Ángel Vázquez: La soledad del ser humano

Con el amor y la muerte, la soledad ha sido uno de los tres grandes temas de la literatura universal. La soledad conduce a la locura. La locura proviene de la soledad. 

18 DE ABRIL DE 2019 · 20:00

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A mediados de 1982 la actriz española Esperanza Roy ganó un premio de interpretación por su trabajo en la película Vida perra, presentada al Festival de Venecia por Javier Aguirre, su director. 

La película está basada en una novela de Ángel Vázquez titulada La vida perra de Juanita Narboni. Cuando yo leí este libro, en 1976, dije que era la mejor novela de autor español en los últimos años. Entonces quedó en el silencio, fue condenada al ostracismo. Ahora, a raíz de la versión cinematográfica, se está escribiendo que es «una de las grandes novelas españolas del presente siglo».

Tarde llega el reconocimiento. Porque Ángel Vázquez está muerto. Falleció en Madrid el 26 de febrero de 1980. Aunque era uno de esos hombres que estuvo muerto antes de nacer. Los despojos mortales de una persona no son su cadáver, sino su cadavérica vida. 

Como su novela, Ángel Vázquez, con una producción literaria reducida pero importante, fue el gran desconocido de la literatura española. Era tímido, arrinconado, en parte por su carácter solitario y en parte por esa mafia editorial que sólo aúpa a los que venden imagen. Reunía todas las características de un personaje kafkiano, desarraigado de su propia vida interior y desarraigado del mundo exterior, al que temía y repudiaba. 

Ángel Vázquez y yo fuimos amigos. Lo fuimos a lo largo de varios años, aunque nos veíamos poco. Él nació en Tánger once días antes de que yo naciera en Rabat, en ese Marruecos que es a la vez una joya del tiempo y una pieza de arte. 

Aunque firmaba con el nombre de Ángel Vázquez, el suyo propio era Antonio Vázquez Molina. Pertenecía a una familia muy pobre. El padre la abandonó cuando Ángel era aún niño. Muy pronto tuvo que dejar los estudios para contribuir a la economía del hogar trabajando en labores modestas hasta que halló una colocación medio decente en la oficina de un judío que había escapado de Hungría. La madre de Ángel hacía sombreros y trabajaba como criada donde podía. Bebía mucho. Acabó su vida alcoholizada, al igual que el hijo. 

De la misma edad, con idénticas inquietudes literarias, sintiendo ambos la misma pasión por los libros, coincidíamos muchas veces en alguna de las tres bibliotecas que solíamos frecuentar en Tánger los amantes de la lectura: la biblioteca española, que por entonces estaba en la Avenida España; la biblioteca francesa, que se hallaba en la calle Fez, casi pegada a la plaza de Francia, posteriormente trasladada a la calle León el Africano, y la biblioteca americana, en la calle de la Libertad, bajando hacia el Zoco grande, en un edificio ocupado primeramente por el Banco de Vizcaya. 

Otras veces nos citábamos en el Café de la Poste, frente a Correos, en el Boulevard Antée, que después de la independencia tomó el nombre de Mohamed V. El Café de la Poste era de una viuda española. Allí hablábamos entre cinco y siete de la tarde. Él bebía mucho. Ángel Vázquez se quejaba, con razón sobrada, de la discriminación social existente entre los miembros de la colonia española. Esto era verdad en toda la zona del protectorado español en Marruecos. Larache, Tetuán, Arcila y Alcazarquivir, las cuatro ciudades más pobladas por españoles en el norte de Marruecos, estaban prácticamente regidas por militares. Ellos tenían los casinos, mandaban sobre las autoridades civiles, vivían en las mejores casas, compraban los mejores alimentos en los economatos, paseaban con arrogancia por las calles principales. Y junto a ellos, haciéndoles la cama, los curas católicos y la pequeña élite de comerciantes y administrativos. El resto de la población española se pudría entrabajos humildes, discriminada y maltratada. Nadie, todavía, ha escrito la triste odisea de los emigrantes españoles especialmente andaluces- en las ciudades del llamado Marruecos español.

A fuerza de mucho insistir en la vocación, Ángel Vázquez logró quedar finalista en el Premio Sésamo de Novela Corta en 1956 con El cuarto de los niños. Cuando me despedí de él en 1960, poco antes de mi partida a Londres, donde viví todo el año 1961, me dijo que estaba preparando una novela. Fue la misma que en 1962 obtuvo el Premio Planeta con el título Se enciende y se apaga una luz. Cuando llegó a Tánger la noticia del premio, Ángel estaba en Casablanca, malviviendo en una pensión miserable. 

