Zoología bíblica

La Escritura tiende a clasificar los distintos animales de manera diferente a como lo hace la zoología clásica.

30 DE MAYO DE 2019 · 18:20

Foto: Antonio Cruz.,
Foto: Antonio Cruz.

En la Biblia hebrea se mencionan más de ciento cincuenta nombres de animales pertenecientes a diversas especies.

La gran mayoría resultan fáciles de identificar ya que se trata de términos antiguos comunes a las distintas lenguas semíticas. Son animales domésticos perfectamente conocidos como el asno, el buey, el caballo o el cerdo; o bien, salvajes como el león, el elefante, la gacela o el oso.

Además, el derecho religioso judío recoge el mandamiento divino de clasificar los animales en puros e impuros (Gn. 7: 2-3; Lv. 11; Dt. 14: 3-21), o comestibles y no comestibles, según si éstos rumiaban (o parecían hacerlo) o ingerían su alimento de una vez.

Las razones de dicha discriminación son fundamentalmente de carácter religioso pero también sanitario. Animales impuros eran aquellos que estaban ligados a los cultos paganos, como los cerdos que eran considerados sagrados en Babilonia y Siria.

Otros se relacionaban con dioses subterráneos y demonios cananeos que producían terror. Aunque también era impuro todo aquello que no encajaba debidamente con su grupo sino que mostraba rasgos de otros grupos.

Por ejemplo, las aves que se nutren de cadáveres o los peces que carecen de escamas. El texto bíblico menciona hasta una cuarentena de tales especies.

En muchos casos, la ciencia ha comprobado que abstenerse de consumir ciertos animales fue una buena práctica desde el punto de vista higiénico, sobre todo en las condiciones ambientales que imperaban en las regiones bíblicas de la antigüedad.  

Al ser creados los animales inmediatamente antes que el hombre, se indica que existe cierta relación de proximidad entre ellos y el ser humano.

Sin embargo, esto implica también que no se debe caer en ninguna zoolatría como aquellas que practicaban algunas religiones orientales. Rendir culto a los animales será siempre algo abominable ante los ojos del Dios de Israel.

La Escritura enseña, por el contrario, que el hombre es “señor” de todos los demás seres vivos (Gn. 1: 26-28). Precisamente cuando Adán pone nombre a los animales está demostrando que tiene dominio sobre ellos.

En el Antiguo Oriente, nombrar algo o a alguien implica cierto poder y conocimiento profundo sobre aquello que se nombra. Lo cual significa que si el ser humano es señor y posee dominio sobre los animales de la creación no debe nunca adorarlos o divinizarlos.

Pero tampoco se tiene que caer en el extremo opuesto. Señorear en los animales no quiere decir maltratarlos o utilizarlos como si fueran simples objetos materiales.

Por desgracia ésta ha sido una actitud equivocada de muchas sociedades a lo largo de la historia y hasta el presente. Incluso de algunas que se consideraban cristianas o seguidoras de las enseñanzas bíblicas.

Muy al contrario, la Escritura muestra que todos los seres vivos creados por Dios forman parte de su creación que, al principio, fue declarada “buena en gran manera”. El Creador, al establecer su pacto con Noé después del Diluvio, tiene muy en cuenta también el futuro de los animales (Gn. 9: 10).

Dios ama asimismo a todas las especies y recibe gustoso sus alabanzas. Y, en fin, éstos figuran hasta en las promesas escatológicas de paz de la nueva creación (Is. 11: 7-9).

A pesar de todo esto, ciertos nombres hebreos de algunas especies animales han venido planteando desde siempre dificultades de traducción. Unos autores entendieron que se referían a una determinada especie, mientras que otros consideraron que se trataba de otra diferente.

Muchos de estos debates se deben al hecho de que el nombre del animal en cuestión aparece una sola vez en la Biblia, o en muy pocas ocasiones, y por el contexto resulta difícil de identificar.

Este es el caso, entre otros, del término hebreo “zemer” que figura en la lista de animales limpios e inmundos del libro de Deuteronomio (14: 5),[1] y que desde el siglo III a.C. ha sido traducido sucesivamente por “jirafa”, “antílope”, “gacela”, “cabra salvaje” o incluso por el curioso “órix” de largos cuernos rectos y anillados. Muchas de tales dudas taxonómicas permanecen hasta el presente.

