Los corales en las Escrituras

Tres veces menciona la Biblia los corales (Job 28:18; Lm. 4:7 y Ez. 27:16) y en las tres se resalta el valor de piedra preciosa que ya se les concedía en la antigüedad.

02 DE MAYO DE 2019 · 16:00

Arrecife coralino del mar Rojo, al sur de la península del Sinaí (Sharm El Sheik, Egipto), formado por cientos de especies diferentes. / Antonio Cruz,
Arrecife coralino del mar Rojo, al sur de la península del Sinaí (Sharm El Sheik, Egipto), formado por cientos de especies diferentes. / Antonio Cruz

Edom traficaba contigo por la multitud de tus productos;

con perlas, púrpura, vestidos bordados, linos finos, 

corales y rubíes venía a tus ferias.

(Ez. 27:16)

Tres veces menciona la Biblia los corales (Job 28:18; Lm. 4:7 y Ez. 27:16) y en las tres se resalta el valor de piedra preciosa que ya se les concedía en la antigüedad. El término hebreo que se emplea es ramoth ,רָאמוֹת, cuyo significado es “de elevado valor” y que se tradujo al griego de la Septuaginta como metéora, μετέωρα. Algunos traductores creen que el término hebreo, peninim, פְּנִינִים, traducido por “rubíes” (Job 28:18; Prov. 3:15; 8:11; 20:15; 31:10; Lam. 4:7), podría referirse también al coral o a las perlas.

Los corales son animales marinos muy singulares ya que viven en colonias formadas por cientos o miles de individuos llamados zooides o pólipos. No obstante, el término “coral” carece de significado taxonómico ya que incluye diferentes tipos de organismos que tanto pueden formar estructuras calizas duras como otras bastante más blandas. A unos se les concedió valor de piedra preciosa, como al coral rojo, mientras que a muchos otros no.

 

En el golfo de Eilat (Israel), cuyas aguas comunican con el mar Rojo, existen multitud de especies coralinas que son las mejor conservadas del mundo. Estudios recientes así lo demuestran y sugieren la posibilidad de convertir este enclave en un reservorio biológico para repoblar regiones donde los corales han muerto o desaparecido.[1] / Antonio Cruz

La mayoría de los corales pertenecen al filo Cnidaria y a la clase Anthozoa, aunque otros se clasifiquen dentro de la clase Hydrozoa, como el coral de fuego (Millepora). La agrupación de los zooides o individuos puede dar lugar en mares tropicales y subtropicales a estructuras coralinas de grandes dimensiones, como la Gran Barrera de Coral australiana, que tiene miles de kilómetros y puede ser observada desde el espacio o el arrecife Mesoamericano del mar Caribe.

Los corales se nutren de plancton, peces y organismos marinos muy pequeños que atrapan mediante las células urticantes de sus tentáculos. Aunque, la base fundamental de su alimentación la constituyen las algas microscópicas unicelulares (zooxantelas) que realizan la fotosíntesis, obteniendo así materia orgánica a partir de la energía solar. Estas algas zooxantelas viven dentro de los propios corales y contribuyen a darles su color característico.

 

El coral rojo del Mediterráneo (Corallium rubrum) pertenece a la familia Coralliidae y suele prosperar en oquedades y cavidades submarinas a una profundidad comprendida entre los 4 y los 200 metros. / Antonio Cruz

Los hebreos de los tiempos bíblicos conocían el valor de algunos corales preciosos (Job 28:18). Los mercaderes arameos comerciaban con ellos en Tiro (Ez. 27:16), así como los egipcios que los usaban para fabrican adornos, amuletos y collares. Los corales del mar Rojo eran abundantes y variados en dureza y colorido, pero el más valioso de todos se obtenía del Mediterráneo. Se trata del famoso coral rojo (Corallium rubrum) que, como todos los corales, fue considerado una planta y no un animal, hasta el siglo XVIII. Hasta entonces se pensaba que era un arbusto marino que se endurecía al sacarlo del agua y entrar en contacto con el aire. De ahí que se le llamara “árbol de piedra” (Litodendrum). Los griegos y los romanos usaban la palabra “coral”, de origen celtíbero, únicamente para referirse al coral rojo del Mediterráneo, extraído de este mar con fines ornamentales.[2] En realidad, los pequeños animales que constituyen el coral (pólipos) emplean el carbonato cálcico del agua marina para fabricar el duro esqueleto calcáreo que los caracteriza. Cada pólipo tiene forma de árbol con varias ramas o tentáculos repletos de células para atrapar el alimento.