El salto a la popularidad no cambió su fortuna. Tras la obtención del Premio Planeta inició una colaboración en el suplemento España Semanal, que editaba el Diario España, de Tánger, fundado por Gregorio Corrochano. El suplemento estaba dirigido por el judío de Ceuta Samuel Cohen. Aún recuerdo un artículo de Ángel Vázquez en este suplemento titulado Una mujer huele a rosa, al que yo respondí con otro sobre el significado de la rosa en la Biblia. 

La vida perra de Juanita Narboni se publicó en 1976. Después de este libro no volvió a publicar otros. Se asegura que antes de morir quemó los manuscritos de dos novelas inacabadas: El viaje de Jonás y Vera

En Madrid, donde Ángel Vázquez llegó de Marruecos con lo puesto, más dos baúles repletos de libros, el escritor tangerino llevó una existencia mísera; la misma vida que había conocido desde niño. Bebía mucho. Siempre lo hizo, desde sus años juveniles en Tánger. Dormía en pensiones baratas; frecuentaba tabernas de mala muerte. El poco dinero que ganaba dando lecciones de francés y de inglés lo gastaba en alcohol. Hasta que un frío 26 de febrero de 1980, la muerte arrastró su soledad hasta la desolación del sepulcro. 

En La vida perra de Juanita Narboni Ángel Vázquez aborda el tema de la soledad, encarnando en un personaje femenino la tristeza, la melancolía, la falta de compañía y de amor humano que él mismo padeció desde que vino al mundo hasta que se fue de él. Como en los poemas de Armand Sully, Vázquez grita en sus libros la melancolía, la angustia sentimental, el amargo sentido de desilusión y de soledad que la vida le produjo. 

En uno de los más extraordinarios monólogos de la literatura española, Juanita Narboni va relatando su vida de solterona solitaria en el Tánger decadente donde se desarrolla la trama. El retrato de su propia vida en ruinas es, en gran medida, el drama de todos los solitarios. Con el amor y la muerte, la soledad ha sido uno de los tres grandes temas de la literatura universal. La soledad conduce a la locura. La locura proviene de la soledad

«La soledad –ha escrito el Dr. James Lynch, catedrático en la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland– es uno de los problemas más graves que tiene la sociedad moderna. Afecta a jóvenes y a mayores. La soledad conduce al alcoholismo, a las drogas, a las depresiones». Más de una cuarta parte de la sociedad occidental se encuentra tremendamente sola. 

Para Juanita Narboni la soledad constituye un auténtico martirio. Antes de transmitírsela a su personaje la vivió el propio Ángel Vázquez. Pero en la mujer el drama de la soledad adquiere características más desgarradoras. La mujer sufre más que el hombre la ausencia de compañía física y espiritual porque es más dada a la comunicación y la soledad le atormenta en mayor grado. La necesidad de combatir la soledad por los senderos del amor es más apremiante en la mujer que en el hombre. Más escrupulosa y más exigente que el hombre, a la mujer le es más difícil responder a las exigencias del cuerpo cuando no cuenta con la pareja adecuada. 

Lo que Campoamor denominaba «la soledad de dos en compañía», es decir, los matrimonios que viven bajo el mismo techo, duermen en la misma cama, hacen el amor mecánicamente, con aburrimiento, y sin embargo están terriblemente distanciados en sus sentimientos, es otro de los grandes dramas de la sociedad moderna. Tenemos siempre a alguien encima o a alguien debajo, ha dicho el escritor Salvador Paniker, porque así está jerarquizada la sociedad, pero casi nunca alguien al lado. 

La denuncia contra la soledad que Ángel Vázquez hizo con su vida y con su obra tiene una vigencia que a todos nos compromete. Gracián decía que para vivir solo hay que tener mucho de Dios o todo de bestia. Dios es contrario a la soledad. «No es bueno que el hombre estésolo», dijo en el principio de los tiempos. Cuando hizo a la primera pareja humana estableció los principios y los valores de la compañía.«¡Ay del solo!», repite Dios en el Eclesiastés.

Samuel Beckett termina su último libro, escrito a los 74 años, con esta palabra: «Solo». Cuatro letras que denuncian la soledad insoportable de este hombre masificado del siglo XX, expuesta también con estilo desgarrado por Marilyn Frenh en su última novela El corazón herido. El mismo drama que vivió mi amigo Ángel Vázquez y que exterioriza en su gran novela La vida perra de Juanita Narboni

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