En general, la Escritura tiende a clasificar los distintos animales de manera diferente a como lo hace la zoología clásica. Si ésta los agrupa desde su anatomía y fisiología, el pentateuco lo hace más bien desde el medio ambiente en que viven y el modo de locomoción.

Hoy se diría que la clasificación bíblica es más ecológica que morfológica (Gn. 1: 20-30; 2: 19-20; Lv. 11).

Se habla así primero de los animales acuáticos o “seres vivientes de las aguas” y de los “grandes monstruos marinos”, incluyendo en este inmenso grupo desde los pequeños invertebrados que habitan en el fondo de los mares (estrellas, erizos, moluscos, corales, etc.), los peces y hasta los enormes cetáceos como delfines, orcas o ballenas.

En segundo lugar, aparecen todos los seres voladores. No solamente las “aves de los cielos” sino también los murciélagos, reptiles aéreos e incluso insectos alados como las mariposas. Es decir, cualquier animal capaz de desplazarse por los aires.

Por último, en tercer lugar, entran en acción los animales terrestres que caminan sobre sus cuatro extremidades (cuadrúpedos) como la mayoría de las “bestias del campo” y los ganados hervíboros domesticados por el hombre.

Y, entre estos cuadrúpedos, aquellos que “se arrastran sobre la tierra” como muchos anfibios, reptiles y ciertos mamíferos.

Después del relato de la creación, la zoología bíblica se centra como es lógico en aquellos animales que habitan las regiones de Palestina, Siria, Egipto, Arabia y las proximidades del río Éufrates.

Sin embargo, el hombre de la Biblia, situado geográficamente en Tierra Santa, está acostumbrado a que le sobrevuelen cada año alrededor de 500 millones de aves migratorias que viajan desde el norte de Europa hasta el sur de África, o viceversa, en busca de alimento y para reproducirse. Ve pasar sobre su cabeza cigüeñas blancas y negras, pelícanos, grullas, espátulas, halcones, águilas, buitres, golondrinas y vencejos.

Otros pájaros, en cambio, son más sedentarios y permanecen todo el año en Israel, como los ágiles martines pescadores, las garzas, algunas especies de patos, gaviotas, cormoranes, cigüeñuelas, avocetas, búhos, abubillas y muchas especies canoras.

Si se piensa en los insectos, solamente las bellas mariposas están representadas por más de 130 especies diferentes. Hay alrededor de un centener de reptiles propios del país, algunos de los cuales son peligrosos para el ser humano, como ciertas serpientes venenosas.

Sin embargo, la mayoría son completamente inofensivos. Y, en fin, entre los principales mamíferos destacan leopardos, linces, lobos, jabalís, la cabra montés, el puerco espín o el majestuoso oryx.

No obstante, como en la mayor parte de los ecosistemas del mundo, la fauna palestina es hoy mucho más pobre que en tiempos bíblicos. A pesar de los intentos de reintroducción de algunas especies, muchos carnívoros y hervíboros han ido desapareciendo poco a poco.

Uno de los más emblemáticos fue el león, que habitó Tierra Santa hasta la época de las Cruzadas (s. XII d.C.), pero también el toro salvaje que se extinguió mucho antes, durante la cautividad de Babilonia, así como el avestruz y otras muchas especies.

En los últimos cien años, han desaparecido en Israel 22 especies de animales vertebrados, 6 especies de insectos y 15 de moluscos.[2] La causa principal, como en tantos otros lugares, ha sido la deforestación causada por los intereses del ser humano.

Actualmente estoy analizando unas 82 especies de animales mencionados en la Biblia, cuya identificación resulta relativamente fácil de realizar ya que los traductores de sus nombres originales hebreos suelen coincidir en sus versiones.

Procuro fotografiar cada animal "in situ”, en viajes a Tierra Santa, en parques naturales o en zoológicos especializados en dicha fauna. En cuanto al texto, generalmente procuro seguir la misma metodología: definición de las características zoológicas principales de la especie, versículos bíblicos donde se la menciona, enseñanza que el texto aporta al respecto y breve exhortación pastoral.

Tal como enseña la Escritura, la existencia de los animales constituye una alabanza continua a la sabiduría del Creador. Mi deseo es que esta glorificación se nos contagie también a las personas para que podamos elogiarle con nuestra vida como solamente Él se merece.

[1] Saenz-Badillos, A., 1988, “La identificación de algunos animales de la Biblia”, Boletín del Instituto de Estudios Almerienses, 6:387-394.

[2] Cabezón, A., 2013, “Fauna”, en Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, CLIE, p. 896.

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