nombre. Seis meses después de mi conversión, los que iban de Octubre a Marzo, ingresé voluntario al ejército de España. Fui destinado a Santa Cruz de Tenerife. En la Iglesia que se reunía en la ciudad canaria estaba Matilde Tarquis, tía del doctor Tarquis, director ejecutivo de Protestante Digital. Matilde me regaló un libro fechado en la dedicatoria el 21 de junio de 1952. Lo conservo. Es una biografía del apóstol Pablo escrita por el eminente pastor y escritor inglés Federic Brotherton Meyer, autor de unos 20 libros, todos ellos de profundo contenido y de maravillosas lecciones espirituales.

Aquel libro que me regaló Matilde me descubrió a un hombre glorioso, un misionero intrépido que sembró su mundo con la semilla del Evangelio. Fue decapitado en Roma el año 67 de la era cristiana, poco después de cumplir 65 años de vida apasionada. Algunas fuentes afirman que ese mismo año murió Pedro, también a manos del verdugo romano.

Félix González ha escrito varios libros de biografía que nos acercan la vida y la obra de este gran servidor de Jesucristo. El autor sigue el consejo de Prat en La Teología de San Pablo y se libra de “discusiones estériles, concentrando todo el esfuerzo en estudios positivos, cuya utilidad sea duradera”.

En su análisis viajero, González escribe: “los celosos judíos de Tesalónica provocan que Pablo tenga que abandonar precipitadamente Berea y de esta manera llega a Atenas, posiblemente en la primavera del año 51”. Lucas cuenta el episodio con exactitud:

“Cuando los judíos de Tesalónica supieron que también en Berea era anunciada la palabra de Dios por Pablo, fueron allá, y también alborotaron a las multitudes.

Pero inmediatamente los hermanos enviaron a Pablo que fuese hacia el mar; y Silas y Timoteo se quedaron allí.

Y los que se habían encargado de conducir a Pablo le llevaron a Atenas; y habiendo recibido orden para Silas y Timoteo, de que viniesen a él lo más pronto que pudiesen, salieron” (Hechos 17:13-15).

Cuenta Samuel Vila que “los atenienses tenían fama de estar ávidos de novedades (Hechos 17:21) y de muy piadosos (Hechos 17:22). Prueba de lo último son (según cálculos) los 3.000 templos e imágenes de dioses que había en Atenas, entre ellos un altar con la inscripción “al dios no conocido”.

Lo que Vila llama piedad Pablo lo deja simplemente en religión: “en todo observo que sois muy religiosos”.

En su guía viajera, González escribe: “Pablo procede en Atenas tal como lo había hecho en las estaciones anteriores: predica en la sinagoga de los judíos y en la plaza del mercado. En la sinagoga predica a los judíos y en el mercado a los gentiles. Finalmente, Pablo es llevado al Areópago, donde puede exponer sus creencias”.

El Areópago era en aquél entonces residencia de la Suprema Corte de Atenas. Dicha Corte se componía en su totalidad de individuos que habían ejercido cargos públicos. Eran hombres sabios, de carácter grave e irreprensible. Sus acertadas decisiones hicieron famoso este tribunal mucho más allá de los límites de la Grecia. Sigue González: “Esta vez los interlocutores de Pablo no son los exponentes de una religiosidad popular politeísta primitiva, sino los filósofos de la muy culta y célebre Atenas, representantes de una religiosidad pagana de sofisticada espiritualización”.

El capítulo 17 de los Hechos de los Apóstoles sobre la estancia de Pablo en Atenas “es una de las descripciones más realistas que se conservan sobre la vida de la Atenas de entonces”, dice el profesor de Nuevo Testamento Lorenzo Torrado, ya citado. Lucas cuenta que en Atenas el espíritu de Pablo “se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (Hechos 17:16).

Torrado agrega que “es admirable este discurso de Pablo, lo mismo por la doctrina que contiene como por la habilidad con que la presenta. La conclusión a que trata de llegar será la misma de siempre, la de que sus oyentes crean en el mensaje de salud traído por Jesucristo, pero aquí, al contrario que en sus discursos ante auditorio judío, el camino no va a ser a base de citas de Sagrada Escritura, sino a base de abrir los ojos ante el mundo que nos rodea, creado y ordenado maravillosamente por Dios”.

En opinión de Meyer, “el discurso que Pablo pronunció en esta ocasión es único. Por su gracia, secuencia intelectual, grandiosidad de concepto y alcance, majestuosa marcha de palabras elocuentes”.

Pablo sale de Atenas y Félix Gonzáles le sigue. Ahora González baja del Aerópago al Agora, donde respira el pueblo y deja correr las teclas del ordenador por avenidas sentimentales. Después de referirse al dolor que pudo sentir Pablo por salir de Atenas, prosigue con recuerdos de su propia biografía: “este dolor lo conoce todo el que abandona su patria, el que se distancia de lugares conocidos y queridos, el que pierde un amigo, el que tiene que decir adiós a su vida laboral, el que ve a sus hijos abandonar el hogar, el que se separa de hermanos en la fe, el que deja atrás un puñado de hijos espirituales”.

En los cinco volúmenes hasta ahora comentados sobre el apóstol Pablo Félix González, con maestría bíblica y literaria, nos ha permitido viajar con el apóstol a lo largo y ancho de sus tres viajes misioneros. Además de esos viajes, González nos ha acercado al hombre de Dios, al escritor, al organizador, al fundador de iglesias, al apóstol consecuente, al santo, al orador, al maestro en la Escritura del Antiguo Testamento, al exégeta, al ser que afirmaba que para él vivir era Cristo y la muerte ganancia que lo aproximaba a su Redentor.

Cinco volúmenes que son un lujo, un regalo para los seguidores de Pablo y un aliciente para aquellos que aún dudan en abrazarlo.

“Sed imitadores de mí, como yo de Cristo”, pidió el apóstol (1ª Corintios 11:1).

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