“Pablo, apóstol del Señor” volumen III, por Félix González

El tercer volumen de Pablo, apóstol del Señor es una hermosa lección sobre el primer Concilio que celebró la Iglesia fundada por Cristo. De este Concilio trata nuestra historia, historia verdadera, con una resonancia perceptible en el transcurso de los siglos.

27 DE JUNIO DE 2019 · 14:00

Pablo, el apóstol. Un cuadro de Rembrandt van Rijn, de 1657. / Wikimedia Commons,
Pablo, el apóstol. Un cuadro de Rembrandt van Rijn, de 1657. / Wikimedia Commons

Este tercer volumen sobre el apóstol Pablo escrito por el pastor, escritor y editor Félix González está dedicado íntegramente al conocido como “Concilio Apostólico de Jerusalén”.

A este Concilio dedica Lucas todo el capítulo 15 en su libro histórico sobre los Hechos de los apóstoles. De este Concilio, también conocido como Sínodo apostólico, tenemos dos versiones: una histórica y descriptiva de Lucas en el citado capítulo de los Hechos y otra de carácter apologético en boca de Pablo en los dos primeros capítulos de la epístola que escribió a los gálatas.

Se cree que el Concilio de Jerusalén tuvo lugar después del primer viaje misionero de Pablo, hacia los años 49 o 50 del primer siglo.

¿Qué trató este Concilio? Aquí entra el libro de González. Es una guía breve, pero completa y detallada de los principales temas que se discutieron. El lector que desee saber lo que hablaron y decidieron los líderes de aquel Concilio, Juan, Pedro y Santiago, tienen en González un maestro e interprete fidedigno y con una gran capacidad de síntesis. De los cinco libros que ha escrito sobre el apóstol Pablo este es en el que más fácil resulta seguir su pensamiento.

El Concilio de Jerusalén enfocó el tema de la herejía. Los falsos maestros procedentes de “Judea enseñaban a los hermanos que si no os circuncidáis no podéis ser salvos” (vrs. 1).

También el Concilio tuvo noticia por boca de Pablo y Bernabé del elevado número de conversiones habidas entre los gentiles, lo que “causó gran gozo a todos los hermanos” (vrs. 3-4).

Algunos fariseos convertidos a Cristo, presentes en el Concilio, insistían: “es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés” (vrs.5).

En palabras de Félix González, “la cuestión se discutió ampliamente, sin que surgiese ninguna claridad, ni se llegase a acuerdo posible. Finalmente, Pedro, Bernabé, Pablo y Santiago hacen uso de la palabra y señalan a la asamblea el camino correcto. Sus palabras resonaron en toda la sala con la fuerza de la inspiración divina. Las nieblas de la incertidumbre desaparecieron y la asamblea llegó a un mismo sentir”.

En el apaciguamiento de las discusiones influyó la intervención de Jacobo, Santiago. No era apóstol, pero sí una figura de gran importancia en la iglesia de Jerusalén como hermano de Jesús, lo que explica su papel preponderante en aquel Concilio al lado de Pedro y Juan. González destaca aquí, con mirada de pastor, la importancia que tiene recurrir a la Palabra de Dios para esclarecer cualquier tipo de controversia, cosa que hizo Santiago citando al profeta Amós en el capítulo nueve de su libro.

“Santiago enumera cuatro cláusulas cuya observancia evidenciará que el gentil ha renunciado a sus viejos caminos pecaminosos y se ha entregado de verdad a Dios y al servicio de Jesucristo”, escribe González. “Que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre” (vrs. 20).

La propuesta de Santiago inquieta al autor del libro que estoy comentando. González interroga en el texto: “¿Cómo podemos entender que se pida a los nuevos cristianos que se aparten de ahogado y de sangre, exigencias que tienen que ver únicamente con la alimentación? ¿No era esto una concesión a los judaizantes? ¿No significaba esta concesión un retroceso en dirección a la ley?”.

La opinión de Félix González coincide con la que ofrece el profesor de Nuevo Testamento en la Universidad Pontificia de Salamanca en su comentario al libro de los Hechos, Lorenzo Turrado. La condescendencia de Santiago estaba basada en su deseo de pacificar el Concilio y evitar la división de la Iglesia. “Con gran pericia Jacobo consigue nadar y guardar la ropa, o sea, satisfacer a ambas partes”, escribe González, quien recuerda el respaldo divino a la propuesta del apóstol: “Ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias” (vrs. 28).

El resultado (momentáneo) del primer Concilio celebrado por la Iglesia primitiva en Jerusalén fue bien recibido por la que se reunía en Antioquía. Concluye González: “tan pronto como llegaron de Jerusalén los delegados que la iglesia de Antioquía había enviado a Jerusalén para solventar el espinoso asunto de la equivocada circuncisión, se convocó asamblea para dar lectura a la carta que traían y oír el testimonio de los delegados. El resultado de este informe fue una gran alegría para la iglesia de Antioquía. Dice Lucas que “se regocijaron por la consolación” (vrs. 31).

El tercer volumen de Pablo, apóstol del Señor es una hermosa lección sobre el primer Concilio que celebró la Iglesia fundada por Cristo. De este Concilio trata nuestra historia, historia verdadera, con una resonancia perceptible en el transcurso de los siglos. Ojalá pueda, este libro, ofrecer a sus lectores una visión completa de la historia que se ofrece en el capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles y manifestar un sentimiento de gratitud a su incansable autor, Félix González.

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