Dos libros de Alencart

Romántico es aquel que siente amor y dolor, el que sabe de besos y de versos, por ejemplo, un Alfredo Pérez Alencart, que nada tiene menos que Flaubert.

31 DE MAYO DE 2019 · 06:10

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Gustavo Adolfo Bécquer dijo que poesía era ella. Se equivocó. Poesía es él, Alfredo Pérez Alencart. Nació en Perú. Vive en Salamanca, en cuya Universidad enseña a los alumnos Derecho del Trabajo. Ha escrito y publicado 20 libros. Su poesía se ha traducido total o parcialmente a cincuenta idiomas y dialectos. Ha recibido premios internacionales de poesía en universidades e instituciones de España, Venezuela, Brasil y Rumanía. Coordina los Encuentros de poesía que organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Fue secretario de la Cátedra Poética Fray Luis de León. Lo dejo aquí o tendría que escribir dos folios más de notas biográficas. Sólo añadir que es el mejor, el más prolífico, el más reconocido internacionalmente poeta evangélico en el conjunto de países hispanoamericanos.

Poesía es él. Alencart es una máquina de producir versos propios o antologías de otros poetas.

Sobre mi mesa de trabajo tengo los dos últimos libros que me han llegado.

Gaudemaus, Salamanca 2018, 99 páginas.

Obra publicada al recordar el VIII Centenario de la Universidad de Salamanca y festejar el XXI Aniversario del Encuentro de Poetas Iberoamericanos. No podían faltar en este libro los magníficos dibujos de su entrañable amigo Miguel Elías, profesor en la misma Universidad. A ella, a la vieja Universidad de Salamanca, donde según El Quijote estudió el Bachiller Sansón Carrasco, a quien detesto por haber vencido al Caballero de la Triste Figura en las playas de Barcelona, dedica Alencart un poema que me ha llegado hondo. Te lo regalo, lector. Disfrútalo como lo he hecho yo.

Invicto el destiempo

que me religa a un claustro

pródigo en donarme

algunos segundos

de lo eterno.

Soy un bienaventurado:

vivo entre voces

que nadie puede enterrar.

 

Las oigo entre aula y aula

de escuelas que

acopiaron resonantes

pensamientos,

 

poesía contra el fuego lento

de las inquisiciones.

 

Salamanca,

gran temperatura

palpitando

desde mi Universidad.

 

Otro poema de esta Antología ha tocado en profundidad mi corazón. El dedicado al Cristo de Unamuno:

Cierto es que sólo Tú

permaneces

inspirando reformas

 

allí, donde todo es ausencia

y es presencia,

 

donde no hay

compasión sobrante

ni áureos jardines.

 

Funciona poco buscarte

de templo en templo: 

 

Tú resucitas

en mi corazón de niño

anclado en el asombro

 

y en el alma inquieta

por esa fe

conmovedora

y sin intermediarios.

 

¿Adónde ir o adónde regresar

si no es a tu cruz

de transitoria muerte?

 

Yo creo en Ti y como

del pan

de tus ejemplos.

Un segundo libro de Alencart que en estos momentos tengo ante mi es este: Barro del paraíso, Ediciones Entre Acacias, Oviedo, Enero 2019, 97 páginas, Ilustraciones de Miguel Elías

¿Quedan románticos en este siglo tecnificado y materialista, prosaico, vulgar y un punto filisteo? Si alguien lo niega que lea los versos de este libro. Romántico es aquel que siente amor y dolor, el que sabe de besos y de versos, por ejemplo, un Alfredo Pérez Alencart, que nada tiene menos que Flaubert y sus libros más tiernos que Madame Bovary.

Digo esto después de haber leído la dedicatoria en la tercera página de Barro del Paraíso. Dice así:

“A Jacqueline, dulce

y leal compañera

en nuestro humilde

paraíso. Para ella estos

textos escritos buscando

celebrar un amor en marcha”.

Jaqueline es esposa de Alfredo, su princesa, su musa, su amor en marcha, es decir, camino de la eternidad. A ella y a su hijo José Alfredo dedica el poeta su libro. Y de él ofrezco este poema en el que Alencart se detiene ante el dolor de los leprosos.

Hay leprosos todavía, con su llaga viva contagiando

sin malicia los siglos que son parte de la vergüenza,

la boca furiosa de los idólatras, sus manos enjoyadas

con las que se colocan máscaras y lentejuelas

hasta acoplarse a la exigua realidad de lo aparente.

No sé la cifra exacta. Paciencia hermano. Van y vienen

por plazas y caminos, dejando trozos infectados

que solo prenderán en la arcilla de ciertos corazones.

El mal lo traga todo, lo come con o sin azúcar,

de mañana, de noche, en palacio o a la intemperie:

el mal lame hasta el esqueleto

y luego lo cubre con un polvo rojizo, enterrándolo

en un pozo inabarcable donde se evapora el alma.

Al ver tanto pésame en el aire,

comprendí que los leprosos ya estaban en el pueblo,

restregando por doquier sus harapos y muñones,

paseando alrededor de los vecinos.

Di un paso adelante y cogí sus manos calientes

y sus cabezas despeinadas. Entonces,

a coro me dijeron: “La vida te seguirá palpitando

porque no nos has visto como de lejos”.

Dios bendiga sus muñones.

Siga escribiendo poemas, maestro.

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