La noticia

― Tengo una noticia que darte ―dijo él.

―  ¿Cuál? ―preguntó ella.

―Creía que creía.

―  ¿Cómo?

― Creía que tenía fe en el Señor y ha resultado ser falso.

― ¿Qué dices? ¿Vienes con éstas después de treinta y cinco años de una vida de fiel creyente?

― Creía que tener fe era no haber visto nada.

― Claro, se cree lo que no se ve. Ahora no vengas con monsergas. ¿Qué van a pensar tus hijos si se enteran de lo que dices? ¿Y los hermanos de la iglesia que han escuchado todos tus sermones? ¡Mira cuántos se han convertido con tu testimonio! Espera que se te pase esta tontería y las cosas vuelvan a su lugar. Estas sensaciones es mejor que no les des publicidad, háblalas con tu consejero privado. ¿Y qué dices que has visto?

― El Espíritu me ha convencido de mi soberbia. Estoy humillado, avergonzado y arrepentido de engañar y desparramar mi vida.

― ¡Bah! Paparruchas.

― Voy a convocar a toda la familia y les voy a decir que el Eterno también se ha apiadado de mí.

― Espera un poco. No te precipites, no sea que luego te arrepientas de todo esto, no cometas una locura.

Pero los intentos de ella fueron vanos cuando él ya marcaba los teléfonos de los cuñados.

Ella se calló y se fue a la habitación de al lado con los ojos humedecidos.

― ¡Ostras! ¡Parece que esto va en serio! ¡¡Alabado sea Dios!!