 

Coral rosado de la especie Stylophora pistillata relativamente abundante en el mar Rojo y el golfo de Eilat, Israel. / Antonio Cruz

Recientemente se ha descubierto un misterioso mecanismo en los corales, en relación a cierto gas sulfurado que producen y que, al parecer, tendría un significativo papel para regular la temperatura del agua en que viven y de la atmósfera que existe sobre ella. En efecto, científicos australianos, después de estudiar durante años la Gran Barrera de Coral, publicaron en la prestigiosa revista Nature un trabajo en el que se decía que, a medida que se calienta el océano, las zooxantelas de los corales producen mayores cantidades de sulfuro de dimetilo (DMS), que crea una capa de aerosol sobre el agua y asciende en la atmósfera generando gotitas y una mayor cantidad de nubes. Estas nubes contribuirían a reflejar más rayos solares hacia el espacio, refrescando así el ambiente sobre los corales.[3] Esto parece un circuito de retroalimentación biológica, en unos organismos que carecen de cerebro, con el fin de controlar la temperatura del agua cuando están estresados por el exceso de calor. Es misterioso y emocionante pensar cómo unos seres supuestamente tan simples pueden disponer de un mecanismo tan sofisticado. Todavía se está estudiando dicho fenómeno con el fin de determinar si los corales podrán o no sobreponerse a los efectos negativos del calentamiento global.

 

El coral rojo del Mediterráneo tiene los pólipos de color blanco, a pesar de lo cual suele confundirse, bajo el agua, con la colonia de briozoos que aparece en la imagen (Myriozoum truncatum), llamada vulgarmente “falso coral rojo”, aunque en realidad no se trata de un coral sino -como se indica- de un briozoo y, cuando se saca del agua, se torna blanquecina y se rompe con facilidad. / Antonio Cruz

A pesar de su reducido tamaño individual, los únicos animales que pueden ser detectados por los satélites artificiales desde el espacio son los corales y las manchas de algas diatomeas. Su aparente fragilidad es compensada de sobras con la tenacidad para construir arrecifes de más de dos mil kilómetros de longitud. El secreto del éxito de los corales radica en la solidaridad. La unión de millones de individuos crea la fuerza espectacular de sus construcciones.

El doctor John Stevenson, a propósito del Salmo 22:3, escribió estas palabras en siglo XIX: “Pero tú eres santo. Aquí tenemos un claro ejemplo del triunfo de la fe: el Salvador se mantuvo firme como una roca en medio del ancho océano de la tentación. Por más que las olas se levantaran contra él, más se elevó aún su fe, como una roca de coral, que se incrementa lentamente y se hace más y más fuerte hasta convertirse en una isla de salvación para nuestras almas en peligro de naufragio.”[4] Así pues, los corales constituyen en las Sagradas Escrituras un ejemplo de belleza, valor y solidez de la fe.

 

En el golfo de Eilat (Israel), cuyas aguas comunican con el mar Rojo, existen multitud de especies coralinas que son las mejor conservadas del mundo. Estudios recientes así lo demuestran y sugieren la posibilidad de convertir este enclave en un reservorio biológico para repoblar regiones donde los corales han muerto o desaparecido.[1] / Antonio Cruz

 

NOTAS


[2] Schuhmacher, H. 1978, Arrecifes coralinos, Omega, Barcelona, p. 116.

[3] Jackson, R., Gabric, A. & Cropp, R. 2018, “Effects of ocean warming and coral bleaching on aerosol emissions in the Great Barrier Reef, Australia”, Scientific Reports, volume 8, Article number: 14048.

[4] Stevenson, J. 1842, “Christ on the Cross: An Exposition of the Twenty-second Psalm.”, en Spurgeon, C. H. 2015, El tesoro de David, Clie, p. 611.

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